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La hamburguesa preferida de Donald Trump

Cuesta menos de 25 dólares y se encuentra en el 21 Club, un clásico restaurante neoyorquino

Entrada al restaurante 21 Club.
Entrada al restaurante 21 Club.Sandro Pozzi

Para que coger el helicóptero o el avión privado cuando a cinco calles andando tienes un clásico americano como el venerable 21 Club. Es uno de los locales con más solera en Manhattan. Y como cualquier historia de éxito en la ciudad de los rascacielos, la de este icónico restaurante, el preferido de Donald Trump, es realmente enrevesada y eso le convierte en lugar aún más único.

Se podría hacer una especie de guía turística con los restaurantes preferidos del actual inquilino de la Casa Blanca. El hotel que lleva su nombre en Columbus Cicle acoge el exclusivo Jean-George. Ahí es donde el presidente electo trató de hacer migas con Mitt Romney. Aunque los que tenía más a tiro desde la Torre Trump son el afamado Harry Cipriani o el restaurante del hotel Plaza.

El 21 Club es otra cosa, una especie en peligro de extinción como el Keen´s Steakhouse o el The Oyster Bar en Grand Central. La leyenda cuenta que en el pequeño local de la calle 52, cerca de la Quinta Avenida, comenzó hace tres décadas el fenómeno de la hamburguesa gourmet. Es fácil distinguirlo desde el exterior por los jinetes que decoran los barrotes negros que asaltan la acera.

El menú del local es simple, tirando a casual. No hay nada de gastronomía molecular. Es conocido que al ahora presidente Trump le gustan las hamburguesas. Suele pedir la “21 Burger” bastante hecha y con patatas fritas. Pero también hay platos más complejos que tienen una clara influencia de la cocina francesa. Los platos más populares son el tartar de carne cruda, el picadillo de pollo y el lenguado.

Pese a presentarse como un club, no tiene nada de exclusivo aunque es conveniente evitar presentarse en camiseta. Y para los precios que se pagan en Nueva York, tampoco es excesivamente caro. La “21 Burger” se paga por menos de 25 dólares, sin incluir impuestos y propina. El menú de tres platos para el almuerzo ronda los 40 dólares y el de la cena se acerca a los 50 dólares. El menú especial llega a los 95 dólares.

La historia del 21, como se le conoce a secas, comenzó en 1922. El negocio arrancó en otra localización y con otro nombre. Los dueños se mudaron tres veces hasta instalarse en 1930 definitivamente en la localización actual. Eran los años más severos de la Prohibición. El legendario restaurante empezó como un speakeasy, un bar escondido, en el sótano del edificio contiguo para esquivar las redadas.

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La reputación del local fue creciendo conforme los dueños ampliaban sus conexiones para importar ilegalmente los mejores vinos desde Europa y licores desde Canadá y América Latina. Los cambios continuos de nombre enredaron aún más a los agentes, pese a que la gente sabía que estaba ahí. El 21, por cierto, no tiene nada que ver con la edad de consumo de alcohol. Es el número del edificio.

Esa bodega, que tiene botellas reservadas para sus clientes más ilustres, se usa ahora para la celebración de eventos privados. Casi todos los presidentes de Estados Unidos comieron alguna vez en este icónico restaurante. El demócrata Barack Obama es el único que se saltó una tradición tan arraigada, en la que también participaron personalidades legendarias de la talla de Elizabeth Taylor, Marilyn Monroe o Frank Sinatra.

El local conserva un siglo después ese aire de lugar al margen de la ley que montaron los primos Jack Kriendler y Charlie Berns. Para entender la riqueza de su historia y la importancia que tiene en Nueva York basta elevar la vista al techo en el interior. Está repleto de modelos de trenes, aviones, cohetes y barcos cedidos por empresarios que en sus primeros años pasaban por ahí para hacer negocio.

Las 21 estatuillas de jinetes que decoran el exterior representan los colores de los caballos de carreras propiedad de sus primeros clientes. Hay más repartidas el edificio. Cierto, hay mejores restaurantes para comer en Nueva York. Pero hay pocos sitios que te sumerjan tomando un Martini en su bar en un viaje tan excitante al pasado, imaginando las aventuras sexuales de Ernest Hemingway.

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