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Columna
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Hombres con falda, ¿y qué?

La moda es vista como alienante pero muchas veces es liberadora e instrumento de avance social. El color es visto aún como transgresor en el vestir y en la piel

Juan Arias

Leo en el reportaje de apertura de la revista O Globo que los jóvenes brasileños están empezando a vestirse y salir a la calle con faldas al tiempo que se preguntan por qué la mujer puede vestirse de hombre y ellos no pueden vestirse de mujer. Y no se trata de gais. La tendencia parece general.

Luiz Wachelke, coordenador de moda del Instituto Europeo de Diseño (IED), destaca que detrás de esa nueva actitud del varón de hoy de usar faldas, “existe una fuerza de libertad de expresión en la forma de explorar el cuerpo”.

El problema de fondo de la nueva moda de las faldas para varones es, sobre todo, según los expertos, “el fin de la distinción de géneros en el vestir”. Que cada uno, dicen los seguidores de la nueva moda, tenga la libertad de vestirse, si le place, en una tienda para hombre o para mujer.

En mis tiempos jóvenes, en la Andalucía profunda y pobre, mientras arreciaba la caverna franquista, mis tías, suspirando con el rosario y el abanico en la mano, se empeñaban en decir que lo que acababa con España era la moda que llegaba del extranjero.

No sabían que era al revés, que las nuevas modas que se filtraban a través del turismo internacional eran lo que estaba desasnando al país sumido en el oscurantismo de una de las más largas dictaduras de Europa.

La moda, especialmente en el vestir, tuvo siempre furiosos detractores dentro del mundo conservador. “Pero qué barbaridad!”, exclamaron a coro aquellas tías mías la primera vez que desembarqué de Italia con una camisa de color.

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Los hombres a los que el franquismo tildaba de “verdaderos”, vestían sólo de traje negro o gris y camisa blanca. Los colores en los vestidos eran “cosa de mariquitas”.

Esa nueva revolución incipiente en el vestir masculino, sin distinción de género, coloca sobre la mesa la polémica sobre si la moda es un elemento alienante o rompedor y libertador.

En mi obra Proyecto Esperanza (Ed.Aguilar, 2008) defendí que la moda “ha sido uno de los mayores factores de liberación de costumbres y fue capaz de quebrar tabús petrificados en la historia”.

La moda, contra la idea que de ella tenían los conservadores y moralistas, fue un elemento de transgresión en las costumbres que acabó influenciando otros campos de la existencia.

La moda fue una revolución pacífica, no sólo en el vestir, sino también en la arquitectura, en el arte o en el diseño. Vistió la vida de color. Hace sólo unos años, en una habitación de la casa, una pared pintada de un color diferente del resto, era una aberración. Hoy, lo que choca, si acaso, es la uniformidad del color. Forma parte de la revolución que crea la moda.

Vivimos aún en un mundo que aunque llamamos moderno sigue permeado por la intransigencia con los diferentes, con quienes quiebran tabús. Nos hiere lo nuevo, lo extraño, lo que pone en peligro nuestra seguridad. La tradición tranquiliza.

Una mujer vestida de negro inspira aún no sólo elegancia sino también seriedad. El color es aún visto como transgresor. En el vestir y en la piel.

Quizás esa nueva moda de quebrar la distancia en el vestir entre hombre y mujer pueda entrañar, incluso subliminalmente, el deseo de acabar con la guerra de los sexos hoy aún tan agudizada y conflictiva.

En los textos sagrados del cristianismo se escribía hace ya más de dos mil años que no existen mujer y varón, y sí, sólo, “hijos de Dios”.

¿Por qué, entonces todo ese escándalo cuando esos hijos de Dios se visten de falda o de pantalón?

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