_
_
_
_
_

Geopolítica del trumpismo

Regímenes autocráticos y presidentes vitalicios respiran aliviados ante una presidencia sin exigencias en derechos humanos ni limpieza electoral

Lluís Bassets
Foto de Trump colocada por un vecino de Iowa en su jardín, en enero.
Foto de Trump colocada por un vecino de Iowa en su jardín, en enero. Damon Winter (The New York Times)

Donald Trump ha conseguido su objetivo, pero ha dejado el mundo sembrado de enemistades. El populismo vive y triunfa con el miedo y el odio, aun a riesgo de que el miedo y el odio que siembra terminen volviéndose en su contra. Sumemos la lista de humillados y ofendidos: la entera población latinoamericana, con la mexicana a la cabeza, merecedora de un muro infamante que les separe de Estados Unidos; el mundo árabe y musulmán, todo entero sospechoso de terrorismo; China, ladrona de puestos de trabajo; los países de vecindario más inseguro y peligroso, como las repúblicas bálticas, Polonia, Ucrania, Japón o Corea del Sur, aprovechados del paraguas nuclear de Washington. Total: más de la mitad de la población del planeta.

Esta será la base de popularidad con que contará cuando empiece a mandar los primeros mensajes al mundo. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, derechista él mismo y normalmente en sintonía fina con las Administraciones estadounidenses de todos los colores, ha sido el primero en llamar de urgencia a la puerta del presidente electo. Le verá el 27 de noviembre, con evidente interés en dejar sentir sus opiniones antes de que cristalicen en el nuevo equipo y la nueva política. La presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, todavía más apremiada por las amenazas de Corea del Norte, ha conseguido hablar ya con el magnate y obtener garantías verbales de que no dejará a su país en el ­desamparo.

Más información
Ante la ola de populismo nacionalista
¡Peligro: democracia!
De la telerrealidad a la Casa Blanca

Trump quiere revertir la imagen de Estados Unidos construida por Barack Obama. Los discursos de Ankara, El Cairo, Adis Abeba, la simpatía de las poblaciones de tez oscura, hasta hace poco colonizadas y explotadas, esclavizadas incluso, por los hombres blancos, serán un paréntesis en la historia de Estados Unidos. Para el antiguo Tercer Mundo entero, tentado por el nuevo americanismo liberal y de izquierdas que representaba Obama, significa el retorno al estereotipo de la memoria colonial, en el que Estados Unidos se identifica con un tipo blanco, rubio, alto, racista y arrogante.

Todavía sin encuestas internacionales que lo midan, el aprendiz de presidente es un excelente candidato a las peores cotas de popularidad global de la historia. Cuidado, a excepción de los votantes de las derechas extremas y extremas derechas, europeas principalmente, desde los partidarios del Brexit hasta el Frente Nacional de Marine Le Pen, el Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders, el Fidesz de Viktor Orbán, o Pegida (Patriotas contra la Islamización de Europa) y Alternative für Deustchland en Alemania.

¿Conseguirá Putin algún tipo de revancha por la victoria occidental en la Guerra Fría?
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Su política internacional es de momento lo más semejante al vacío. Las ideas que se le conocen, insultos y ofensas aparte, son muy elementales. Es aislacionista: America First. Se aproximará a los problemas del mundo en función estrictamente de los intereses de EE UU. Si no se apea de estos propósitos tiene en su mano deshacer 75 años de compromiso estadounidense con el mundo, desde que Franklin Delano Roosevelt decidió en diciembre de 1941 intervenir en el continente europeo para evitar que Hitler se convirtiera en el emperador de Europa.

Trump representa, solo por sus declaraciones, la política del descompromiso y de la irresponsabilidad ante el devenir del planeta. Washington quiere lavarse las manos de la gobernanza y la estabilidad mundiales como Londres se lava las manos del futuro de Europa, y ambos lo quieren hacer precisamente durante la mayor crisis de gobernanza que sufren el planeta y Europa. Exactamente lo contrario de lo que hicieron desde Roosevelt hasta Churchill, Kennedy y Brandt, Reagan y Gorbachov. Toda una promesa de incertidumbre, inestabilidad e incluso inseguridad que hace irreconocible al presidente de EE UU en el tópico del líder del mundo libre. Ya no lo será a partir de ahora si aplica estas ideas.

El aislacionismo de Trump es compatible con el belicismo, cosa realmente rara en la historia estadounidense. Quiere replegarse, deshacer alianzas como la OTAN, defender solo el propio interés, pero a la vez aumentar el gasto de defensa. La superpotencia encastillada en su casa, protegida de la llegada de los alienígenas y con fuertes barreras arancelarias y de todo tipo para las mercancías extranjeras, quiere destruir los monstruos lejanos, como el Estado Islámico, y que se la respete y se la tema, y por eso amenaza con utilizar sus armas más devastadoras, las nucleares, contra el enemigo que ose desafiarlo.

Ese extraño aislacionismo belicista se acompaña además de unilateralismo. Ya hemos visto en qué concepto tiene Donald Trump a las reglas de juego. Vale si gano y las impugno si pierdo. Para la escena internacional ni siquiera le convienen unas reglas de juego: la superpotencia bajo su mando será la única regla que permitirá algún juego a quienes acepten su papel. Se presenta oscuro el futuro de las instituciones y organismos internacionales, los tratados y acuerdos, sobre energía nuclear, desarme, derechos humanos o cambio climático. Trump quiere dar una vuelta de tuerca más a la aproximación de George W. Bush y los neocons al mundo después del 11-S, profundamente unilateralista y hostil a las instituciones internacionales.

Una política exterior por definir, trazada sobre estas características, es una apelación a subasta. Todos los países con contenciosos y rivalidades intentarán convertir la construcción de esa nueva política en su negocio. En India hay tantas esperanzas en un Trump islamófobo como temores en el vecino y enemigo Pakistán. Rusia quiere que le levanten las sanciones por la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea y le reconozcan su soberanía sobre la península. En Israel se levantan voces que reclaman el fin del proceso de paz, el reconocimiento de las colonias de Cisjordania y la capitalidad de Jerusalén. Hay dirigentes saudíes e israelíes que también aspiran a una ruptura del acuerdo nuclear con Irán.

Los autócratas están de enhorabuena. No lo esconden. Les gusta Trump. Tienen esperanzas en el nuevo presidente de Estados Unidos. Veremos luego si éste satisface sus expectativas, pero de momento cada uno de ellos echa sus cuentas y avanza sus peones para sacar provecho del nuevo reparto de cartas. Nada aprecian tanto como una presidencia que se desentienda del mundo, sobre todo en lo que se refiere a libertades individuales y políticas, Estado de derecho y limpieza electoral. Hillary Clinton era la garantía de lo contrario, de un EE UU vigilante e incordiante. Los presidentes vitalicios que tanto proliferan en África o los que repiten más de dos veces, pucherazo tras pucherazo tras saltarse la Constitución, dormirán más tranquilos sin ella en la Casa Blanca.

A la vista de las últimas revelaciones sobre la intervención de los servicios secretos rusos en la campaña electoral estadounidense, el hecho geopolítico más relevante de este cambio de época que acabamos de presenciar puede formularse en dos sencillas preguntas. ¿Conseguirá Putin algún tipo de revancha por la victoria occidental en la Guerra Fría? ¿Revertirá la presidencia de Trump la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX que fue según el presidente ruso la caída de la Unión Soviética? Los europeos debiéramos estar especialmente atentos a las nuevas relaciones ruso-estadounidenses.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_