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Las querellas España-Cuba, un “asunto de familia”

La relación de Madrid con el régimen castrista ha vivido muchas crisis, pero no se ha roto

Miguel González
González y Castro en una cumbre Iberoamericana, en Argentina (1995).
González y Castro en una cumbre Iberoamericana, en Argentina (1995).EFE

En enero de 1960, solo un año después del triunfo de la revolución, el entonces embajador español en La Habana, Juan Pablo de Lojendio, irrumpió en los estudios de la televisión nacional. El diplomático no pudo contenerse cuando vio al comandante Fidel Castro, fallecido este viernes a los 90 años, denunciar supuestos contactos de su Embajada con contrarrevolucionarios. No se lo pensó dos veces, se coló en el plató e interrumpió la emisión en directo tachando de “calumnias” las palabras del hombre que iba a regir los destinos del país durante medio siglo.

El exabrupto le costó la expulsión fulminante y pasaron 15 años hasta que, en 1975, España volvió a tener embajador en La Habana. Pero, contra lo que cabía suponer, el franquismo y el castrismo nunca rompieron relaciones. Cuba, al contrario que México, no reconoció al Gobierno de la República en el exilio; y Franco no respetó el bloqueo impuesto por EE UU. Los buques españoles siguieron entrando en los puertos cubanos e Iberia fue durante años la única línea aérea que unía la isla con Europa Occidental.

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El caso Lojendio ilustra la tónica de las relaciones entre España y su última colonia americana: broncas y tormentosas, como corresponde a dos parientes mal avenidos, pero parientes al fin. Cuando España perdió Cuba, tras el desastre de 1898, miles de soldados que habían formado parte del Ejército colonial se quedaron en la isla; y en las primeras décadas del siglo XX, cientos de miles de españoles emigraron a la perla del Caribe buscando un futuro que les negaba la madre patria. Algo insólito tras una descolonización, aunque lo más insólito es que entre los emigrantes de ida y vuelta figurasen soldados que habían combatido a los independentistas cubanos; incluido el padre de los hermanos Castro. “El vínculo entre España y Cuba nunca se rompió y los españoles no eran vistos como antiguos colonizadores”, opina Carlos Alonso Zaldívar, embajador en La Habana (2004-2008).

La revolución castrista generó un conflicto que no se dio tras la independencia: la expropiación de las propiedades de miles de españoles. La negociación de las indemnizaciones se prolongó durante décadas y solo se llegó a un acuerdo con Adolfo Suárez, recuperada ya la democracia. Suárez fue el primer presidente español que visitó La Habana, en 1978. En esa época, en que la España democrática aún daba sus primeros pasos titubeantes en política exterior, Suárez envió a La Habana a un secretario de Estado, Carlos Robles Piquer, a la Cumbre del Movimiento de No Alineados. Muy pronto su sucesor Leopoldo Calvo-Sotelo zanjó cualquier duda sobre el lugar de España en un mundo aún en plena Guerra Fría.

Si alguien esperaba que las relaciones hispano-cubanas vivirían un idilio tras la llegada de los socialistas al poder, en 1982, se equivocó. Saltaron chispas en la entrevista que Felipe González y Fidel mantuvieron en Brasilia, en marzo de 1990. El muro de Berlín ya se había derrumbado y González intentó convencer al veterano revolucionario de la necesidad de emprender reformas. “Darle lecciones a Castro fue un error, pero filtrárselo a la prensa resultó aún peor”, según Zaldívar. En julio de ese año la Embajada de España en La Habana fue ocupada por refugiados, a los que se sumaron agentes infiltrados del régimen. La visita de Fidel a Madrid, con motivo de la cumbre iberoamericana de 1992, y su desplazamiento a Galicia, tierra natal de su padre, apaciguaron los ánimos.

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Por poco tiempo. La tensión llegó a su cénit durante el mandato de José María Aznar. Por primera vez, Madrid se alineó con Washington en su política hacia La Habana, como quedó patente en la rueda de prensa que Aznar y el vicepresidente Al Gore ofrecieron en La Moncloa en junio de 1996.

Las visitas del Rey y Rajoy a la isla siguen siendo una asignatura pendiente

España, que siempre había liderado la política hacia Cuba en la UE, impulsó la Posición Común, que condicionaba las relaciones con La Habana a la democratización. Tras la primavera negra de 2003, en la que 75 disidentes fueron encarcelados, la UE acordó medidas de presión que el régimen contestó con la suspensión de los contactos a alto nivel y el cierre del centro cultural español en La Habana.

Aunque Cuba era el único país latinoamericano que don Juan Carlos no había visitado, Aznar se opuso rotundamente al deseo del entonces Rey de viajar a la isla. Solo pudo hacerlo en 1999, al asistir a la Cumbre Iberoamericana que se celebró en La Habana. Zapatero y su ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, se emplearon a fondo para restaurar las relaciones, pero solo lo lograron a medias. La deuda cubana con España (unos 1.500 millones de euros) no se condonó y Zapatero nunca pisó La Habana. Con todo, dejó una importante herencia: con la Ley de Nietos, la cifra de cubanoespañoles superó los 100.000.

Las relaciones bilaterales fueron peores con Aznar que con Franco

El regreso del PP al poder, de la mano de Rajoy y su ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, vino marcado por el affaire Carromero: el encarcelamiento del militante popular que conducía el coche en el que murió el disidente Oswaldo Payá. Pero ni la condena y posterior repatriación de Carromero ni la retórica anticastrista del PP en la oposición cambiaron sustancialmente la política de Madrid hacia La Habana, que optó por la realpolitik.

Margallo visitó dos veces Cuba, en noviembre de 2014 y mayo de 2016, aunque en la primera no logró ser recibido por Raúl, y el Gobierno de Rajoy eliminó los obstáculos que dificultaban las relaciones bilaterales, con la condonación de la deuda y el desbloqueo del crédito a la exportación, para intentar aprovechar las oportunidades que se abrían con la apertura económica del régimen y el deshielo con Washington.

Pero las relaciones políticas no llegaron a normalizarse. Mientras otros mandatarios europeos desfilaban por La Habana —el último, el presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, en octubre pasado— la visita de Rajoy y Felipe VI sigue pendiente. Ya será sin Fidel.

“Los lazos con Cuba, económicos, culturales y de todo tipo, eran muy estrechos antes de Fidel y seguirán siéndolo después”, sostiene Zaldívar. En palabras de Margallo, las disputas y querellas, incluso subidas de tono, son “un asunto estrictamente de familia”.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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