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Los adolescentes, carne de cañón del narco argentino

El Gobierno pretende bajar a 14 años la edad penal. En la 1-11-14, la villa más peligrosa de Buenos Aires, donde se lucha metro a metro por salvar a los niños, creen que empeorará las cosas

Un grupo de adolescentes camina por una de las calles de la villa 1-11-14 de Buenos Aires.
Un grupo de adolescentes camina por una de las calles de la villa 1-11-14 de Buenos Aires.Enrique García Medina

En el barrio de Flores, donde nació y creció el Papa Francisco, se pelea metro a metro. En cada esquina se libra una batalla silenciosa para ver de qué lado caen los niños de la 1-11-14, la villa más peligrosa de Buenos Aires, a pocos kilómetros del centro de la ciudad y sus avenidas parisinas. De un lado está el poderoso narco, que atrapa con el dinero y la sensación de poder que dan las armas. De otro las organizaciones sociales, la Iglesia y el Estado, que tratan de salvar a los niños y adolescentes de esta ciudad de chabolas de 70.000 habitantes. Hace dos meses Brian, de 15 años, salió de aquí con un arma y presuntamente mató a unas pocas calles a otro Brian, quinceañero como él, en un robo. Fue declarado inimputable y enviado a Perú con su abuelo. El escándalo llevó al Gobierno argentino, espoleado por una sociedad atemorizada, a prometer que bajará la edad penal de 16 a 14 años para que los narcos no utilicen a los menores como carne de cañón. Pero desde la 1-11-14 las cosas se ven de otra manera.

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In English: The Buenos Aires slum fighting to save its youngsters from drug dealers

Gustavo Carrara, un cura villero amigo del Papa que desde 2007 lidera la parroquia Madre del Pueblo, en el corazón de la villa, pasea por este paisaje desolado y saluda a todos mientras insiste en que bajar la edad penal empeorará las cosas. “Este no es un problema de chicos, es de grandes. Ellos no tienen la culpa. Meterlos en la cárcel solo servirá para que aprendan a robar mejor. La edad crítica son los 12-13 años. Hay que buscar que los chicos permanezcan en la escuela, es la última frontera. Ellos buscan pertenencia, identidad. Eso muchas veces en el barrio lo encuentran en una esquina, vendiendo droga. Hay que darles otra pertenencia. Por ejemplo, la actividad del club de fútbol. Además necesitan oportunidades. Si decís que vivís en la manzana 3 de la villa 1-11-14 no es fácil conseguir empleo”.

Carrara y su parroquia van ocupando metro a metro. Ya tiene casi dos manzanas: escuela, guardería, instituto, club de fútbol, centro de desintoxicación… Desde la iglesia se ve el estadio de San Lorenzo, el equipo del Papa, todo un coloso de primera división. Pero a pocos metros de esta isla está el infierno. Un mural con el Papa preside el campo de fútbol del club de la parroquia. Pero al otro lado de esa tapia hay un búnker, un centro de producción y venta de droga desde la más básica, la pasta de coca –el paco- con el que algunos adolescentes se convierten en zombies a plena luz del día, a la marihuana o la cocaína que anima las fiestas de otros barrios. Hasta el cura descarta meterse en algunas esquinas.

" Cuando me encañonan pienso: ¿por qué no estoy en Bolivia?".

Todo en la villa cambia en metros. En la avenida Riestra hay comercio, tráfico, calma. Al entrar en uno de los pasillos que llevan a ella la cosa se complica. Al detectar a personas extrañas comienzan silbidos y carreras de un lado al otro que solo se detienen tras un breve intercambio entre quienes controlan la zona y el referente de Barrios de Pie, una organización social que trabaja con los jóvenes de la villa, que acompaña a los recién llegados. "Son perros, los que vigilan y dan el aviso con silbidos", dice una vecina. "Pensaron que eran la yuta (policía) por los anteojos (gafas de sol)", agrega al salir del pasillo.

La inseguridad domina la villa. "Me robaron tres veces en nueve meses", dice Yamila, una boliviana de 30 años que dejó el año pasado su país con tres hijos a cuestas para venir a Buenos Aires, donde viven su madre y su hermana. "Tengo miedo. Cuando me encañonan pienso: ¿por qué no estoy en Bolivia?. Todas las noches se escuchan disparos", agrega.

"Más allá del paredón del club es la guerra. Los tienen atrapados".

Kevin, de 24 años, ha vivido en la 1-11-14 toda su vida. Como muchos otros, dejó el secundario a la mitad y empezó una “juventud descarriada”. La militancia política le sacó de las calles tres años después y ahora estudia para terminar el secundario y trabaja en la cooperativa Milagros, de Barrios de Pie. "Vivía la vida loca, tenía los ojos cerrados y no me daba cuenta de nada", dice. Asegura que a muchos jóvenes les gusta la "sensación de poder" que les da tener una pistola encima.

Matías, un joven que lleva un loro en el hombro, se está desintoxicando. Vino de La Tablada, en Rosario, para intentar una segunda oportunidad. Y ve cómo se llevan a los adolescentes al mundo del que él intenta salir. “Más allá del paredón del club es la guerra. Los tienen atrapados. Les ofrecen un fierro [arma], un videojuego, un celular caro, una moto, mucha plata. Cualquier cosa. Y los pibes van como locos”.

Rodolfo, un joven de la 1-11-14 de toda la vida, está en el combate cuerpo a cuerpo. Se dedica a arrebatar chicos al narco. “Ellos saben que los pibes de 14-15 años admiran a los reggetoneros que tienen el auto mejor, el que más brilla y ellos quieren exactamente lo mismo. El chabón que canta dice yo tengo todas las minas, toda la plata, la falopa (droga) acá, miren lo que soy. Les dan plata, les regalan ropa… Ahí es donde entramos nosotros. No, vení, sumate al fútbol… Y la idea es que vayan pasando cada vez más tiempo con nosotros. Pero si quieren que cambien no los pueden meter en una cárcel”.

"Una ley impide que los caballos traccionen carros. Pero naturalizamos que los lleven adolescentes ".

Rodolfo ve la lucha y los éxitos por manzanas. Cada pequeño espacio conquistado es una gran victoria. Y pese a todo es optimista. “Cerca de cancha de San Lorenzo había una canchita donde íbamos a hacer juegos con los pibes y ahí sí que había mucho consumo. En los primeros meses nos decían “salgan de acá porque va a haber tiroteo” y a los pocos minutos empezaba, teníamos que agarrar a los pibes e ir corriendo de la canchita a la capilla con 30 chicos, unas 10 cuadras. Ahora ya no hay adictos allá, lo usamos nosotros. Ya no hay más narcos. Ahora los dueños son los vecinos, es solo para que jueguen los pibes”, se emociona.

El cura Carrara lo tiene claro. Estas villas son una consecuencia de la decadencia argentina, pero también suponen una oportunidad, siempre que se cambie el enfoque. “En 1974 había un 4% de pobreza en Argentina, ahora un 32%. Eso no lo hicieron los chicos. Hay miles de niños y adolescentes en los barrios populares. La edad media en las villas es de 24 años, frente a 40 en el resto de la ciudad. Estos chicos necesitan jardín de infantes, escuelas, deporte, cultura, otros adultos significativos, que sean referentes, porque muchas veces los papás están en la lucha por sobrevivir, trabajan muchísimas horas para pagar un alquiler. Hay una ley en Buenos Aires que impide que los caballos traccionen carros. Pero naturalizamos que los lleven adolescentes que buscan cartones. Estos barrios son jóvenes, pueden aportar mucho a la ciudad: personal doméstico, cuidado de personas, limpieza, construcción. Pero hay que dedicar tiempo y recursos. Esto no se arregla con más cárceles”.

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