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Columna
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¿Cuántos trozos de trumpismo existen dentro de nosotros?

Me paseo por las redes sociales y advierto a las personas en plena guerra ideológica, con las espadas desenvainadas y la lengua suelta para el insulto al que no piensa como él

Juan Arias

“Mira lo que te he traído de la Amazonia”, me dice mi compañera, María Martin, corresponsal del periódico en Río de Janeiro, mientras coloca en mis manos una cajita de papel blanco, frágil, como las que construyen los niños en la escuela.

La abro con curiosidad pensando que pueda contener alguna broma. Son tres semillas, negras como el azabache.

Sabía que María es una magnífica reportera, pero no adivina.

Las semillas son, en efecto, mi pasión desde que, de pequeño, en España, soñaba con tener un árbol.

Mi médico y maestro de sabiduría, José Augusto Messias, me hacía ver, mientras paseábamos aquí en mi pueblo de Saquarema, que la naturaleza está tan preocupada con su supervivencia que un árbol, al que le bastaría dar una semilla para reproducirse, ofrece millares a la tierra.

Cuando María me entregó su minúscula caja de semillas amazónicas, no sabía que estábamos de espaldas a una vitrina de la tienda de un hotel que ofrecía lujosos estuches con joyas que valen como mil árboles.

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Mis semillas no tienen precio pero sembradas rebrotan con nueva vida. Las joyas preciosas son estériles.

Volví de Río ilusionado con mi regalo. En el taxi me vinieron a la memoria ecos de mis lejanos estudios bíblicos en Roma.

Me recordé que en tres de los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se dice que Jesús comparó el Reino de Dios (un estado de felicidad y libertad) a la “más pequeña de las semillas”, la de la mostaza, que una vez plantada, renace como un arbusto, “capaz de dar cobijo a los pájaros del cielo”.

Vivimos tiempos de atroz consumismo, donde se privilegia lo grande, lo lujoso, lo que reluce. Vean los anuncios de automóviles. Tiempos también de soledad y angustia, de miedos a los Trumps que nos rodean.

Somos extraños los humanos y a la vez interesantes, porque representamos una mezcla de semillas fecundas y de pensamientos enloquecidos.

A veces, me paseo por las redes sociales y advierto a las personas en plena guerra ideológica, siempre con las espadas desenvainadas y la lengua suelta para el insulto al que no piensa como él.

¿Cuántos pedazos de trumpismo existen en nuestro interior? ¿Cuántas zonas de sombra, donde les cuesta entrar la luz del diálogo y de la comprensión?

Estaba llegando a casa, con las semillas negras de María en mis manos y de nuevo resucitó en mi otra página bíblica: aquella de Isaías en la que el profeta dice que llegará el día en que “las espadas se convertirán en arados”, y donde “los corderos pacerán juntos con los lobos”.

¿Será eso posible en estos momentos donde vuelven a resonar tambores de guerra y en los que parece que sólo disfrutamos devorándonos?

Se lo he preguntado a mis semillas negras de la Amazonia, la ultrajada y martirizada Amazonia. Pero prefirieron el silencio.

Gracias, María, por tu regalo sin precio, que me recordó el valor imperecedero y fecundo de la amistad.

Me cuentan ahora que también las plantas y los árboles hacen amigos y se ayudan entre sí.

¿Hasta ellos serán más sabios que nosotros?

Y por favor, que nadie diga que Trump es un “animal”. Sería hacerle un elogio.

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