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RADIOGRAFÍAS AMERICANAS
Columna
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Presidentes enemigos

México ha padecido, casi siempre, a los jefes de la Casa Blanca

Ningún país escoge a sus vecinos. Polonia, a título de ejemplo, no eligió a la Alemania nazi ni a la Rusia de Stalin como compañeros geográficos. En México, “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, hemos padecido, casi siempre, a los jefes de la Casa Blanca y Trump, por supuesto, no puede ser una excepción.

Comencemos a enumerar las amenazas con Thomas Jefferson cuando afirmó que esperaría a que la población de Estados Unidos creciera lo suficiente para arrebatarle a la corona española “parte por parte”, sus colonias en América. ¿Qué tal la tendencia hacia el predominio continental? John Quincy Adams mandó a Joel Poinsett como embajador a México, quien organizó el primer golpe de Estado en el México independiente para instalar arbitrariamente en el poder a Vicente Guerrero. Sus instrucciones, entre otras tantas, consistían en comprar, a como diera lugar, territorio mexicano a cambio de cinco millones de dólares.

La célebre doctrina “América para los americanos”, de James Monroe, que en nuestros días revive Trump con lujo de violencia al interpretarla a su manera, fue formalmente derogada por Obama. Ni hablemos del corolario a dicha doctrina establecido por Teddy Roosevelt, a través del cual Estados Unidos se reservaba el derecho de intervenir en los asuntos internos de países del continente que se hubieran “descarriado…”

El presidente Tyler amagó con invadir México al enviar tropas, en 1844, a Luisiana, en previsión de una supuesta invasión mexicana. ¿México invadiría Estados Unidos…? Menudo pretexto.

¿Otro presidente obsesionado con México? Ahí encontramos a James Knox Polk, el mendaz, quien inventó diversos pretextos para declararnos la guerra, invadirnos, bombardearnos y robarnos abiertamente la mitad de nuestro país, algo así como más de dos millones de kilómetros cuadrados. Imposible olvidar cuando este gran ladrón afirmó al final de su mandato: “nuestra nación ha dado al mundo una lección sublimemente moral...”.

Lo sucedió Zachary Taylor, el general invasor del norte de México en 1846 quien, como Grant y Eisenhower, héroes de guerra, se vio catapultado a la Casa Blanca gracias a su “prestigio militar”. El recuento no acaba, pues más tarde apareció en el escenario presidencial Franklin Pierce, quien consideraba a la esclavitud “una bendición social”. Pierce mandó a James Gadsden como embajador a México con instrucciones de “comprar” el territorio de la Mesilla, objetivo que lamentablemente logró durante el gobierno cleptocrático de Santa Anna. Gadsden sostenía que Estados Unidos tenía el derecho de decidir “cuándo convenía mantener a un gobierno en el poder o en qué momento se debían facilitar a sus enemigos los medios para derrocarlo”.

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William Taft precipitó la renuncia del dictador Porfirio Díaz, pero nombró a Henry Lane Wilson como embajador en nuestro país. Lane Wilson orquestó el derrocamiento y asesinato del presidente Francisco Madero en 1913, que detonó el estallido de la revolución mexicana con un costo de un millón de vidas y la destrucción física del país.

Woodrow Wilson ayudó a derrocar a Victoriano Huerta, el brazo ejecutor de Madero y ordenó una nueva invasión armada en Veracruz, México, y otra más con la Expedición Punitiva del general Pershing, en busca de Pancho Villa.

Calvin Coolidge también tenía planes precisos para invadir México, pero al final envió como embajador a Dwight Morrow, quien vino a “arreglar” las diferencias en materia petrolera y a “resolver” el final de la Guerra Cristera, en el marco de una intervención diplomática abierta.

Lyndon Johnson instrumentó la operación Litempo, que desestabilizó al país en 1968 para intentar derrocar al presidente Díaz Ordaz y colocar a Alfonso Corona del Rosal en el poder, un militar graduado en las escuelas castrenses estadounidenses.

Imposible olvidar a Ronald Reagan y a otro actor, su embajador John Gavin, dedicado a hacer abortar la diplomacia mexicana en Centroamérica, hasta llegar a grandes zancadas, a Donald Trump, un siniestro enemigo de México, que le hará más daño a su propio país además de lastimar severamente a México y al mundo.

Algunos presidentes como Franklin Roosevelt, Kennedy y Clinton, justo es decirlo, ayudaron a México, pero debemos reconocer que la adversidad nos ha unido a los mexicanos y a la larga nos ha hecho crecer al abrazar otras alternativas que no habíamos contemplado.

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