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Líderes prorrusos compiten por la presidencia de un territorio secesionista de Moldavia

El territorio está afectado por los problemas entre Ucrania y Moscú

Pilar Bonet
Un hombre participa en la marcha que conmemora el 98 aniversario de la Gran Unión con Rumanía, en Chisinau, Moldavia, el pasado 1 de diciembre. Este domingo se celebran las elecciones en el territorio secesionista de Transdniéster.
Un hombre participa en la marcha que conmemora el 98 aniversario de la Gran Unión con Rumanía, en Chisinau, Moldavia, el pasado 1 de diciembre. Este domingo se celebran las elecciones en el territorio secesionista de Transdniéster.DUMITRU DORU (EFE)

Seis candidatos prorusos han competido en las elecciones presidenciales celebradas el domingo en el Transdniéster, el territorio encajado entre Ucrania y el río Dniéster, que es uno de los espacios conflictivos legados por la URSS al desintegrarse en 1991. Veinticinco años después de aquella fecha, aquel Estado inexistente sigue vivo en Tiráspol, la capital del territorio autoproclamado independiente, y se expresa en atributos como la hoz y el martillo y las estatuas de Lenin, que se exhiben con orgullo en los espacios públicos.

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Todos los candidatos (seis en total) se han desvivido por obtener el apoyo de las instituciones rusas más prestigiosas y sobre todo del presidente Vladímir Putin y del partido gubernamental Rusia Unida. Oficialmente, Moscú no tiene favoritos y apoyará a quien salga vencedor de los comicios. En la práctica, Rusia quiere que las rivalidades entre los candidatos no se traduzcan en enfrentamientos, eventualmente peligrosos, que amenacen la estabilidad de la zona, en la que se plasman simbólicamente tensiones geopolíticas globales en la nueva Guerra Fría Este-Oeste. 

Desde 2014, el deterioro de las relaciones entre Ucrania y Rusia ha multiplicado las dificultades de la región, cuya población de menos de medio millón de personas se ve diezmada por la emigración. La política promoscovita del Transdniéster se ve limitada por la falta de fronteras comunes con Rusia y las restricciones impuestas por Kiev a los desplazamientos de ciudadanos y vehículos rusos a través de su territorio.

De población mayoritariamente eslava (rusos y ucranianos), el Transdniéster se escindió de Moldavia y reivindicó su carácter soviético como respuesta al rumbo prorrumano de las élites moldavas durante la Perestroika emprendida por Mijaíl Gorbachov en 1985. En 1992 el territorio fue escenario de una breve guerra, cuando Moldavia quiso en vano someterlo, lo cual fue impedido por tropas rusas. Desde entonces, la región se mantiene en un estado de “conflicto enquistado”, que es objeto de negociaciones en el llamado grupo 5+2 (Rusia y Ucrania y la OSCE como garantes; la UE y EE UU como observadores; y Moldavia y Transdniéster como partes del contencioso). Rusia mantiene en el Transdniéster pacificadores y un contingente militar que vigila unos viejos polvorines de la Segunda Guerra Mundial.

El primer presidente del Transdniéster, Igor Smirnov, un enérgico director de fábrica, permaneció más de 20 años al frente del territorio y perdió su puesto en los comicios de 2011, cuyo vencedor fue Yevgueni Shevchuk, exjefe del Parlamento local. Con Shevchuk, los habitantes del Transdniéster vinculaban sus esperanzas de mejorar sus condiciones de vida y de impulsar la industria local; producción metalúrgica, textil y de vinos y licores. Pero sus esperanzas se han visto frustradas por un conjunto de factores, entre ellos los condicionantes del entorno, el afianzamiento de prácticas opacas en la gestión interna y menos disponibilidad de recursos de Rusia, el principal benefactor.

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Ucrania se ha vuelto más rigurosa con el Transdniéster debido a su alianza con Rusia y por las vinculaciones de oriundos de esta región con los insurgentes de Donetsk y con otras protestas contra Kiev. El resultado fueron severas restricciones en el tránsito de personas y mercancías entre Rusia y el Transdniéster por territorio de Ucrania. Entre otras cosas, Moscú tiene dificultades para realizar la rotación de sus soldados y equipos en el Transdniéster y, para mantener sus efectivos, tiene que recurrir al contingente de 200.000 habitantes de la región a los que repartió pasaporte ruso.

Por la presidencia compiten seis candidatos, siendo los favoritos el presidente actual Yevgueni Shevchuk, y Vadim Krasnoselski, un antiguo ministro del Interior, al que apoya el grupo Sherif, la mayor empresa del Transdniéster, con la que Shevchuk se enfrentó.

El negocio del gas

Los detractores de Shevchuk lo acusan de haber hecho más opaca la economía de la región, que depende de la ayuda rusa y de sus suministros de gas que equivalen de hecho a una subvención. El Transdniéster no paga a Rusia por este combustible, que utiliza para producir electricidad la cual, a su vez, se vende a Moldavia. En los últimos años las ventas se han incrementado (para compensar por la electricidad que Ucrania, confrontada con sus propias dificultades energéticas, ha dejado de exportar a Moldavia). Las ventas se han complicado además con la aparición de misteriosos intermediarios basados en paraísos fiscales. Krasnoselski ha dicho que, de ser elegido presidente, lo primero que hará es eliminar los secretos.

El primer presidente del Transdniéster, Igor Smirnov, ha reaparecido en público para hacer campaña a favor de Krasnoselski y sus conciudadanos, que hace cinco años estaban hartos de su viejo líder, lo han acogido ahora con vítores y aplausos. “Después de comparar con Kravchuk, han aprendido a apreciar a Smirnov” dice un partidario de Krasnoselski. “El viejo equipo de Smirnov y Sherif intenta la revancha”, afirma Shevchuk. A juzgar por las encuestas a pie de urna difundidas al cerrarse los comicios, cerca de un 70% del electorado había votado por Krasnoselski.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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