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El juez Gorsuch, un conservador amable en la revolución de Trump

El nominado para el Tribunal Supremo defiende interpretar la Constitución como pretendían los fundadores

Marc Bassets
El juez Neil Gorsuch, candidato del presidente Donald Trump para el Tribunal Supremo
El juez Neil Gorsuch, candidato del presidente Donald Trump para el Tribunal SupremoDrew Angerer (AFP)

Por unos minutos, Donald Trump casi pareció un presidente convencional. Tras una primera semana en la Casa Blanca de caos y desconcierto, el anuncio del juez Neil Gorsuch para ocupar la plaza vacante en el Tribunal Supremo actuó como un bálsamo en un Partido Republicano inquieto ante los primeros movimientos de su presidente.

Gorsuch es un conservador pata negra, un juez que combina un nutrido pedigrí académico con una filosofía judicial parecida a la del juez al que sustituirá, el fallecido Antonin Scalia, tótem intelectual de la derecha.

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Todo esto, mezclado con un talante conciliador que en el pasado le ha servido para recabar apoyos no sólo en las filas republicanas sino en las demócratas, que en 2006 aprobaron su nominación como juez federal de apelaciones en Denver.

Trump ha señalado a los votantes conservadores y al establishment republicano que cumple sus promesas. Con Gorsuch en el tribunal, creen que en cuestiones fundamentales para la derecha, como el aborto o el derecho a portar armas, el nuevo juez no les fallará.

“Incluso si no podéis soportar a Donald Trump, si creéis que Donald Trump es el peor, votaréis por mí. ¿Y sabéis por qué? Los jueces del Tribunal Supremo”, decía Trump en los mítines de campaña. La promesa de sustituir a Scalia con otro conservador fue clave para atraer el voto de muchos en la derecha horrorizados por las salidas de tono de su candidato.

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En Estados Unidos, el sistema de contrapoderes otorga al Tribunal Supremo una autoridad, si no igual, superior a las ramas ejecutiva y legislativa. Este país —su historia, sus dramas, sus fracturas— no se entienden sin esta institución.

El Tribunal Supremo avaló la esclavitud con la infame sentencia Dred Scott contra Sandford en 1856, en vísperas de la Guerra Civil. En 1954, Brown contra el Consejo Educativo de Topeka declaró inconstitucional la segregación en las escuelas. En 1973 Roe contra Wade garantizó el derecho al aborto. Y en 2015 los jueces decidieron en el caso Obergefell contra Hodges que el matrimonio homosexual era constitucional y lo legalizaron en todo el país.

Basten estos ejemplos para mostrar que un nombramiento de un juez del Tribunal Supremo es una de las decisiones más trascendentes que puede tomar un presidente. El cargo es vitalicio. Las plazas raramente quedan vacantes y los presidentes tienen pocas ocasiones —por jubilación voluntaria o por deceso— para designar a un juez. Cada una de estas ocasiones es un privilegio: la posibilidad de dejar huella durante décadas. Cuando el juez tiene 49 años, como Gorsuch, la perspectiva temporal se amplía.

El demócrata Barack Obama, tuvo dos oportunidades para dejar huella. Nombró a dos mujeres: Sonia Sotomayor y Elena Kagan. La tercera oportunidad se le presentó con la muerte inesperada de Scalia, el 13 de febrero de 2016. Nombró al prestigioso juez Merrick Garland para sustituirle, pero los republicanos, que controlaban el Senado, se negaron ni siquiera a organizar las audiencias necesarias antes del voto de confirmación. Querían ceder al nuevo presidente el privilegio de elegir al nuevo juez, y así es como en la noche del martes, en la Casa Blanca, el republicano Trump anunció el elegido.

Gorsuch no es un populista al estilo de quienes rodean a Trump en la Casa Blanca. Si el Senado le confirma, será el único WASP (acrónico de blanco anglosajón proteste, la vieja élite de EE UU) en el Supremo. Nació y creció en Colorado, pero se formó en las universidades elitistas de la Ivy League —Columbia y Harvard, donde fue compañero de promoción de Barack Obama— y en Oxford. Los primeros pasos judiciales los dio como colaborador del juez del Supremo Anthony Kennedy, un detalle en el que los estudiosos de esta institución ven clave. Después de trabajar en un bufete de Washington y de pasar por la Administración de George W. Bush, comenzó su carrera como juez.

Ideológicamente se le considera un originalista, como Scalia, es decir, un juez que cree que hay que al interpretar la Constitución hay que tener en cuenta lo que querían decir sus redactores a finales del siglo XVIII. Como Scalia, insiste en que los jueces no deben invadir las competencias de los legisladores, un reproche que se ha lanzado desde la derecha a los jueces que aprobaron el matrimonio homosexual.

La conexión con Kennedy es relevante porque, a los 80 años, Kennedy puede estar pensando en la jubilación. Al nombrar a Gorsuch, Trump le habría enviado una señal subliminal: la garantía de que podía retirarse con tranquilidad, sin tener que sufrir porque el presidente le sustituyese por un juez incendiario, un juez trumpista.

Este es el primer movimiento de una partida que se jugará en los cuatro u ocho años que puede durar la presidencia Trump. Gorsuch restituye el equilibro entre ambos bandos. La eventual baja de Kennedy o de algún progresista —Ruth Bader Ginsburg tiene 83 años y Stephen Breyer, 78— rompería el equilibrio en favor de la derecha, que ya controla la Casa Blanca y el Congreso.

Trump ha dejado su primera marca en el Tribunal Supremo. Es probable que no sea la última.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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