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Rosario Murillo, heredera del poder en Nicaragua

Daniel Ortega arrolla en las presidenciales nicaragüenses con el 72% de los votos, logra su tercer mandato consecutivo e instaura una nueva dinastía familiar

Carlos S. Maldonado
Rosario Murillo y Daniel Ortega, el domingo durante la jornada electoral.
Rosario Murillo y Daniel Ortega, el domingo durante la jornada electoral.OSWALDO RIVAS (Reuters)

A la hora de la comida, Managua es un horno de más de 30 grados y una humedad que asfixia. En la radio aparece una voz suave que puede hundir en el letargo a una persona que acaba de comer. Ella habla como madre de la nación. Todo en su discurso son buenas noticias. El país que la poetisa y primera dama Rosario Murillo dibuja en sus alocuciones es próspero, profundamente cristiano, lleno de paz, en el que todas las personas viven en hermandad y armonía y a la espera, Dios no lo quiera, de una posible catástrofe a la que solo el Gobierno del comandante Daniel Ortega y ella pueden hacer frente. El domingo fue elegida vicepresidenta, compartiendo ticket electoral con su marido, en unas elecciones que han sido catalogadas de “farsa” por la oposición, ilegalizada por el Gobierno, y que se ha negado a reconocer los resultados: Ortega se impuso con el 72% de los votos y con su tercer mandato consecutivo instaura una nueva dinastía familiar.

Murillo monitorea el cielo, los volcanes, los ríos, las mareas. Ella ha creado un lenguaje oficial con guiños al catolicismo, a los pentecostales, pero manteniendo el misticismo revolucionario sazonado con su abundante y esotérica creación poética. Su conversión religiosa y el hecho de saber que está en un país en que predominan valores profundamente conservadores le permitieron que en 2011, a unos días de la elección presidencial, anunciara a la nación un nuevo “milagro”. “Dios nos sigue bendiciendo con prodigios, milagros en esta Nicaragua llena de fe. El nacimiento de esta criatura es un milagro, un signo de Dios”. Murillo se refería al nacimiento de un bebé de una niña de apenas 12 años, embarazada por una violación. La salud de la niña estuvo en riesgo, pero las autoridades, a pesar de la presión ejercida por organizaciones feministas, se negaron reiteradamente a aplicar un aborto terapéutico, ilegalizado, con votos del Frente Sandinista, en 2006, en un guiño de Ortega a la Iglesia católica. Murillo acusó a quienes criticaron su decisión de “querer hacer circo” y la niña fue sometida a una cesárea. Así se produjo el “milagro; un signo de Dios”. Y así se lo presentó a la nación: las fotos del bebé fueron publicadas por el diario digital El 19, el altavoz de Murillo en Internet.

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“Su discurso cristiano es la muestra del vaciamiento ideológico del Frente Sandinista”, explica la exguerrillera Dora María Téllez, célebre por haber participado en la toma del Congreso en 1978, durante la dictadura somocista. “Ese discurso es en realidad un dogma establecido por Rosario, que ella alimenta de contenido. Nada tiene que ver con la Iglesia ni con los evangélicos. Lo que en realidad busca es presentar a la familia, su familia, como los predestinados a gobernar Nicaragua”, agrega Téllez.

Quienes con más dureza han criticado el discurso de Murillo han sido las feministas. Sofía Montenegro, líder de este movimiento e intelectual que participó en la revolución sandinista, la ha catalogado como la “ideóloga de la distopía orteguista”, en referencia a su función como secretaria de Comunicación del Ejecutivo. “No tiene formación intelectual ni política. Lo que tiene es un pensamiento mágico, pero también es una narcisista profunda. Ha convertido su discurso supersticioso en política oficial”, asegura.

Murillo ha criticado duramente a las feministas. En un texto titulado “La conexión feminista”, dijo que las mujeres de este movimiento han distorsionado y manipulado el feminismo y acusó a las feministas de promover “alarmantes tendencias feminicidas”. Para Karen Kampwirth, profesora de Ciencias Políticas del Knox College estadounidense, Murillo “ha sido una mujer con demasiado poder, que nunca ha sentido la desigualdad que sentían las mujeres dentro de la revolución sandinista, por lo que es lógico que nunca haya sentido la necesidad del feminismo”, un movimiento que, dice, es “enemigo” de Ortega y su mujer, porque ha expuesto internacionalmente sus desmanes. “El movimiento feminista es beligerante, autónomo, y es lógico que Ortega y Murillo le tengan miedo”.

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María Auxiliadora Rosales es miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua y sigue de cerca las alocuciones diarias de Rosario Murillo. Asegura que la voz monótona de Murillo en sus discursos es un “recurso trabajado”: es la voz del poder concentrado en ella. “No hay palabras groseras, pero sí un sentimiento afectivo”, dice. Sin embargo, agrega Rosales, el discurso de la vicepresidenta también es manipulador. “La omisión es manipulación. Lo que se oculta en realidad no está dando datos”.

Murillo ha impuesto, además de su discurso, una serie de símbolos que definen el Gobierno. Los más estrafalarios son los llamados “árboles de la vida”, gigantescas y carísimas estructuras de metal iluminadas con decenas de bombillas. Pero lo que más han cuestionado sus críticos ha sido que ella decidiera plantar la más grande de esas estructuras de metal en la Loma de Tiscapa, viejo símbolo de la tortura somocista convertido en parque nacional en 1996.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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