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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Vida silvestre y crimen organizado

Es necesario actuar contra el negocio del tráfico de animales en peligro de extinción

Diego García-Sayan

Mientras se discute en Lima sobre comercio e inversión en la reunión de los líderes de las economías de la APEC con la presencia de Obama, Xi Jingping, Putin y Tran Dai Quang, presidente de Vietnam, entre otros, hay temas menos alentadores que muchos de estos países tienen en común. Uno de ellos es el multimillonario e ilegal negocio del tráfico de animales silvestres en peligro de extinción, como rinocerontes y elefantes, sobre lo que urge acción.

 Acabo de ser esta semana testigo-participante del examen de este problema gracias a la invitación que recibí de la Wildlife Justice Commission (Comisión de Justicia sobre Vida Silvestre) para ser parte de un selecto comité de expertos. Este comité analizó en audiencia pública en el Palacio de la Paz en La Haya la investigación hecha durante meses por la WJC sobre el multimillonario e ilegal tráfico de marfil y de cuerno de rinoceronte a partir de Nhi Khe, un pequeño pueblo del norte de Vietnam. Los hallazgos son brutalmente sorprendentes y tienen repercusiones más allá del caso y de los países implicados en el mismo. Destacan tres aspectos fundamentales.

Primero, la estructura de crimen organizado que sostiene este proceso. No son meros cazadores furtivos en busca de clientes, sino eslabones de una cadena criminal que termina en el sistema financiero de importantes bancos chinos y que se vale de redes sociales (Facebook y WeChat, el Whatsapp chino) para funcionar con rapidez y eficiencia. Después del tráfico de drogas, personas y armas, por su dimensión esta es la cuarta estructura de crimen organizado en el mundo.

Segundo, la corrupción como componente indisoluble en todos los eslabones de la red de caza y tráfico ilegal que hace posible la sistemática caza furtiva hasta en lugares tan emblemáticos como el parque Kruger en Sudáfrica, su transporte a enormes distancias de los lugares de caza, el funcionamiento impune del comercio de marfil, el cuerno de rinoceronte y pieles de tigre en un lugares como Nhi Khe y su distribución final a domicilio a millonarios chinos. Autoridades policiales locales y de frontera reciben, en todo esto, su tajada para mirar de costado.

Tercero, el daño producido. Sólo la fracción de tráfico identificada a través de esta pequeña población de Vietnam es de por sí espeluznante: no menos de 870 rinocerontes y de 5.800 elefantes sacrificados para transarse sólo a través de este hub. Tras eso, un millonario negocio si se toma en cuenta que el cuerno de rinoceronte tiene un precio superior a 1.000 dólares el gramo, el kilo de marfil se vende a más de 1.200 dólares y un colmillo de tigre a 2.200 dólares. Mucho incentivo para continuar diezmando especies.

Esta realidad cambiaría radicalmente sólo si concurrieran la eliminación —o drástica reducción— del consumo suntuario de estos productos, investigaciones y sanciones emblemáticas a traficantes y a los funcionarios corruptos, transparencia en todas las transacciones bancarias y terminación de la caza furtiva en las fuentes.

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¿Es este un problema sólo asiático-africano? Evidentemente no y esto resulta particularmente grave en la región amazónica. La explotación de oro ilegal, la masiva tala ilegal y la caza y tráfico ilegal de animales silvestres, como guacamayos, papagayos, tortugas, serpientes y jaguares, son sólo muestras de la dramática cara latinoamericana del problema. Tras esto se encuentran —como en Nhi Khe— estructuras de crimen organizado.

Herramientas comunes para actuar contra el crimen organizado y para que los pueblos en las zonas de caza furtiva se conviertan en baluartes de la protección de especies en peligro son respuestas esenciales. En esto, la cooperación sur-sur puede ser muy útil. Podría hablarse de esto en el siguiente APEC.

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