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Tribuna
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La censura en los tiempos de las redes (Guamerú, Risaralda)

En Colombia las derechas caen en la tentación de llamar “opositores” a los periodistas que les cuentan cómo han reducido la política a mafia

Ricardo Silva Romero

Pirry es colombiano pero no tiene pelos en la lengua. Durante dieciséis años presentó e hizo un programa de televisión de periodismo de investigación que no temió abrir ninguna olla podrida –desde el paramilitarismo hasta la pedofilia en la Iglesia–, pero que acaba de ser cancelado por el Canal RCN, sin mayores explicaciones ni nostalgias, justo cuando iba a ser relanzado. En honor a la verdad, el icónico RCN, propiedad de una familia de empresarios conservadores célebres por su exitoso negocio de bebidas azucaradas, siempre dejó en paz al periodista incapaz de los eufemismos. Pero en 2017 la verdad ya no es lo que era. Y, luego de financiar diez investigaciones que no verán la luz y de promocionar su regreso sin ambages, los ejecutivos del canal acabaron con el programa que decía por ellos que los hechos están por encima de las ideologías.

El presidente estadounidense Donald J. Trump, poniendo en escena el punto tres del manual del tirano, ya ha jurado a sus 62,985,106 electores que a partir de la semana pasada sólo serán verdaderas las noticias que él les dé: la prensa sólo servirá al pueblo, y no estará vendida a oscuros intereses, siempre que le sirva a él. También aquí en Colombia las derechas, que en la cenagosa primera década del siglo XXI fueron una sola sombra larga, han seguido cayendo en la tentación de llamar “opositores” a los periodistas que les cuentan cómo han reducido la política colombiana a mafia. Que regresara a la televisión el corajudo Pirry, que nació en 1970 en Tunja, en la conservadora Boyacá, con el nombre de Guillermo Prieto, era una noticia digna de una democracia.

Los grandes periodistas investigativos colombianos –Calderón, Coronell, Donadío, Gómez, Guillén, Molano, Montes, Orozco, Quevedo, Reyes, Ruiz, Soto– estaban un poco menos solos.

Se dijo el jueves pasado que RCN habría cancelado el programa de crónicas por no considerarlo necesario para el canal que aspira a ser –cuya línea editorial cada día se inclina más a la derecha–, pero también se habló de censura por parte del presidente del Congreso de la República: el senador Mauricio Lizcano. Diana Salinas, una de las periodistas del programa invisible de Pirry, dijo a W Radio que una de las primeras investigaciones que habrían salido al aire contaba con precisión la historia de cómo la familia Lizcano se valió de información privilegiada para comprar 51 hectáreas malditas en Guamerú, Risaralda: “cómo íbamos a saber que treinta años antes en esa finca habían desaparecido dos personas…”, reclamó en la misma emisora el senador, demasiado joven, a los 40, para ser tan viejo en el peor de los sentidos.

Salinas asegura que, cuando supo de las averiguaciones del programa, el senador Lizcano llamó a los señores de RCN a pedirles que no olvidaran “el favor del azúcar”: a finales del año pasado, luego de semanas de aplastante cabildeo, el Congreso frenó un impuesto a las bebidas azucaradas que no sólo hubiera combatido el sobrepeso que sufre uno de cada seis niños en Colombia, sino que, de paso, habría aportado 1,8 billones de pesos al sector de la salud. Quizás sea irónico, pero es cierto que el periodismo sensato es una garantía para los políticos serios: en esta era en la que crece silvestre la justicia, y la frase es “especulo, luego existo”, por obra y gracia de la abrupta cancelación del programa de Pirry Lizcano ha ido de víctima de la guerra –su padre, también congresista, estuvo ocho años secuestrado por las Farc– a victimario ante los ojos de las redes sociales.

Despotismo, censura, tráfico de influencias, despojo, corrupción: el periodismo serio, que cojea menos que la justicia, es la garantía de los sospechosos en un mundo en el que las hipótesis son tesis.

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