_
_
_
_
_
miedo a la libertad
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El fin de los paradigmas

El ‘fenómeno Trump’ podría ser un acicate para revalorizar la función de la prensa ante la avalancha autoritaria que se nos viene encima

Donald Trump y Nigel Farage, durante un mítin, este agosto, en Jackson.
Donald Trump y Nigel Farage, durante un mítin, este agosto, en Jackson. Gerald Herbert (AP)
Más información
Trump, el círculo duro
El mundo perdido
Se acabó el duelo
Ganar y no gobernar

El siglo XXI se ha convertido en la antesala de la muerte —teóricamente hablando— de la prensa escrita y de las estructuras comerciales que sustentaban las empresas de comunicación. Como si eso no fuera suficiente, además de Internet, de YouTube y de las redes sociales, de los grandes controladores como Facebook y Google, ha llegado un fenómeno que cuestiona la influencia y la credibilidad de los medios de comunicación tradicionales llamado Donald Trump.

Se ha abierto un proceso donde tendremos que reconsiderar no solo la viabilidad económica de los medios, sino también el papel de los auscultadores sociales, de los analistas, de los opinólogos y de los periodistas. Porque hay un antes y un después de Trump. Igual que Barack Obama fue el primer mandatario YouTube de la historia de Estados Unidos, ahora el presidente número 45 se presenta como colofón de la catarsis que trajo consigo 2016, con el respaldo de las redes sociales y sin apoyo de los medios, rompiendo todos los análisis que nos ayudaban a comprender la realidad.

Trump ha desvelado parte de su programa de Gobierno a través de YouTube y, además, se ha ido acercando a sus principales detractores durante la campaña electoral. El primer encuentro fue en la Torre Trump con ejecutivos y presentadores de noticias de importantes cadenas de televisión que nunca apoyaron la campaña del multimillonario neoyorquino. En el segundo encuentro, Trump fue directamente a la guarida del león, entrando por la puerta de la sede del diario The New York Times y subiendo al sanctasanctórum del rotativo al que terminó calificando como “una joya”.

En este momento, el republicano ya es mucho más que un fenómeno político o una desgracia universal. Es, sobre todo, la encarnación de la ruptura de los paradigmas. Mientras tanto, en este momento de adaptación todo resulta aterradoramente claro porque Trump, con su dinero y con su estructura de poder unipersonal y ventajista, ha sido elegido presidente en una especie de exorcismo que, en lugar de perjudicarlo, lo impulsó para que, contra todo pronóstico, resultase triunfador.

Sin duda, el magnate será un elemento dinamizador que tendrá en sus manos la decantación del futuro papel de los medios de comunicación. Las elecciones estadounidenses han dejado una prueba clara y terrible de su escasa importancia y de lo minado que ha quedado el cuarto poder. Pero lo cierto es que, como intermediarios o bisagras entre las sociedades y sus comportamientos, si sabemos aprovecharlo, el fenómeno Trump podría ser un acicate para revalorizar la función de la prensa ante la avalancha autoritaria que se nos viene encima.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Ahora hay dos lecturas. La primera, la figura del propio presidente electo estadounidense, con sus políticas, sus amigos y sus barbaridades. Y la segunda, la pérdida de vigencia de una serie de paradigmas y organizaciones sociales que muchos creímos, equivocadamente, que aún se podían mantener.

Estamos como en La guerra de las galaxias, es decir, la formación del imperio y la estructura dependerán de la voluntad de quien quiera convertirse en emperador. ¿Vamos hacia el pensamiento único? ¿Vamos a permitirle a Trump ser peligroso, humillante y ofensivo? ¿Qué estará bien y qué estará mal a partir de este momento?

Los medios nos hemos visto obligados a entonar el mea culpa de la soberbia. No nos dimos cuenta de que McLuhan murió hace mucho tiempo y de que el medio ya no es el mensaje. Ahora el medio y el mensaje son las personas: cada individuo tiene la capacidad de opinar y es, en sí mismo, un elemento distorsionante de la comunidad de los medios de comunicación tradicionales.

¿A partir de aquí, qué es verdad o qué es mentira? ¿Hasta dónde piensa llegar Trump una vez que ha demostrado que puede con todo y contra todos? Hay muchos que aseguran que es como Silvio Berlusconi; sin embargo, él solo era peligroso para sí mismo y para Italia. Trump no solo es peligroso para sí mismo, sino para el mundo entero.

En este momento hay incógnitas y claroscuros, pero solo hay una certeza: el ayer ha sido sepultado de una manera definitiva por todos los que votaron por un hombre que, tras ganar las elecciones, se encierra con los periodistas que más le criticaron y les hace una simple pregunta: ¿Qué es lo que no te gusta de mí?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_