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Columna
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Cármen Lúcia, una efigie candidata a todo

La figura de la actual presidenta del Supremo Tribunal Federal de Brasil despierta inesperados consensos populares

Juan Arias

En un momento en el que la sociedad brasileña revela índices mínimos de aprecio por políticos y hombres públicos, la figura de la actual presidenta del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Carmen Lucia, despierta desde hace unos meses inesperados consensos populares.

El hecho de haber trabajado durante las vacaciones por voluntad propia, para poder homologar las llamadas "delaciones premiadas" en el proceso de Lava Jato de los 77 directivos de Odebrecht —conocidas como de "fin del mundo" porque pueden llevar al banquillo a media clase política—, ha sido aplaudido a nivel nacional.

Carmen Lucia está caminando con pies de plomo al frente de un Tribunal Supremo formado por personalidades con inevitables ambiciones y egos desvariados. Decir que es amada entre sus colegas sería exagerar, pero por ahora es solo respetada y, en silencio, criticada. 

De Carmen Lucia se conocen su sentido de austeridad, la sencillez de su vida privada, su biografía sin sombras y su disciplina espartana en el trabajo, herencia de una formación religiosa. También es célebre su afirmación “En la historia reciente del país, la mayoría de los brasileños creíamos que la esperanza había vencido al miedo. Hoy detectamos que el cinismo venció a la esperanza”.

Su primer discurso al tomar posesión como presidenta fue contundente contra el pecado de la corrupción que agarrota la vida política y empresarial y que ha hecho perder la confianza de la sociedad.

En sus primeros actos al frente del Supremo reveló que era consciente de lo que la sociedad está exigiendo de los responsables de la vida pública. Fue a la ceremonia de posesión en su coche personal conducido por su hermana y sin escolta y anuló la fiesta tradicional de estos casos alegando que Brasil no está para gastos ni conmemoraciones. 

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De pocas palabras, amante de la literatura, reflexiva y poco proclive a los enjuagues de bastidores y a las confidencias interesadas a los periodistas, Carmen Lucia es, al mismo tiempo, una magistrada prudente que sabe actuar desconcertando a quienes intentan encuadrarla en clichés ideológicos. 

Como buena hija del Estado de Minas Gerais, sabe nadar y conservar la ropa y revela dotes de prudencia y audacia. Inesperada en sus votos a la hora de juzgar, criticada por algunos como indecisa, fue firme en defender los derechos humanos votando, por ejemplo, a favor de la unión de parejas homosexuales, de las células madres o de la legitimidad del aborto en los casos de fetos con deformaciones en el cerebro.

Carmen Lucia ha sido acusada por alguno de sus propios colegas de "hablar poco". Algunos de sus críticos quizás hablen demasiado fuera de las sentencias judiciales. Es difícil saber quiénes son sus amigos políticos, pero lo que nadie niega es el respeto a su persona. Ante la penuria de líderes en quienes confiar, arrastrados la gran mayoría por las aguas turbias de las acusaciones de corrupción, la figura de Carmen Lucia, se yergue hoy con esperanza ante la desilusionada opinión pública.

Por ahora, Carmen Lucia es solo un  enigma en todo menos en sus críticas al machismo reinante en la sociedad y en la denuncia de los prejuicios contra la mujer: “Pueden no hablar (los hombres) pero el prejuicio pasa por la mirada, el gesto, por la broma o el chiste”. Denuncia, por propia experiencia, que la mujer, para ser apreciada por el hombre, “debe trabajar y esforzarse el doble de él”.

Es dura en sus juicios sobre el momento crucial que atraviesa Brasil: “Nosotros los brasileños tenemos que asumir la osadía de los canallas”. No es ninguna pesimista y cree que “el tiempo es también de esperanza: hombres y mujeres están en la calle luchando por sus derechos. Nos hemos cansado de ser un país de un futuro que nunca llega”. Para ella “la Constitución no es utopía, ni la Justicia un sueño”. Afirma que “en tiempos de dolores multiplicados, hay que multiplicar también la esperanza”. Para ella, Brasil “somos todos y cada uno de nosotros”. Ella es mujer a la que le gusta más sumar que dividir.

Ante su personalidad, que contrasta con la masa informe de buena parte de los hombres públicos, no es extraño que se esté convirtiendo para muchos en una alternativa para las presidenciales del 2018. Aunque no falta quienes, en estos tiempos de turbulencia política e incertidumbre judicial, la prefieran en su papel al frente de la Suprema Corte como garantía de que la justicia sea igual para todos y que el proceso del caso Lava Jato no termine en aguas de borraja.

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