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Tribuna
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Mister Universo (Parque San Pío, Bucaramanga)

¿Colombia? Por supuesto que el presidente Donald J. Trump sabe qué país es

Ricardo Silva Romero

Cuando el magnate Donald J. Trump acababa de ser elegido presidente de los Estados Unidos con tres millones de votos menos que su contendora, y había sido elegido porque el mundo sólo sabe ser un drama, un padre de familia desinformado pero consciente del desastre me dijo “pero qué se puede esperar de un tipo al que llaman por su apodo: Trump”. Nada bueno. Nada. Pero lo peor de semejante asunción, que es una reivindicación de la demencia y de la distorsión, es el envalentonamiento de los fanáticos inescrupulosos del planeta: el certificado de sanidad que les otorga a tantos desquiciados dispuestos a vengar el mundo de antes, a vengar el pasado que se han puesto como meta. Por ejemplo aquí en Colombia: Ordóñez, un líder bumangués de extrema derecha que tiene ciertos seguidores, madrugó a darle la bienvenida al millonario gringo en su cuenta de Twitter.

“Bienvenida al presidente @realDonaldTrump!”, escribió sin abrir el signo de admiración y sin redactarlo demasiado. “Que regrese el liderazgo, la firmeza, el carácter, el orden y la justicia a la Casa Blanca!”, agregó. Y sí: tendría que haber escrito “que regresen”. Pero sobre todo tendría que no haber escrito nada porque ese “verdadero Donald Trump”, que también es el falso, no sólo no tiene ni idea de quién es el tal Ordóñez –podrían decirle “pues Ordóñez: el Trump colombiano”, y al peluquín presidencial le daría igual–, sino que en su patriotero discurso de posesión dejó claro que el suyo es el único país que le interesa. Por qué: porque es suyo. Y desde que tiene memoria está cansado de que Estados Unidos sólo sea imperio allá afuera: que los parásitos del mundo se las arreglen como puedan.

¿Colombia? Por supuesto que el presidente Donald J. Trump sabe qué país es Colombia: si Miss Colombia fue Miss Universo en 2015; si en 2016 Miss Colombia fue Miss Universo por unos minutos porque el presentador se equivocó. Y sí: la droga. Y los narcos bigotudos que dentro de poco van a tropezarse con un muro. Y esos presidentes de corbata que, a pesar de los alaridos rancios de Chávez, de Correa, de Morales, de Maduro, “¡yanqui go home!”, desde 1998 han sido verdaderos aliados de Estados Unidos: el expresidente Bush pintó al expresidente Uribe con cuatro dedos nomás, pero lo pintó. Y sin embargo, aun cuando buena parte de la inversión en Colombia haya terminado en las cuentas de los empresarios gringos, primero lo primero: todo lo que no sea “hacer grande a América otra vez” puede esperar.

Por ejemplo: responderle a Ordóñez. Ordóñez puede decirle “pero presidente @realDonaldTrump: soy el exconcejal lefebvrista que quemó libros libertinos en el Parque San Pío de Bucaramanga; soy el exconsejero de Estado que escribió el tratado Ideología de género para combatir el embeleco de la diversidad; soy el exprocurador que persiguió el aborto legal, la eutanasia reglamentada, el proceso de paz; soy el vigilante que tuvo el carácter para sancionar a cientos de funcionarios corruptos”, pero que no vio los monumentales sobornos de Odebrecht, que salió de su cargo por haber sido reelegido por magistrados familiares de sus subalternos y usó su puesto para hundir rivales y perfilarse como candidato presidencial. Ordóñez, que adora Cara al sol, puede dar mil bienvenidas: allá él. Pero Trump no va a darle las gracias.

De qué. Si es Ordóñez el que debe estar agradecido con el nuevo presidente de Estados Unidos por animar a los fanáticos del mundo a encender sus países, a alentar el racismo y el machismo y la homofobia, a izar las banderas violentas del nacionalismo, a decretar “la hora de la acción” contra “los discursos vacíos de los políticos” para que los descorazonados aplaudan a rabiar su peor derrota.

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