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Viejas armas, nuevos conflictos

La mayoría de la tecnología militar que hoy emplea Occidente se creó en los noventa, cuando Internet y los móviles estaban en desarrollo, y necesita una actualización para enfrentarse a las nuevas amenazas

Mando de operaciones de Ciberdefensa, en el Cuartel de Retamares, a las afueras de Madrid.
Mando de operaciones de Ciberdefensa, en el Cuartel de Retamares, a las afueras de Madrid.Uly Martín

En Europa del Este, Oriente Próximo y Asia Pacífico, el conflicto militar entre naciones vuelve a ser una posibilidad. La narrativa occidental vigente desde el fin de la Guerra Fría que propugna que un enfrentamiento bélico de alto nivel entre países ya no es un supuesto plausible ha tocado a su fin. Y los ejércitos buscan nuevas formas de aumentar su capacidad ofensiva frente a potenciales enemigos mediante el uso de la tecnología. La última vez que los militares europeos desarrollaron sistemas de armamento pensando en oponentes de alto nivel, los ordenadores personales no habían llegado a los hogares, Internet era un avance incipiente y los móviles todavía estaban desarrollando la segunda generación (2G). Si la tecnología que usamos de forma cotidiana ha cambiado radicalmente desde el fin de la Guerra Fría, la tecnología militar también.

Sin embargo, la abrumadora mayoría de las herramientas militares de alta gama que se emplean hoy en las fuerzas armadas europeas —e incluso estadounidenses— se diseñaron y fabricaron a finales de los ochenta y principios de los noventa. Los principales sistemas de armamento se han ido actualizando a lo largo de los últimos 15 años con mejores componentes electrónicos, sensores, blindajes, munición, misiles y demás. Pero la mayor parte de los nuevos programas se han visto limitados por unos plazos de fabricación tan largos que han hecho imposible disponer de los nuevos productos de forma rápida. Otros programas fueron cancelados en los noventa debido a la carencia (aparente) de amenazas a nivel nacional. Así, la tecnología militar se ha producido en un volumen tan escaso que resulta extremadamente cara y difícil de mantener. Por ejemplo, los submarinos de la clase Astute de la Marina Real británica o las fragatas Álvaro de Bazán de la Armada española.

¿Cómo será la tecnología militar en la próxima década? Teniendo en cuenta que Rusia y China son amenazas potenciales cada vez mayores y que los presupuestos europeos siguen muy ajustados a causa de la crisis financiera, ¿se podrán desarrollar nuevos sistemas que incorporen tecnología de vanguardia a un ritmo lo bastante rápido como para producir un número significativo de unidades?

Disponer de datos de reconocimiento y localización de objetivos y compartir esa información es una de las claves del ejército actual

Programas como el F-35 Lightning II, el franco-británico FCAS (Sistema Futuro de Combate Aéreo), las pruebas de los prototipos láser y el nuevo concepto de tanque de combate germano-francés, intentan mejorar la capacidad de los ejércitos occidentales en el campo de batalla. Pero todas las fuerzas armadas europeas dependen de tanques, buques, aviones, artillería y armas que llevan en servicio muchos años y que no se pueden sustituir en masa en una década sin un considerable aumento del gasto de defensa.

Sí ha avanzado de forma extraordinaria desde la Guerra Fría la tecnología de comunicación que conecta estos sistemas. Gracias a ello se ha conseguido mejorar la gestión de la información, clave para las operaciones contra la insurgencia que definieron las campañas en Irak y Afganistán.

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La disponibilidad de una gran cantidad de datos de reconocimiento y localización de objetivos proveniente de múltiples fuentes, así como la capacidad de compartir con rapidez información sobre objetivos entre diversos sistemas de armamento, es una de las dos razones principales que hace al ejército contemporáneo mucho más eficaz ahora que en 1990, a pesar de apoyarse en los mismos sistemas. La otra razón es el paso de la munición convencional a municiones guiadas de precisión. Estos dos cambios han garantizado que las fuerzas occidentales tengan un mejor conocimiento de la situación en el campo de batalla y que sea posible sacarle el máximo partido a un armamento diseñado en la Guerra Fría, que tiene a su disposición un número limitado de misiles, proyectiles y bombas. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que es previsible que las fuerzas enemigas desplieguen inhibidores de frecuencias y ciberataques, entre otros medios posibles, para interferir en las redes y comunicaciones.

Dadas las previsiones en el gasto de defensa, es probable que la innovación tecnológica militar en Occidente se limite durante la próxima década a poner en servicio un volumen pequeño de material y tecnología, pero que sea realmente novedoso. Esa capacidad de innovación se centrará probablemente en garantizar que el armamento antiguo que todavía supone el grueso del material de combate reciba los datos de situación y localización de objetivos que necesita para resultar efectivo contra oponentes más sofisticados. La duda es si el esfuerzo será suficiente para hacer frente a los sistemas de guerra electrónica que se han diseñado a medida para trastocar la sofisticada estrategia bélica occidental, tal como se vio en 1991 y 2003.

Un caso al margen de las tendencias que hemos comentado es la proliferación y mayor capacidad de los sistemas de armamento autónomos. Desde hace décadas, los ejércitos occidentales han ido delegando la decisión de emplear armas letales a sistemas automáticos, muy notablemente en el caso de sistemas artilleros antimisil, que protegen los barcos contra misiles y ataques aéreos. Se requiere tal velocidad de respuesta que cuando estos sistemas están activos funcionan de forma autónoma, con un ordenador que toma la decisión de abrir fuego usando como base unos parámetros previamente programados.

Muchas aeronaves de combate modernas están bastante automatizadas en lo que se refiere a la gestión de sus sistemas y el proceso de detección de amenazas, aunque la decisión de usar fuerza letal sigue dependiendo del ser humano. En los últimos años, sin embargo, han surgido prototipos de aeronaves con autonomía para realizar ataques y labores de reconocimiento. Todos ellos son prototipos de vehículos aéreos de combate no tripulados (UCAV) que podrían volar y ejecutar sus propios planes de combate para cumplir los objetivos de una misión asignada por personas. Así se reduce la intervención humana en el proceso de eliminación de objetivos.

Estos sistemas ofrecen indiscutibles ventajas militares. Una de ellas es que, una vez programadas estas armas, la misión tiene un margen de error menor que cuando es una persona quien tiene que apretar el gatillo. La cuestión no es si la tecnología está lo bastante avanzada para fabricar tales sistemas de armamento, sino los obstáculos éticos y políticos que conllevan. Vale la pena tener en cuenta que la decisión de empezar a utilizarlos puede ser tomada en primer lugar por China, por ejemplo. Es muy probable que los cálculos éticos de la potencia asiática puedan ser diferentes a los de sus homólogos occidentales, pero lo que parece claro es que empujarán a otros a seguir sus pasos.

Justin Bronk es investigador de combate aéreo y tecnología del Royal United Services Institute (RUSI).

Traducción de Germán Ponte.

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