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La yihad que violenta las calles de media Europa

Los disturbios callejeros y el terrorismo islamista son fenómenos muy diferentes, pero hay que reforzar la vigilancia ante la posibilidad de que se retroalimenten

Afiche del colectivo francés Demasiado Joven Para Morir que llama a dejar las armas. 
Afiche del colectivo francés Demasiado Joven Para Morir que llama a dejar las armas. Boris Horvat

¿El yihadismo puede acabar engendrando violencia urbana o, al contrario, la violencia urbana puede desembocar en el yihadismo? Y paralelamente, ¿podemos pensar que ciertas formas nuevas de yihadismo constituyen en sí mismas violencia urbana?

Desde que Abu Mohamed al Adnani, el número dos del ISIS, muerto en septiembre de 2016, proclamó: “Aplastadle la cabeza [al enemigo occidental] a pedradas, matadlo con un cuchillo, atropelladlo con vuestro coche, arrojadlo al vacío, asfixiadlo o envenenadlo”, la tesis del lobo solitario está totalmente acreditada. Estamos ante todo lo contrario de un acto terrorista convencional. Sabemos que a Al Qaeda nunca le gustaron los aficionados, ni los tibios, y que jamás pensó en utilizar a los combatientes que habían ido a Afganistán dispuestos a luchar. A los aspirantes a terroristas los escogían en función de su competencia en el manejo de explosivos o porque poseían suficiente sangre fría para llevar a cabo su misión.

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Los comandos de noviembre de 2015 en París o los de meses después en Bruselas no correspondían a ese perfil. Sembrar el terror en las ciudades europeas como sea, incluso reivindicando actos cometidos por desequilibrados, indica el salto a una lógica diferente. ¿Podemos, pues, asociarlos a una violencia urbana?

Las violencias urbanas son lo contrario del acto terrorista, porque su intención es ser colectivas, abiertamente contra las fuerzas del orden. El motín urbano comienza a partir de una chispa, de un flash­point; en Francia, por ejemplo, en los últimos años, tras la muerte de algún joven en operaciones policiales. Durante los disturbios de 2005 en las barriadas del norte de París, hubo quien quiso atribuir el aumento de la violencia a los islamistas; las investigaciones demostraron que no era cierto. Volvió a suceder más tarde, en agosto de 2011, en Bristol y Leicester: la misma situación y las mismas conclusiones.

Pero eso no prueba en absoluto que sea imposible la confluencia entre el compromiso yihadista y la violencia urbana. No debemos olvidar que, en un momento dado, los grupos salafistas violentos han podido intentar provocar a las fuerzas del orden u oponerse con violencia a otros grupos. Se vio en Colonia, en octubre de 2014, cuando los miembros del grupo de extrema derecha Hogesa (el acrónimo en alemán de “hooligans contra los salafistas”) emprendieron una batalla callejera contra estos últimos. Ya años antes, varios grupos salafistas británicos —como Sharia for UK—, belgas — como Sharia for Belgium— y franceses —como Forsane Alizza— habían emprendido una campaña de provocaciones.

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El líder salafista inglés Anjem Choudary, famoso por sus declaraciones extremistas, intentó movilizar a las masas. Y no es extraño que muchos de los miembros de estos grupos, a continuación, se incorporasen a la yihad en Siria. Tal vez, entre los actos aislados de los psicópatas —como el asesino del camión de Niza en julio de 2016—, los enfrentamientos entre kurdos y salafistas en Hamburgo y los choques entre militantes de la Liga Inglesa de Defensa (EDL en sus siglas en inglés) y miembros de Sharia for UK en Londres, haya que esperar una llamarada de violencia en las grandes ciudades europeas.

Todo es posible, pero lo más importante es que, ante el órdago del ISIS para movilizar a los jóvenes musulmanes occidentales contra sus Gobiernos, y mientras se mantenga la presión actual sobre sus últimos bastiones, Raqqa y Mosul, debemos reforzar la vigilancia.

Bernard Godard fue hasta 2014 experto en Islam de la policía francesa. Es autor de ‘La cuestión musulmana en Francia’ (2015). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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