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Tribuna
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Trump, ante el folio en blanco

No hemos sabido ver lo averiado que está el sistema, ni la ira de los que han quedado atrás.

Francisco G. Basterra
El presidente electo de EE UU, Donald Trump,con el político pro-'Brexit' Nigel Farage en un acto de campaña el pasado agosto.
El presidente electo de EE UU, Donald Trump,con el político pro-'Brexit' Nigel Farage en un acto de campaña el pasado agosto.Gerald Herbert (AP)

El triunfo de la insurgencia contra las élites establecidas, de la gente de abajo contra la casta que, según los nuevos rebeldes, manipula las palancas del Gobierno a favor de las grandes corporaciones y del 1% más rico, en una conspiración global contra la América media y baja, se produjo esta semana en la primera potencia mundial. Cuando Donald Trump acudió a Escocia el pasado verano, para inaugurar uno de sus campos de golf, anunció que en el futuro sería conocido como Mr. Brexit y multiplicaría por cinco el efecto de la retirada de Reino Unido de la Unión Europea. Nadie le hizo caso: otra bufonada del charlatán. Hicimos mal. La insurgencia antisistema se ha hecho con el poder en Washington. EE UU ya tiene su Brexit.

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Trump maneja el espejismo de unos Estados Unidos de regreso a un espléndido aislamiento, sellando fronteras y rompiendo los tratados comerciales multilaterales. Europa, donde anidan ambiciosos populismos de derechas y de izquierdas, tendrá que esperar. Pero esta internacional populista que ya patronea Trump ha recibido desde el otro lado del Atlántico un empujón inimaginable hace solo unos días. Marine Le Pen ya sueña con el Elíseo. Pablo Iglesias con lograr el sorpasso del PSOE y demostrar lo válido de su discurso anticasta. No sabe que ahora donde tiene que mirar es a Trump.

Nos quejábamos de que Obama, el primer presidente del Pacífico, ni entendía ni prestaba atención a Europa, el primer bloque comercial del mundo. ¿Nos va a ir mejor con el cierre comercial que propugna Trump, o Europa quedará aun más descolgada? Mientras tanto, China y la Rusia de Putin se frotan las manos ante las debilidades de la democracia estadounidense y ante la tambaleante Europa.

Pasada la conmoción inicial de la sacudida sísmica que sufrimos el miércoles de madrugada, toca analizar con calma la situación tras el gran vuelco. No hemos sabido ver lo averiado que está el sistema, ni entender el desaliento y la ira de los que se han quedado atrás.

Trump tiene 69 días para cartografiar el folio en blanco de su presidencia. Tras vencer al sistema con un discurso falso, crudamente simple, que ha sabido vender a una ciudadanía que buscaba cambiar lo existente, sin darle más vueltas. Promete convertir a EE UU en un país ganador, segundo en nada. America first. Llega a la Casa Blanca con dos Américas enfrentadas, atrincheradas en dos mundos que no se hablan, no se entienden, culturalmente opuestas. Herencia de Obama, que fracasó en su gran objetivo de soldar al país, proclamado en 2008. Trump ha potenciado la polarización con su incendiaria campaña.

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La primera pregunta a la que debe dar respuesta este millonario rebelde sin causa, porque la suya no es la de los desposeídos, es simple. ¿Tras incendiar la pradera puede el pirómano convertirse en bombero? Tendrá también que decidir si la intuición —afirma que es su principal valor— será el motor de su presidencia y pone en práctica su proclama de campaña: "Yo solo puedo arreglar esto". Estados Unidos no necesita un caudillo.

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