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Columna
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El populismo airado ocupa la Casa Blanca

Bastaría con que Trump escuchara a Hipócrates: sobre todo, no hacer daño

Francisco G. Basterra
El presidente Donald Trump llega a su ceremonia de investidura en el Capitolio, Washington, este viernes.
El presidente Donald Trump llega a su ceremonia de investidura en el Capitolio, Washington, este viernes. J. Scott Applewhite (AP)

La ola provocada por la rebelión contra las élites políticas, potenciada por los nacionalismos y el populismo, y la rabia y la ansiedad sentidas por los perdedores de la Gran Recesión, que ya inundó Europa en primavera con el Brexit, alcanzó este viernes a mediodía a los Estados Unidos. Su energía ha descolocado a medio mundo provocando miedo e incertidumbre. La marea llegó hasta la colina del Capitolio, donde Donald Trump tomaba posesión como el 45º presidente de la nación más poderosa de la tierra. ¿De verdad que este tipo va a ser presidente?, se preguntaba Maureen Dowd en el New York Times. Sí, y Trump es el impulsor del tsunami que afronta la democracia a comienzos de 2017.

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En su primer discurso a la nación y al mundo, un ejercicio de nacionalismo y populismo airado, el nuevo presidente declaró que ayer la gente volvió a recuperar el gobierno del país, de las manos de la casta de Washington, y que con su nueva visión de América primero, la gente nunca volverá a ser olvidada. Asumamos que hay que vivir con Trump, al menos conllevarnos con este presidente que ha roto los moldes.

Este multimillonario narcisista e impetuoso, regido por la imprevisibilidad, creyente en la intuición como valor supremo, ya tiene a su alcance el botón nuclear. Concluido el juramento de Trump, un militar que portaba un maletín de aluminio y cuero, de 20 kilos de peso, con las claves necesarias y un menú de objetivos, para desatar un ataque nuclear estratégico, abandonó la proximidad de Obama, para situarse discretamente junto al nuevo presidente, del que será su sombra.

Para muchos comienza un camino ignoto: la desaparición del orden liberal occidental tal como lo hemos conocido en los últimos 70 años. Para Trump y sus ideólogos, un gabinete de coalición de plutócratas y militares ideologizados, es la oportunidad de construir una nueva arquitectura internacional, quizás usando a Rusia para confrontar a China; con el repliegue de EE UU, el interés del país lo primero, todo es negociable y objeto de transacción; la globalización congelada o dejada en manos de China, regreso al viejo proteccionismo. La fantasía de construir el mundo desconectándonos de él.

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Desprecio hacia la Unión Europea y el deseo de su desmembración; la obsolescencia de la OTAN, y la insoportable equiparación, como aliados, de Putin y Merkel. Liderazgos de políticos fuertes, Putin, Xi Jingping, Erdogan, Trump, cierre de fronteras.

Nos equivocaríamos si pensamos que Trump vacilará, será paciente y reflexivo y se someterá a los controles y equilibrios del sistema. Prometió un gran cambio y hacerlo todo al revés, a su manera. El problema de Trump es que no sabe lo que no sabe. Su arranque presidencial será rápido y furioso, con el objetivo de demoler la obra de Obama. La deplorable transición que ha protagonizado no presagia una presidencia razonable.

Ojalá Trump nos defraude y no confirme la extendida idea de que no está preparado, ni intelectual ni temperamentalmente, para ocupar la Casa Blanca. Bastaría con que Trump siguiera el precepto de Hipócrates, Primum non nocere, sobre todo, no hacer daño.

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