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Tribuna
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Propaganda sucia desde ya (Salvador, Bahía)

Odebrecht: una versión previsible, y de bajo presupuesto, y colombiana, de la espeluznante 'House of Cards'

Ricardo Silva Romero

Breve guía de la política colombiana de hoy: es exactamente lo que se ve en House of Cards, pero con el agravante de que los protagonistas no tienen la gracia de Kevin Spacey o Robin Wright. Por estos días, por causa de los sobornos de Odebrecht, que se tomaron el continente desde Salvador, Bahía, como una catástrofe nuclear, han empezado a vérsele las costuras al juego: los unos enlodando a los otros para que no quede nadie limpio en el partidor de las presidenciales del 2018. Tanto la virulencia como su inutilidad recuerdan el quejido “trae tu abogado que yo traeré el mío” de una canción de George Harrison sobre las peleas de los Beatles: Sue Me, Sue You Blues. Estos políticos colombianos, los que adoran al expresidente Uribe y los que siguen al presidente Santos, antes de odiarse fueron de una misma banda.

Breve guía de la campaña presidencial un año antes de que empiece: la senadora López, que no le debe nada a nadie, se lanza bajo la premisa de que ahora –sin el pretexto de las guerrillas– el enemigo a vencer es la corrupción; el excandidato uribista Zuluaga se ve obligado a responderle a “la opinión”, que es lo que antes se llamaba “la justicia”, pues los soplones de Odebrecht juran haberle dado 1,6 millones de dólares al estratega de su campaña; el excongresista Bula es capturado por haber recibido un soborno de 4,6 de la constructora brasilera –que al parecer hacía otras cosas aparte de sobornar políticos–, pero la noticia es que el reo, cercano a un primo de Uribe, jura haberle dado parte del dinero maldito a la campaña de Santos.

Por supuesto, este lodazal, este blues del “Yo te enlodo, tú me enlodas”, empezó en las pasadas presidenciales. Cuando el uribista Zuluaga perdió las elecciones, Uribe aseguró que la campaña reeleccionista de Santos había recibido 12 millones de dólares del narcotráfico, pero no fue a la Fiscalía a dar las pruebas, sino a embolarse los zapatos: el daño estaba hecho. Cuando se descubrió que un hacker del proceso de paz trabajaba en la campaña de Zuluaga –que cuando está en problemas no es la campaña uribista sino la de Zuluaga–, la disciplinada ultraderecha denunció que el espía era un infiltrado de la oficina de inteligencia del gobierno de Santos: la Fiscalía concluyó que era una calumnia, pero toda calumnia es impugnada cuando ya ha cebado a los “odiadores” del calumniado.

Fue el propio Fiscal quien contó el miércoles pasado que aquel reo uribista “habría” ayudado a financiar la campaña santista con plata de Odebrecht. Y, cuando el escándalo ya había embotado al país y los troles de las redes ya habían proferido sus condenas y compulsado copias a miles de jueces –y ahí estaban las fotos falsas que lo probaban–, fue el Fiscal mismo quien salió a aclarar que sólo estaba diciendo lo que dicen. Semejante absurdo sólo tuvo sentido dentro del juego. Y así ha sido y va a ser y se va a poner peor –una pesadilla mediocre, una campaña permanente con incesante propaganda negra– de aquí a que las redes sociales sean domadas: multiplique por la política las ansias de tener seguidores, y como resultado obtendrá el infierno.

Todos los días suceden las noticias que serán la Historia: la marcha de las Farc hacia el desarme, por ejemplo. Pero estas campañas de humo sólo nos dejan ver el presente: consciente de que a los politiqueros de siempre les sonará falsa la lucha contra la corrupción –la bandera de la senadora López– el senador Gaviria, que fue de la ultraizquierda a la ultraderecha en una sola vida, ya está prometiendo a los incautos que el uribismo cambiará el acuerdo de paz en caso de volver a la presidencia.

Como en una versión previsible, y de bajo presupuesto, y colombiana, de la espeluznante House of Cards.

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