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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Maniobras militares y políticas en Cuba

Castro demuestra que está dispuesto a regresar a las barricadas ideológicas si EEUU suspende la distensión

Un cartel alusivo al bloqueo de EEUU contra Cuba, en La Habana.
Un cartel alusivo al bloqueo de EEUU contra Cuba, en La Habana.Ernesto Mastrascusa (EFE)

Dispuesto a retomar el diálogo, Raúl Castro felicitó a Donald Trump, pero las maniobras militares anunciadas por Cuba poco después de que ganara la presidencia de Estados Unidos parecen subrayar que el régimen también está dispuesto a regresar a las barricadas ideológicas si la Casa Blanca suspende la distensión acordada con Barack Obama el 17 de diciembre del 2014. Las maniobras también son políticas. El subliminal mensaje es este: si termina la liberalización socioeconómica y arranca la confrontación, Trump será el único culpable. Inevitables los tanteos iniciales, probablemente el deshielo se ralentizará con nuevas exigencias norteamericanas sobre libertades políticas y democracia.

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Aunque el magnate prometió en Miami revisar la distensión por considerar que EE UU ha dado mucho a cambio de muy poco, no ha sido demasiado guerrerista y los nexos binacionales establecidos a lo largo de los dos últimos años complican una abrupta marcha atrás, que también afectaría a la política exterior norteamericana en varios países latinoamericanos. Gobernar es más difícil que arengar. Seguramente, Trump aprovechará los diferentes canales de comunicación abiertos por la administración Obama y no anulará de golpe los decretos del ejecutivo que amplían el comercio, los intercambios y los viajes a la isla.

No es tan sencillo el regreso a la casilla de salida porque, entre otras razones, poderosos intereses empresariales de filiación republicana rechazan un repliegue por razones políticas e ideológicas dejando el camino libre a los consorcios de Rusia, China y la Unión Europea. Populista e impredecible, pero fundamentalmente un hombre de negocios que en el pasado concibió proyectos hoteleros en Cuba, entiende bien ese tipo de argumentos.

Seguramente, Raúl Castro ordenará al Partido Comunista redoblar la guardia y mantenerse a la espera de que algún mensajero del inesperado triunfador llegue a La Habana para clarificar sus verdaderas intenciones. Se trata de saber hasta donde quiere llegar, más allá de sus declaraciones en Florida para sumar los votos del exilio cubano, en las que denunció que lejos de aminorar, aumentó la represión policial en la mayor de las Antillas. “Vamos a apoyar al pueblo cubano en su lucha contra la opresión comunista”, prometió.

Washington y La Habana parecen obligados a resetear sus relaciones, porque cambiarán los negociadores estadounidenses y el contenido de la agenda será reconducido. Curándose en salud, portavoces oficiosos cubanos alertaban semanas atrás sobre las negativas consecuencias, en todos los órdenes, incluido el económico, de un eventual retroceso en el acercamiento diplomático.

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El frenazo de la distensión permitirá estudiar al contrario, confesarse con el Vaticano y trazar la nueva hoja de ruta. Trump tiene dos opciones: aplicar el posibilismo de Obama o retomar la beligerancia de las anteriores administraciones republicanas. Tiene todas las herramientas para elegir: ganó el Ejecutivo, y su partido, el Congreso. Determinante en el levantamiento del embargo a la isla y la discusión sobre vigencia de las leyes Helms-Burton, Torricelli, y de Ajuste. En Cuba llueve sobre mojado: después de más de medio siglo de conflicto con EE UU han negociado con todo tipo de interlocutores.

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