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Nacer, vivir y morir entre los muros de Líbano y Palestina

En el campo de refugiados de Ein el Helwe, de 1,5 kilómetros cuadrados, se hacinan 75.000 personas

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AFP
Natalia Sancha

Desperdigados entre los 11 campos de refugiados palestinos que alberga Líbano, el de Ein el Helwe, cercano a la sureña ciudad de Sidón, parece a primera vista un centro penitenciario. En esta microciudad de kilómetro y medio cuadrado se hacinan 75.000 personas en uno de los pedazos del mundo más densamente poblados.

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Construido en 1948 tras la creación unilateral del Estado de Israel, lo que en este lado de la frontera se conoce como la Naqba (catástrofe), los refugiados y sus descendientes viven cercados por muros y vallas. Las cuatro únicas entradas y salidas del campo son custodiadas por soldados libaneses. En este agujero y dependientes de las ayudas de la ONU, conviven hasta cuatro generaciones fruto del éxodo forzado.

Hay ancianos que han nacido, vivido y muerto entre sus muros. Los barrios han sido bautizados mimetizando las regiones de origen de los refugiados. Las dos únicas calles transitables por vehículos parten el campo en dos y reflejan la misma división política que separa Gaza de Cisjordania. En la calle de arriba gobiernan Fatah y sus aliados. En la de abajo lo hacen Hamás y los grupos islamistas.

Los muros, legales, sociales y físicos, torpedean la vida de los 400.000 refugiados palestinos que habitan en el diminuto país (representado un 10% de la población total). Conscientes de que nunca podrán franquear los 62 kilómetros que separan Ein el Helwe de Palestina, las nuevas generaciones truecan el sempiterno discurso del derecho al retorno por la más factible héjira.

Saben que su única oportunidad para pisar la tierra que solo conocen por boca de sus abuelos, es cruzar ilegalmente los 1.600 kilómetros de fronteras que les separan de las costas europeas, y una vez allí, soñar con un pasaporte que les permita viajar como turistas a la tierra de sus ancestros.

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