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Columna
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El Nobel para que algo cambie

Por una Colombia en la que los niños crezcan protegidos por el Estado

Diana Calderón

Yuliana Samboní, una niña de 7 años desplazada por la pobreza del Cauca, región histórica de conflicto colombiano, fue secuestrada, violada y asesinada por un privilegiado arquitecto de la alta sociedad bogotana, drogado, sicótico y en cuyo delito, además investigan si sus hermanos participaron para ocultar y manipular la escena del crimen.

No soporto más seguir relatando el dolor de la tragedia más horrenda sobre la que nos ha tocado informar en estos días. La más cruel de las acciones, que es la que se comete contra los niños. Es obligatorio, necesario, plantear el país que yo espero que surja a partir del premio Nobel de Paz al presidente Juan Manuel Santos, porque una Colombia en la que los niños crezcan protegidos por el Estado y con derecho a soñar con una sociedad menos enferma, menos corrupta y menos complaciente con la impunidad, es el mejor homenaje a Yuliana.

Juan Manuel Santos recibe el Nobel de Paz en Oslo. El merecido premio a la persistencia, obstinación de un hombre, por poner fin a 52 años de guerra en Colombia. Una paz en construcción, aún sin final feliz, y, por el contrario, secuestrada por los infinitos debates sobre si la refrendación del acuerdo es legítima por la vía del Congreso o si debería ser vía plebiscito nuevamente, para que sea el pueblo soberano, el que vote SÍ y entonces se active el llamado Fast -Track y puedan implementarse los acuerdos con las FARC, en 6 meses y no en un eterno año y medio.

Es un debate de fondo que involucra nada menos que la legitimidad que requiere un proceso de paz. Bien lo ha expresado el jurista Rodrigo Uprimny, habría sido deseable que se obtuviera con un acuerdo nacional pleno, y otras formas creativas de refrendación, pero no fue así y entretanto en los territorios y en el imaginario colectivo empieza a generarse no un sentimiento de que estamos dando un paso hacia la superación del conflicto sino que estamos atascados en una sin salida. Sin armas pero sin proyecto de nación.

Santos recibe el Nobel cuando su favorabilidad sigue bajando. Los ciudadanos en Colombia le castigan lo que le premian en Oslo. No hay una sola realización de su gobierno que pase la prueba en las mediciones de los cuestionados encuestadores.

Tengo la tesis cada vez más arraigada de que gran parte de esas cifras son el resultado de lo que la población siente frente a las FARC, ahora de civil y entrevistados a diario por nosotros, los medios de comunicación.

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Con una o dos excepciones, como Pablo Catatumbo y Pastor Alape, aparecen dogmáticos, soberbios, incapaces de reconocer sus delitos, crímenes que pensamos imperdonables, y por el contrario señalando con odio a los periodistas, empresarios y todo aquel que se atreva a cuestionarlos, como lo hizo hace pocos días Carlos Antonio Lozada.

Y no es que no existan responsabilidades enormes en el conflicto de este lado de la sociedad, y de nosotros los medios, y de tantos cobijados por la impunidad social cuando no judicial en que se refugiaron la parapolítica, los traficantes con la minería ilegal, lavadores, y los ladrones de la los recursos públicos, alimentando la guerra. Las hay, las hemos documentado y denunciado. Algunos pocos han pagado, otros aún no. Pero no son ustedes, señores de las FARC, quienes pueden señalar esas responsabilidades.

No creo que sea una estrategia ideada por las empresas mediáticas que los asesoran. Entre ellas una brasilera. Eso que dicen es lo que las FARC realmente creen, que ellos son la voz del pueblo y que a su alrededor se conformará una gran coalición de fuerzas de todos los partidos para que un gobierno de transición cumpla con los acuerdos. Es de suponer que estén pensando en Piedad Córdoba quien recientemente dijo que vale la pena hacer filas, colas, como en Venezuela para defender la revolución bolivariana. Se equivocan pero esta Colombia no es la que creen haber sometido durante tanto tiempo.

Ese Nobel de la paz, en buena hora ha dicho Santos, es para las víctimas, las únicas que se merecen que hayamos llegado hasta aquí. No para las FARC. Es para las víctimas en su infinita capacidad de perdón. Es para nuestros niños, para Yuliana. Para su tierra el Cauca. Ese Nobel de paz obliga a Santos ahora a honrar a los desplazados, a quienes fueron despojados, a quienes quedaron huérfanos en el conflicto. Para los soldados también.

Todavía y a pesar de las FARC, tengo la esperanza de que la estructura del Estado pueda cambiar y que las comunidades serán capaces de rechazar la corrupción y denunciar por igual a los privados y a los mandatarios locales. Ser capaces de rechazar la caridad que compra silencios. Creo que es posible que las tierras sembradas de coca sean sustituidas por cultivos alternativos y las hectáreas minadas dejen de ser campos de muerte para los niños jugando fútbol.

Colombia tiene que construir en los caminos veredales vías sin coimas electorales y en las escuelas trazar una ruta de respeto por el otro y en especial por la mujer cada vez más ultrajada hasta por las nuevas figuras musicales como Maluma.

Ese Nobel debe convertirse en un mandato para la Fuerza Pública en las zonas en las que ya fueron asesinados cinco líderes sociales en los dos últimos meses. ¿Dónde estaban que no pudieron protegerlos?.

Para los ministros de todas las ramas especialmente para los que manejan los recursos que deberían actualizar sus decisiones de acuerdo a verdaderas políticas públicas y no personales. Para que las reformas tributarias, como la que se discute por estos días en el Congreso colombiano atiendan las necesidades medio ambientales y de salud y educación en vez de privilegiar el lobby que financia campañas.

Valió la pena, Presidente, si este Nobel es para que algo cambie.

Diana Calderon es directora de informativos y de @hora20 de Caracol Radio Colombia. Twitter @dianacalderonf

 

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