_
_
_
_
_

Trump y sus secuelas en el mundo

Los corresponsales de EL PAÍS analizan las consecuencias geopolíticas de la llegada del magnate

La llegada del multimillonario Donald Trump a la presidencia de EE UU tendrá consecuencias en gran parte del mundo. Los corresponsales de EL PAÍS analizan los posibles efectos de la política exterior de Trump:

EUROPA

La amenaza de romper el atlantismo. Por CLAUDI PÉREZ

Las relaciones entre Trump y Europa nacen torcidas. A apenas unos días de convertirse en presidente, Trump sigue cargando contra los europeos en un ataque furibundo que no ha rebajado un ápice la virulencia que ya mostró durante la campaña. Afirma que Reino Unido hace bien en irse y augura que otros le seguirán. Subraya que la OTAN está obsoleta. Amenaza con poner aranceles a los coches alemanes. Y culpa a la canciller Angela Merkel de la crisis migratoria por su política de puertas abiertas. Su discurso mezcla realidades encapsuladas para provocar (“la UE es un vehículo de Alemania”) con mensajes populistas similares a los de Marine Le Pen o Geert Wilders, dos de los líderes que le adoran.

Desde la II Guerra Mundial, las relaciones entre Europa y Estados Unidos han estado marcadas por la política comercial y la defensa, con intereses comunes muy marcados. Pero Trump corteja a Vladímir Putin, ataca a Merkel y defiende el Brexit como modo de vida: durante siete décadas, EE UU intentó unificar Europa y apoyar el desarrollo económico para contener la amenaza comunista; casi 30 años después de la caída del Muro, el enemigo parece sentarse ahora en la Casa Blanca. El efecto, paradójicamente, puede acabar siendo el mismo. El mensaje de Berlín y París en los últimos días ha sido un continuo llamamiento a la unidad. Falta le va a hacer a Europa con elecciones a la vista en Holanda, Francia, Alemania e Italia y los mismos flequillos populistas asomando en todos esos países.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Trump y las pasiones rusas. Por PILAR BONET

“Trump es nuestro” ("Trump nash"), exclama con ironía Vladímir Dolin, un colega ruso, remedando la popular expresión nacionalista “Crimea es nuestra” y haciéndose eco de las pasiones que ha despertado en su país el nuevo líder de la Casa Blanca. La exaltación y generosidad de los comentaristas y los políticos rusos (incluido el presidente Vladímir Putin) en relación a Trump son solo comparables con los vituperios y humillaciones que propinan a Barack Obama, cuya febril actividad de última hora impacientó a Putin, a juzgar por las declaraciones que este hizo sobre una administración que “se despide pero no se va”.

En el Kremlin esperan que Trump permita restablecer las relaciones privilegiadas que la URSS tuvo con EE UU, un país que es la única superpotencia reconocida, respetada, y también admirada como tal por Moscú.

Desde Rusia Trump se ve como una oportunidad de dejar atrás el sermoneo sobre derechos humanos, inviolabilidad de fronteras y respeto a la legalidad internacional, impartido por Washington y Bruselas, sobre todo después de las injerencias militares rusas en Ucrania. El Kremlin no reconoce la autoridad moral de sus interlocutores occidentales para leerle la cartilla y espera que Trump promoverá los intereses de EE UU de tal modo que, basándose en objetivos comunes (entre ellos hoy sobre todo la lucha contra los islamistas radicales en Oriente Próximo), se llegará a acuerdos prácticos sin grandes formalismos y prescindiendo de las aprensiones y las experiencias históricas de una Europa compleja, que además de estar agobiada por sus propios problemas, ha sido demonizada por las televisiones rusas.

Pero, las pasiones que suscita Trump en Rusia no responden solo a una coyuntura temporal, sino que reflejan un rasgo más profundo de la cultura política rusa, que es proclive a la personificación (Putin es Rusia y Trump es EE UU) y a la idealización del “objeto del deseo”. La realidad de esos "objetos" suele defraudar las ilusiones juveniles, la fe casi religiosa y el apasionamiento de los rusos. Les defraudó Occidente, como modelo a seguir tras la disolución de la URSS a principios de los noventa y ahora podría defraudarles la capacidad y voluntad de Trump para ayudarles a superar conflictos internacionales en los que se ha involucrado en los últimos años. A no ser que ocurra un milagro.

AMÉRICA LATINA

Temor a una catástrofe en México. Por JAN MARTÍNEZ AHRENS

La escalada del republicano Donald Trump a la cima del mundo ha desatado el pánico al sur del río Bravo. No hay indicador que no haya detectado el peligro. El peso, la inflación, la inversión extranjera hasta el precio de la tortilla bailan desde hace semanas en la cuerda floja. Un día tras otro, el republicano ha multiplicado sus ataques a México y, lo que es peor, los ha materializado. Desde su cuenta de Twitter ha logrado, bajo amenaza de castigos fiscales, que un gigante como Ford retire una inversión de 1.600 millones de dólares, que General Motors saque parte de su producción o que Fiat Chrysler considere una “gran locura” abrir nuevos proyectos en el país. Para rematar el cuadro, ha acusado a México de “haberse aprovechado de Estados Unidos” y ha dejado claro que el muro no sólo será construido sino que lo pagará el vecino del sur. Con Trump, la frontera se ha vuelto, más que nunca, un abismo.

Pocas veces desde el siglo XIX la tensión había sido mayor. Unidos por 3.180 kilómetros de frontera, las patadas de Trump se sienten como terremotos en México. Pero las grandes protestas aún no han hecho su aparición. En un país donde el simple aumento del precio de la gasolina ha desatado una oleada de saqueos y muertes, el peligro siempre anda cerca. Los mismos servicios de inteligencia estadounidenses han alertado de que la inestabilidad puede dispararse y romper el equilibrio político. De ocurrir, el gran beneficiado sería el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, el eterno adversario del PRI y del PAN, las dos grandes fuerzas de gobierno mexicanas.

Cautela en Colombia y expectación en Venezuela. Por JAVIER LAFUENTE

Las consecuencias de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca son también impredecibles al sur del continente americano. Colombia espera con cautela cualquier movimiento del presidente estadounidense respecto al proceso de paz con las FARC, cuya implementación da sus primeros pasos. Tanto el presidente Juan Manuel Santos como su antecesor y mayor crítico, Álvaro Uribe, se apresuraron a felicitar a Trump por su triunfo, a sabiendas del papel que ha desempeñado el gran aliado colombiano en la lucha contra las FARC. El nuevo inquilino de la Casa Blanca, sin embargo, no ha hecho referencia alguna a Colombia.

Sí ha trascendido, en cambio, su interés por Venezuela, después de reunirse con una serie de expertos latinoamericanos la pasada semana. Trump preguntó por la situación de los presos políticos del Gobierno chavista, entre ellos Leopoldo López. La crisis institucional, económica y social de Venezuela no es ajena para Estados Unidos, quien durante el final de la Administración de Obama se ha mostrado partidaria de impulsar el diálogo auspiciado por El Vaticano y ha respaldado el papel de los tres expresidentes iberoamericanos, entre ellos el español José Luis Rodríguez Zapatero. A la espera de que tome posesión, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien en más de una ocasión se ha burlado ya de Trump, la pasada semana aseguró: “Peor que Obama no puede ser”.

ORIENTE PRÓXIMO

El traslado de la Embajada de EE UU a Jerusalén amenaza con hacer estallar Oriente Próximo. Por JUAN CARLOS SANZ

Antes incluso de asumir la presidencia, Donald Trump ya dio buena muestra de su política de respaldo a Israel al presionar a Egipto el mes pasado para que retirara en el Consejo de Seguridad una propuesta de condena de los asentamientos judíos. La resolución salió sin embargo adelante con la abstención de Estados Unidos y el voto del resto de los países. Unos 70 Estados le acaban de recordar en la Conferencia de París que en la comunidad internacional existe pleno consenso sobre la solución de los dos Estados para poner fin al conflicto entre israelíes y palestinos.

El mensaje para el nuevo presidente ha sido rotundo: si cumple su promesa electoral de trasladar la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén acabará incendiando todo Oriente Próximo. El presidente palestino, Mahmud Abbas, que aspira a establecer la capital de su Estado en la parte oriental de la Ciudad Santa, ha advertido de que dejará de reconocer la existencia de Israel si Trump aprueba el traslado de la sede diplomática.

Está por ver también el giro que pueda dar la nueva Administración republicana en el conflicto de Siria. Al contrario que con el equipo demócrata saliente, Rusia ha invitado a Washington a enviar representantes a la conferencia de paz apadrinada por Moscú y Ankara el próximo lunes en Kazajistán. Trump sostuvo durante su campaña que el objetivo central de EE UU en Siria debe ser la lucha contra el Estado Islámico y no el apoyo a los rebeldes.

Desconfianza en Irán y optimismo en Arabia Saudí. Por ÁNGELES ESPINOSA

Los saudíes se dicen optimistas ante la llegada de Trump a la Casa Blanca. Sus rivales iraníes, siempre recelosos de Estados Unidos, se muestran más precavidos. Las declaraciones del presidente electo sobre la región han sido tan extravagantes y contradictorias que resulta imposible hacer proyecciones sobre su traducción política concreta. Pero la confusión tampoco ayuda a resolver los problemas que se han enquistado durante los últimos años. “Deseamos trabajar juntos en todas las áreas de interés común”, declaró el ministro de Exteriores saudí, Adel al Jubeir, el pasado lunes al ser preguntado por la futura presidencia de Trump durante una visita a París. En su opinión Washington y Riad comparten los mismos objetivos en Siria, Irak, Yemen, Libia, el terrorismo y la energía.

Desencantados con la Administración Obama, por no haber frenado la caída de Mubarak en Egipto y haber negociado el acuerdo nuclear con Irán, los saudíes han visto en las críticas de Trump a ese pacto (“el peor jamás negociado”, dijo), una proyección de sus propios deseos. El problema es que incluso si el nuevo presidente decide repudiarlo, directamente o mediante recortes que cercenen su efectividad, no sólo perderá influencia en la región sino que reforzará al ala dura del régimen iraní, siempre inclinada a actuar de forma subrepticia.

Por otro lado, la oposición de Trump al acuerdo choca con sus planes de combatir al Estado Islámico (ISIS). Cualquiera que busque acabar con la presencia de ese grupo en Oriente Próximo se verá automáticamente aliado con Irán. Por ejemplo, si como ha anunciado, el presidente electo piensa unirse a Rusia en esa lucha. Además, en tanto que hombre de negocios, es improbable que quiera arriesgar importantes contratos, como la compra de 80 aviones firmada por Boeing.

De ahí que el presidente iraní, Hasan Rohaní, haya comparado la intención de Trump de renegociar el pacto nuclear con “convertir un jersey en ovillos de lana”.

ASIA

China quiere llegar, EE UU quiere salir. Por MACARENA VIDAL LIY

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca promete dejar un profundo impacto en Asia, eje de la política exterior y de seguridad de su predecesor. La nueva Administración ha planteado el abandono del TPP, el tratado de libre comercio con el que Barack Obama planeaba estrechar vínculos económicos con sus aliados en la región. También el aumento de la presencia militar naval estadounidense en esas aguas.

Las relaciones entre Washington y Pekín, frías pero pragmáticas durante el mandato de Barack Obama, han comenzado con mal pie. Trump y su equipo ya han protagonizado una serie de encontronazos con China en áreas que este país considera “innegociables”, Taiwán y las islas en disputa en el mar a su sur. Mientras Trump amenaza con aranceles y medidas proteccionistas, el presidente chino, Xi Jinping, se ha ofrecido ante el mundo en Davos como la gran alternativa defensora de la globalización económica –matiz importante: solo económica–, del libre comercio y de la lucha contra el cambio climático.

Ante la incertidumbre que genera la futura política exterior estadounidense, países como Vietnam consideran la posibilidad de reconducir su relación con China. Otros, como Malasia o Filipinas, ya habían comenzado su aproximación antes de las elecciones estadounidenses. Este año Corea del Sur celebrará nuevas elecciones y puede elegir un gobierno más cercano a Pekín. Japón, en el otro lado, se ha apresurado a levantar la mano para recordar a Trump que es el mejor aliado estadounidense en la región. La muerte del TPP representa un revés para Tokio; para su derechista primer ministro, Shinzo Abe, deseoso de potenciar las fuerzas niponas, los llamamientos durante la campaña del nuevo presidente a que este país se hiciera cargo de su propia defensa pueden suponer una oportunidad.

ÁFRICA

El Sáhara y Libia, a la espera de soluciones. Por FRANCISCO PEREGIL

El rey de Marruecos, Mohamed VI, tenía una excelente relación con Hillary Clinton. Ella alabó ante los inversores de Wall Street la forma en que el rey gestionaba “el proceso de cambio” en su país. Y las filtraciones de Wikileaks revelaron un mensaje en el que una consejera de la candidata presidencial aseguraba que Mohamed VI se había comprometido a donar a la Fundación Clinton 12 millones de dólares (11 millones de euros), “aproximadamente”, si Hillary Clinton asistía a una conferencia del foro Clinton Global Initiative (CGI), para el desarrollo de África y Oriente Próximo. La millonaria donación nunca fue probada, pero a raíz de la polémica la candidata canceló su presencia en Marrakech. Quedó patente, en cualquier caso, la buena sintonía entre Mohamed VI y Hillary Clinton.

El Frente Polisario no veía con ojos esperanzadores la llegada de Clinton. Ahora, sin embargo, alberga un rayo de esperanza. Las dos partes implicadas son conscientes de que Trump no tiene en su radar el conflicto del Sáhara. Pero en el Frente Polisario albergan la esperanza de que el expresidente demócrata James Baker y antiguo enviado especial de la ONU ante el Sáhara Occidental, ejerza como asesor de la Casa Blanca en cuestiones internacionales.

La nota predominante es la imprevisibilidad. Una cosa es el candidato Trump que reniega de cualquier sacrificio -militar y económico- en política exterior y otra es el presidente Trump. Ni en Mauritania, ni en Marruecos, Argelia, Túnez o Libia, nadie parece tener claro cuál será la hoja de ruta de Estados Unidos. Marruecos se ve como un socio clave en su lucha contra el terrorismo. Y así se encargó de recordárselo Mohamed VI a Trump en su mensaje de felicitación por la victoria en las presidenciales. El rey mencionó “las relaciones históricas fuertes” y la coordinación de ambos Estados en la lucha “contra todas las formas de extremismo”.

En este último país, será clave la relación que consiga establecer Trump con Egipto y con el hombre fuerte de Libia en el este del país, el mariscal Jalifa Hafter, quien no reconoce el Consejo Presidencial apoyado por la ONU y con base en Trípoli.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_