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NADA ESCRITO
Columna
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El sonido del mundo

Los tiempos y palabras de los zapatistas son distintos, están más cerca de lo que aparentan

¿Los zapatistas han desaparecido? Los medios, alguna vez ávidos de noticias con pasamontañas, los tratan como si hubieran vuelto a la noche de los tiempos.

Pero existen, dedicados a la transformación de la vida diaria en sus caracoles y Juntas de Buen Gobierno, y no dejan de plantear iniciativas. Contra la "haraganería del pensamiento", han organizado estimulantes seminarios internacionales, que prefieren llamar "semilleros".

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En 2013, la Escuelita Zapatista recibió a 3.000 alumnos de varios países dispuestos recibir las ideas que surgen desde abajo. En 2014, el encuentro La digna rabia refrendó la necesidad de concebir caminos de esperanza en tiempos de acoso (ese año, el maestro José Luis Solís López, que había asumido el nombre de lucha de Galeano en homenaje a Hermenegildo Galeana, fue asesinado por paramilitares, y el EZLN presentó cambios en su dirección: el subcomandante Moisés asumió el cargo de vocero y Marcos se transformó en Galeano, albacea de los textos del antiguo subcomandante y autor de nuevas reflexiones). En 2015, otro "semillero" se celebró en Oventik y la Universidad de la Tierra: El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista. Los diálogos con variados sectores de México y el extranjero arreciaron en 2016 con los festivales CompArte y ConCiencia, que imaginaron el cambio desde la cultura y la ciencia, y el Congreso Nacional Indígena (CNI). Esta febril actividad no ha tenido la cobertura que merece en un entorno degradado por la violencia, la corrupción y los partidos políticos.

Desde 1994, los zapatistas plantearon alternativas para renovar el contrato social en un país que ignora a los pueblos originarios. En 1996 firmaron los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, pero el Congreso se negó a convertirlos en ley. En 2001, la Caravana Zapatista llegó a la Ciudad de México para pedir que el Gobierno honrara lo que había suscrito. El llamado cayó en oídos sordos.

Una nueva estrategia surgió entonces. Los zapatistas saben que no pueden modificar el país por medios convencionales. Lejos de recurrir a las armas que los hicieron visibles, buscan otra clase de participación, aprovechando las grietas de un sistema monolítico para colarse desde abajo, como la humedad y las hormigas.

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A fines de 2016, el CNI y el EZLN analizaron la opción de presentar a una mujer indígena como candidata independiente a las elecciones de 2018. Una dilatada consulta determinará si eso es viable y quién será la candidata.

No se trata de un cambio de ruta ni de un afán electorero, sino del gesto moral de los que menos tienen. En un país donde las mujeres y los indios son discriminados, el CNI y el EZLN proponen que la fuerza venga de unir debilidades. En un espléndido ensayo publicado en Viento Sur, Arturo Anguiano, profesor de la UAM y autor de El ocaso interminable. Política y sociedad en el México de los cambios rotos, aborda la intervención del EZLN en la contienda de 2018 como "un proceso abierto y envolvente de movilización política [que favorecerá] el tejido de las resistencias y solidaridades entre comunidades, pueblos, barrios, colectivos, núcleos organizados o dispersos que pudieran desembocar en la organización de abajo".

El 21 de diciembre de 2012, los turistas de la catástrofe reservaron habitaciones en Yucatán para contemplar en primera fila el "apocalipsis maya". La noticia venía de un bajorrelieve en las ruinas de Tortuguero; sin embargo, no anunciaba el fin del mundo sino de un ciclo cosmológico, el 13 baktún maya. El día del "apocalipsis" los zapatistas desfilaron en silencio en varias ciudades de Chiapas, bajo el lema: "¿Escuchan? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el nuestro resurgiendo".

Los tiempos y las palabras de los zapatistas son distintos: aguardan su acomodo. Como los objetos que aparecen en los espejos retrovisores, están más cerca de lo que aparentan.

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