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Epidemia de fugas en los zoos de medio mundo

La panda roja 'Sunny' se suma a los animales que se convirtieron en héroes populares tras escapar de sus jaulas

Guillermo Altares
La panda roja 'Sunny', antes de su fuga, en el zoo de Virginia.
La panda roja 'Sunny', antes de su fuga, en el zoo de Virginia.AP

El pulpo Inky en el Acuario Nacional de Nueva Zelanda, el orangután de Sumatra Indah en el zoo de Chester (Reino Unido), la lechuza Oscar en Adelaida (Australia), el gato montés Ollie en Washington, una pareja de capibaras en el zoo de Toronto (que recibieron el apodo de Bonnie

and Clyde), el gorila Kumbuka en Londres... En los últimos meses, los zoos de medio mundo han vivido una epidemia de fugas de animales, pero una se lleva la palma: una panda roja llamada Sunny que lleva desaparecida del zoo de Virginia (EE UU) desde la noche del 23 de enero.

Las fugas en los zoos gozan de una vieja tradición cinematográfica y literaria. Una de las mejores películas de animación de los últimos años es Chicken Run, de Peter Lord y Nick Park, los creadores de Wallace y Gromitt. Recrea La gran evasión, el clásico sobre un campo de prisioneros en la II Guerra Mundial, pero con gallinas de plastilina que tratan de escapar como pueden de una granja. Una de las canciones más conocidas (y de humor más bestia y políticamente incorrecto) de George Brassens relata la escapada de un gorila del zoo en busca de pareja: acaba siendo un alegato contra la pena de muerte, porque el animal, confundido con la toga, decide tratar de aparearse con un juez que grita, canta Brassens, "como el condenado al que acababa de enviar al patíbulo". La serie de películas de animación Madagascar narran las diferentes escapadas de unas cuantas criaturas del zoo de Central Park, en Nueva York, para descubrir que la vida en libertad no es tan agradable como pensaban.

Ya sea por toda esa carga de ficción y por la influencia infantilizadora de Walt Disney, como proclaman algunos, o, como sostienen otros, por los enormes avances científicos en la comprensión de la inteligencia de los animales —se acaba de publicar en EE UU un libro, The Soul of an Octopus: A Surprising Exploration into the Wonder of Consciousness, de Sy Montgomery, que desafía todos nuestros conocimientos sobre la mente de los pulpos, que tampoco eran muchos, dicho sea de paso—, todas estas fugas han recibido una atención mediática enorme.

"¿Por qué Sunny se escapó del zoo de Virginia? ¿Tal vez para evitar la reproducción?", titulaba el diario The New York Times una semana después de la huida. El diario neoyorquino regresó al tema en otro artículo en el que citaba a un portavoz de la Asociación de Zoos y Acuarios de EE UU, que señalaba que no existen datos precisos de fugas de zoos, aunque calculaba que no superaban las seis al año. "Es muy raro que un animal consiga mantener su evasión durante tanto tiempo", explicaba. En los últimos meses, se han roto todas las estadísticas.

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Los fugas de animales salvajes siempre provocan una cierta inquietud, en algunos casos justificada y, en otros, bastante exagerada. El gato montés Ollie, totalmente inofensivo para los humanos, provocó el cierre de varios colegios cercanos en Washington hasta su captura. En

el caso de los grandes simios en fuga sí es normal que se tomen precauciones: son unos gigantes pacíficos, pero dotados de una fuerza descomunal que pueden utilizar si se sienten amenazados, molestados o desafiados (y es mejor no experimentar con lo que un gran simio considera una posible amenaza, molestia o desafío).

La fuga de Kumbuka, en octubre de 2016, provocó una crisis en el zoo de Londres y la movilización de 23 policías. Los pocos visitantes que quedaban a esa hora en el parque fueron obligados a confinarse en los edificios con las puertas cerradas hasta que el gorila, un macho

enorme de espalda plateada, fue reducido con dardos tranquilizantes. La máxima fechoría que Kumbuka había perpetrado durante su breve fuga fue beberse cinco libros de zumo de grosella sin diluir.

Las capibaras (el mayor roedor del mundo, que vive en los pantanales de América del Sur) del zoo de Toronto se convirtieron en héroes populares, sobre todo porque su evasión se prolongó durante cinco semanas, aunque para su captura no fue necesario recurrir a métodos demasiado contundentes: se dejaron atrapar en una trampa con una carnaza a base de frutas y maíz. La escapada del pulpo Inky (un juego de palabras con ink, tinta en inglés) saltó a los titulares de la prensa de medio mundo por la habilidad que demostró el cefalópodo para escabullirse de su acuario, recorrer unos cuantos metros por el suelo y colarse por una tubería hasta el mar. De hecho, la película de dibujos animados de Pixar Buscando a Dory muestra un pulpo con similares habilidades. "Pensaba que era una historia local, pero me sorprendió la repercusión que tuvo", explicaba a la revista National Geographic Rob Yarrell, responsable del acuario de Nueva Zelanda. "No creo que fuese desdichado con nosotros. Los pulpos son además criaturas solitarias. Pero son también animales muy curiosos, que quieren saber siempre lo que ocurre más allá. Es su personalidad".

El campeón de todas las evasiones fue el orangután de Borneo Ken Allen, que recibió el título de Houdini peludo después de escapar tres veces de su cada vez más fortificado recinto en el zoo de San Diego (California). Durante todas sus fugas se mostró curioso, tranquilo y pacífico y llegó a convertirse en un mito: se hicieron camisetas, pegatinas con el lema Free Ken Allen y canciones. Hasta tiene su propia entrada en Wikipedia. Falleció en 2000 a los 29 años y una estatua le recuerda en uno de los mejores zoos del mundo.

Tal vez les prestamos sentimientos que son más nuestros que suyos y solo estamos empezando a comprender cómo piensan, sienten y perciben, pero no hay duda de que las fugas de zoológicos nos acercan al resto de criaturas con las que compartimos el planeta. Ya sean motivadas por la curiosidad, el ansia de libertad o la evasión ante una pareja inapropiada, es inevitable que nos alegremos por ellos, aunque solo empleen sus breves momentos fuera de los barrotes para empacharse de zumo de frutas.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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