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Erdogan se da de bruces contra la gran pantalla

Una película hagiográfica sobre el presidente turco no ha atraido a tanto público como esperaba

Andrés Mourenza

Tenía todo a su favor para ser un éxito: un presupuesto que, para Turquía, es digno de una superproducción (8 millones de euros), una historia potente, un actor de asombroso parecido físico al personaje real. Y, sin embargo, Reis, el biopic que narra el ascenso del presidente Recep Tayyip Erdogan desde sus humildes orígenes al estrellato político, ha sido un fracaso en taquilla, sobre todo si se tiene en cuenta la amplia cobertura que se había dado a su rodaje y estreno en los medios de comunicación progubernamentales, que a estas alturas son prácticamente todos en Turquía. Durante las dos primeras semanas en cartel, los datos oficiales afirman que poco más de 150.000 personas se acercaron a verla, muy lejos de los más de 3 millones de espectadores que cosechó Recep Ivedik 5, otra producción local, o los 400.000 de la última del ítalo-turco Ferzan Özpetek. Y diversas crónicas dan cuenta de salas de cine prácticamente vacías (como fue el caso del pase al que asistió este periodista en un conservador barrio estambulí). Quizás es que a la gente le sobra con ver los tres discursos diarios de Erdogan que son retransmitidos íntegros y en directo en muchas de las cadenas del país.

Cartel de la película 'Reis', que narra el ascenso del presidente turco desde las calles de un humilde barrio estambulí al estrellato político.
Cartel de la película 'Reis', que narra el ascenso del presidente turco desde las calles de un humilde barrio estambulí al estrellato político.

Reis (que puede traducirse como “jefe”, “capitán” o “líder”) es una hagiografía con todas las letras, pero su guion es tan naif y maniqueo que da vergüenza ajena, y ni siquiera el toque telenovelesco que se le ha tratado de imprimir logra enganchar al espectador. La historia cuenta la infancia de quien hoy preside los designios de Turquía en el modesto barrio de Kasimpasa (Estambul) en la década de 1960, que va alternando con flashforward —algunos sin ningún sentido narrativo— de la década de 1990, cuando Erdogan es elegido alcalde de Estambul. En la cinta, Tayyip es un niño laborioso –trabaja vendiendo roscas de pan en la calle-, buen alumno y devoto, e incluso tiene ya dotes de liderazgo entre su grupo de amigos. Su infancia se desarrolla a la sombra de un padre severo pero de corazón puro y de una especie de gánster bondadoso que dirige el barrio. Un barrio en el que sus humildes y religiosos habitantes se ven sometidos a las constantes arbitrariedades e injusticias de un Estado corrupto que defiende a los poderosos y se ceba con los débiles. “La justicia es fuerza”, le explica el mafiosillo al infante Tayyip: “Si eres débil, te comerán”. Y, desde entonces, Erdogan no se arredrará hasta llegar a la cima del poder.

Hay también en la película un huérfano rescatado por un hombre rudo pero compasivo y un niño maltratado por su padre —casualmente el único de todos los personajes que bebe alcohol y que, por si faltaba algo, es un miserable delator—. Las que están ausentes, excepto en el papel de meras figurantas, son las mujeres. La moraleja de Reis es clara: Turquía necesita un líder fuerte, un “padrecito”. O como concluye una lúcida analista turca en Twitter, “este país tiene complejos paternos”.

Los guiños y alabanzas al hombre fuerte de la Turquía actual en la cinta dejan la genuflexión en un mero acto de cortesía: siendo alcalde abandona su apretada agenda para rescatar a un gato atrapado en un pozo y, tras recibir amenazas por no aceptar un soborno, afirma: “Solo se muere una vez. Si hay que morir, moriremos como hombres”. Así hasta llegar a un final de traca que los guionistas se sacan de la chistera: estando en la cárcel —en 1999, Erdogan pasó cuatro meses en prisión por recitar un poema que un tribunal consideró islamista—, un policía enviado por oscuros agentes del Estado intenta matarlo, pero el viejo gánster de la infancia, que casualmente cumple condena en la misma prisión, detiene in extremis el brazo asesino. Pregunta el policía quién es el inesperado hombre que ha salvado a Erdogan, y el otro responde: “¡El pueblo!”.

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Se cierra con esa escena una película que obviamente no pasará a los anales del séptimo arte (recibe una puntuación de 1,9 sobre 10 en la web IMDb) y que probablemente no verá rodadas las sucesivas secuelas que se habían previsto por los problemas que ha sufrido el rodaje. El director, Hüdaverdi Yavuz, ni siquiera acudió al estreno —precisamente el día del cumpleaños del presidente turco— en protesta porque la productora no ha pagado aún a varios de los actores y porque le obligó a terminar el montaje a machamartillo para que pudiese llegar a la gran pantalla durante la campaña electoral del referéndum con el que Erdogan pretende erigirse en todopoderoso presidente del país.

Pero el largometraje revela otro lado más oscuro de Turquía: la forma de hacer negocios que se ha instalado en el actual clima político. Abundan los ejemplos de empresarios que erigen escuelas y hospitales bautizados con el nombre de Erdogan o de sus progenitores pagando de su bolsillo para, a cambio, recibir contratos públicos; de autoridades locales que organizan actos en honor del “Jefe” e incluso encargan himnos a su persona; de periodistas y políticos que pugnan entre sí por ser más papistas que el papa —en discursos, artículos y libros cargados de benevolentes epítetos— a fin de recibir sus parabienes, y su trocito de pastel. La productora de Reis, Kafkasör Film Akademisi, no tiene otros trabajos en su haber: en realidad es una compañía creada ad hoc por el fondo de inversión inmobiliaria Garantialsat (Compra y Vende con Garantías), que invita a adquirir terrenos en el extrarradio de Estambul —donde está prevista la construcción del nuevo gran aeropuerto de la metrópolis turca y un canal marítimo artificial— y cuya revalorización depende completamente de que dichas obras públicas se lleven a cabo. Visto así, Reis es un donativo al Gran Líder. Puro envoltorio.

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