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Columna
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Vea la película, lea el libro y alcance la vida

‘Era el Hotel Cambridge’ rompe fronteras y se convierte en un acontecimiento político-cultural capaz de expresar las tensiones y la potencia del Brasil actual

Eliane Brum

–No conseguimos cuidar de nosotros mismos, brasileños, y encima tenemos que cuidar a los refugiados del Congo, de Colombia, libaneses y palestinos... Es complicado.

En la reunión de la ocupación del Hotel Cambridge, en el centro de São Paulo, sus habitantes acababan de saber que la jueza había concedido la restitución del edificio a su titular. El comentario de arriba es de un brasileño. Revela la tensión sobre quién tendría más derechos de entre los que se encontraban allí, y que se encontraban allí porque sus derechos habían sido violados sistemáticamente. Un congolés se levanta y le responde inmediatamente:

–Por si no lo sabes, en la ONU Brasil queda muy bien en política internacional, y nos concede refugio. Cuando llegamos, cada uno que se espabile. Sí que somos un problema de Brasil, porque Brasil nos ha concedido refugio.

Otro se levanta:

–Yo soy refugiado palestino. Vosotros sois refugiados brasileños en Brasil.

Carmen da Silva Ferreira, líder del Frente de Lucha por la Vivienda (FLM por su sigla en portugués) y coordinadora de la ocupación del Hotel Cambridge, resume:

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–Brasileños, extranjeros... todos somos refugiados, refugiados de la falta de derechos.

Esta escena es de la película Era el Hotel Cambridge (Aurora Filmes), que acaba de estrenarse en los cines brasileños y ha sido recibida con respetuosa atención en los países por los que ha pasado. No es solo una película, también es un libro. Y no es solo una película y un libro, sino también un acontecimiento. A veces una obra cultural es tan original que impacta nuestra forma de percibir Brasil, la ciudad, a nosotros mismos. Era el Hotel Cambridge –la película la firma Eliane Caffé y el libro, Carla Caffé– es uno de esos desgarrones en el tejido del tiempo.

El Hotel Cambridge, personaje central de la película, en la vida real de São Paulo fue un hotel de lujo construido a finales de los años 50, con evocaciones hollywoodienses. Al crecer la ciudad y al abandonar los más ricos la región central, el hotel fue testigo de su propia decadencia. En 2004, cerró las puertas y se convirtió en otro esqueleto del centro, un muerto insepulto, abandonado al vacío. En 2012, fue ocupado por el movimiento de los sintecho, una de las fuerzas de mayor potencia en la mayor ciudad de Brasil.

El hotel lo ocuparon unas 140 familias, más de 240 niños. La cantidad de niños se hace evidente en cuidados como un sorprendente y bien organizado aparcamiento para cochecitos de bebé. En la dinámica de la especulación inmobiliaria, que se impone con una lógica cuestionada por pocos, el hecho de que el Hotel Cambridge haya estado abandonado durante ocho años, acumulando basura y generando charcas, convirtiéndose en un criadero de mosquitos en una época de dengue, zika y chikunguña, no parece ser un problema para la población.

Pero cuando el viejo hotel fue ocupado para convertirse en vivienda de los que no tienen, a los ocupantes se los tacha de “invasores” y la urgencia de su denuncia la borra el proceso perverso de la criminalización. El grupo de hombres y mujeres que ocupó el edificio trabajó durante dos meses para sacar de dentro del hotel abandonado más de 200 contenedores de basura. “Estoy harta de hacer de mujer de la limpieza para el Estado”, comenta uno de los protagonistas durante la ocupación de otro edificio, envuelto en un durísimo zafarrancho de limpieza en el que se corre riesgo de contaminación y accidentes.

Lo curioso de la mirada cristalizada sobre las ocupaciones de los edificios abandonados hace años, a veces décadas, es que los “vándalos” no son los propietarios y especuladores que abandonan edificios en una región crucial para la ciudad y para la ciudadanía, sino aquellos que quieren y necesitan rescatar el techo para vivir. Esta inversión yergue una barrera que vuelve invisibles a los integrantes de los movimientos de lucha por la vivienda, a pesar de estar justo allí, delante de todos. Cuando un juez decide restituir el inmueble a su titular desde el interior de los muros de su gabinete, las bombas de gas de la Policía Militar cubren todavía más la realidad con humo tóxico, volviéndolos invisibles ahora a la fuerza.

Los movimientos de los sintecho son duramente reprimidos porque cuestionan la propia estructura del sistema

Era el Hotel Cambridge, película y libro, muestran que todas las tensiones del Brasil actual pasan por la lucha por la vivienda. Y es debido a esta fuerza movilizadora, capaz de cuestionar el sistema en su propia existencia cotidiana, que los movimientos de los sintecho han sido duramente reprimidos, y, aun así, resisten. La reciente ocupación de la Paulista, la avenida-símbolo de São Paulo, por el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) durante más de 20 días es un ejemplo de la potencia de esta lucha en el territorio urbano.

La escena reproducida en el inicio de este texto muestra vida y arte mezclados. La ocupación del Hotel Cambridge existe, la mayoría de la gente que aparece en las tomas de la película vive allí, Carmen es una de las líderes más impresionantes de la lucha por la vivienda. Pero, a la vez, Carmen se está interpretando a sí misma, igual que el congolés y el palestino son refugiados en la “vida real”, pero en la película interpretan a personajes que son refugiados del Congo y de Palestina. Se ha discutido mucho, incluso sus propios autores, si Era el Hotel Cambridge es un documental, ficción, o una mezcla de los dos, en la línea de realizaciones que se han vuelto cada vez más frecuentes en los últimos años, la más notoria es el excelente Blanco fuera, negro dentro, de Adirley Queirós.

Si la película de la directora Eliane Caffé trata sobre todas las tensiones del Brasil actual que atraviesan la lucha por la vivienda, me parece que su mayor fuerza está en su mirada sobre las identidades. Y también sobre las identidades de una obra cultural. De esta forma, si la vida se desborda de la película –y se desborda, como se verá–, la película también se desborda hacia el libro de Carla Caffé. Y el libro de Carla Caffé se desborda hacia la película, y ambos se desbordan de la vida, y hacia la vida. Y justo en este cruce de fronteras, de todas las fronteras, está la mayor cualidad de esta obra que es película + libro + más. Es también en este cruce de las fronteras de las identidades que reside su capacidad de desgarrar el escenario cultural, y el escenario político.

Esta idea está explícita en la síntesis producida por Carmen Silva, al abrigar extranjeros de diversos orígenes y brasileños de diversos orígenes bajo el techo de la misma palabra-casa: “refugiados”. Ella destaca que la identidad solo puede existir como cruce de múltiples.

La película abriga a todos los que están “fuera” bajo el techo de la misma palabra-casa: “refugiados”

Esta es la amalgama que une a todos aquellos hombres y mujeres, adultos y niños, que se dedican a lo absurdo de la vida en los pasillos del Hotel Cambridge. La amalgama que pone a los brasileños en un “fuera” dentro de su propio país, a los extranjeros en un “fuera” de sus patrias de origen. Pero todos ellos de hecho sin refugio, excepto el de la provisionalidad, de lo efímero, que construyen en un antiguo hotel de lujo abandonado. El único refugio permanente es el de esta identidad atravesada, que permite que se muevan y confronten el sistema por “dentro”, precisamente ellos, que fueron puestos “afuera”. El refugio permanente es justamente la improbabilidad de su existencia colectiva.

Y así, Era el Hotel Cambridge, película + libro + más = acontecimiento, se convierte en una de las obras culturales más creativas y creadoras de los últimos muchos años. Y una obra que incorpora la política, en su expresión más profunda, como la carne que se hace. Vida y obra se entrelazan de tal manera que la película está en los cines y en la calle a la vez. Para Carmen Silva y los habitantes del Cambridge, la obra se ha vuelto un instrumento de lucha, en la medida en que se ha convertido en un medio para darse a conocer.

Fue necesario que los sintecho migrasen a la gran pantalla para que pudieran ser vistos en la calle

Este es un punto de extrema importancia: es necesario que la vida de los sintecho migre a la gran pantalla, convertida en ficción, para que los habitantes de São Paulo puedan encontrarlos allí, en el cine, y, entonces (quizás), puedan ser capaces de verlos donde están concretamente, en las varias ocupaciones de la ciudad, por donde muchos pasan todos los días viendo sin ver. En cierta manera, es al revés de lo que sucede en La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen, una película donde el protagonista sale de la pantalla para que finalmente el personaje real de entre el público cobre vida. Solo que, allí, todo es ficción.

Era el Hotel Cambridge, la película, ha permitido que se crucen las fronteras en el territorio murado que es São Paulo. Y, así, hacer de puente entre una palabra, “invasor”, y otra palabra, “refugiado”. La ficción se ha apoderado de la realidad, y la realidad se ha apoderado de la ficción para crear otras posibilidades.

Para que eso sucediera, Eliane y Carla, las hermanas Caffé, se arriesgaron en una construcción osada. Pero ni siquiera ellas podían saber que las conexiones serían tan potentes. Su osadía mayor, en un primer momento, fue la de entregarse al riesgo. Para empezar, invitaron a la Escola da Cidade (Escuela de la Ciudad), una escuela de arquitectura que busca aproximar la academia y “la manera de hacer de la ciudad”, a participar en el proyecto, y 21 estudiantes se dedicaron a pensar la ocupación concreta del Hotel Cambridge a partir del concepto de “arquitectura efímera”. Este proceso está hermosamente documentado en el libro Era o hotel Cambridge – arquitetura, cinema e educação (Era el Hotel Cambridge: arquitectura, cine y educación), publicado por Edições Sesc São Paulo, donde Carla Caffé cuenta ese relato en forma de historietas, como una especie de fotonovela, entre otros recursos del lenguaje.

“La arquitectura no puede ser solo para los ricos”, dice el personaje real de la fotonovela

“¡El ejercicio de una arquitectura más humanitaria es urgente! Una arquitectura que se ocupe de los nuevos paisajes, de esas zonas complejas de conflicto, como es el caso de las ocupaciones, de los campos de refugiados, de los paisajes que surgen tras las catástrofes. La arquitectura no puede ser solo para los ricos”, es una de las intervenciones de las primeras historietas, en las que los personajes de la Escola da Cidade se van presentando. De los 7.000 millones de habitantes del planeta, dos tercios –o el equivalente a 23 veces la población de Brasil– nunca tuvieron acceso a cualquier producto formal de arquitectura, escribe Jorge Lobos, fundador y presidente de la ONG Emergency, Architecture and Human Rights (Emergencia, Arquitectura y Derechos Humanos), al final del libro.

La dirección de arte de la película se dispuso a realizar obras concretas de mejora en el edificio. Pero esas necesidades, deseos y límites solo podrían ser determinados por los propios habitantes y por la propia realidad. Así, por ejemplo, el antiguo salón de té del Hotel Cambridge se transformó en una biblioteca bien organizada y acogedora. Durante todo el proceso, se aprovechó la experiencia cotidiana de los refugiados del Cambridge. De esta manera, gran parte del atrezo se recogió de lo que los habitantes llaman el “Centro Comercial Calle” o “Centro Comercial Contenedor”, en el que reutilizan los desechos de la construcción civil. Se recorrieron los ecopuntos de São Paulo para buscar materia prima.

Las ocupaciones de los sintecho representan una vanguardia ética y estética en la mayor ciudad de Brasil

No es una experiencia de pobreza material, como algunos podrían pensar, sino una experiencia estética rica, y una conducta ética en un planeta que está siendo destruido por el consumo capitalista. En este sentido, las ocupaciones de los sintecho representan, en São Paulo, una vanguardia ética y estética en la forma como tratan y ven el material reciclable o reutilizable. Y para los propios edificios abandonados, restos arquitectónicos de la ciudad, que ocupan, reciclan y resignifican.

Los colores de la película se alcanzaron a partir de un estudio de la ocupación, en el que se descubre que, si los pasillos del hotel son monocromáticos, en las habitaciones hay una explosión de colores y soluciones creativas. El propio vestuario de los personajes se escogió y se montó a partir del guardarropa de los habitantes. Se organizó un evento denominado “Ocupa Eu” (“Me Ocupo”), mezcla de desfile de moda y ensayo fotográfico, para comprender la experiencia de los habitantes del Cambridge con la ropa, los complementos y el cuerpo. Del mismo modo, las localizaciones se escogieron a partir de la dinámica de la realidad, como la panadería que sigue funcionando, ya que una de las primeras medidas que se toman en una ocupación es organizar la cocina comunitaria. El guion y los diálogos surgieron y se modificaron a partir de talleres de vídeo con los refugiados y del seguimiento de las reuniones y asambleas del edificio, entre otras actividades cotidianas. También aquí las fronteras entre arquitectura y cine, atrezo y vida, vestuario y guardarropa se cruzan, evocando la idea de la identidad como múltiple.

El colectivo no anula las singularidades, las potencia

En la película se hablan cinco lenguas, para garantizar que las voces de todos los refugiados estuvieran representadas. Como señala Danilo Santos Miranda, director regional de SESC São Paulo, al inicio del libro: “En Brasil, nuevas grupos de inmigrantes, como coreanos, chinos, peruanos, bolivianos y, más recientemente, haitianos y sirios, dan nuevos acentos a la lengua portuguesa y nos hacen repensar el multiculturalismo brasileño”. Esta es otra riqueza de la película, donde el colectivo no anula las singularidades. Al contrario, las potencia. Y, así, las fronteras de las identidades también se cruzan en el lenguaje.

En la película, solo hay dos actores conocidos: José Dumont y Suely Franco. José Dumont interpreta a Apolo, que intenta formar un grupo de actores en el Hotel Cambridge para escenificar lo que llama “Cuadros vivos”. Su sueño es producir una nueva mirada sobre la ocupación y sus protagonistas, capaz de contraponerse a la narrativa hegemónica que los criminaliza y conquistar la opinión pública. En cierto modo, lo que la directora Eliane Caffé hace en la película son exactamente cuadros vivos. Tan vivos que han invadido la propia película y, hoy, se han apropiado de ella para la dinámica de la lucha por la vivienda.

También fue una experiencia inusitada para la directora, como cuenta en el libro: “Imaginaos el grado de ansiedad de tener que montar el rompecabezas de una película y, a la vez, ver los personajes de esa misma película corriendo libremente en el mundo real”. El momento en que el personaje de Carmen lidera una nueva ocupación a partir de una concentración en el Hotel Cambridge sucedió tres meses después del fin del rodaje. Rápidamente, un pequeño equipo se movilizó para grabar las escenas de la vida real. La única interferencia del cine fue pedir a la Carmen de la vida real que se pusiera la blusa con la que la Carmen de la ficción aparecía en una escena grabada para la película. “Me parece increíble percibir cómo se consiguió toda la sutura dramática que une esa escena a las otras realizadas mucho antes, en gran parte solo mediante la blusa estampada que Carmen llevaba en las dos ocasiones”, comenta Eliane Caffé.

Entre los hallazgos más emocionantes de la película están las conversaciones por Skype de los refugiados de otras patrias con los familiares y amigos que se quedaron en los territorios devastados de origen. En ese momento, las pantallas de los ordenadores se convierten en las ventanas del Hotel Cambridge, abiertas al mundo. Y allí, en esas ventanas, se descubre en qué medida ese dolor es, a la vez, universal y particular, sin que se pierda ninguna de las dos dimensiones. Y en qué medida es São Paulo, pero también es el mundo.

La conversación por Skype de Hassam, personaje interpretado por el refugiado Isam Ahmad Issa, es extremamente rica por lo que revela de los muchos cruces a los que se arriesga la película. Él habla por Skype interpretando a su personaje. Pero en la pantalla está una amiga real de Isam que vive en la Franja de Gaza. Él mismo viene de otra película, el bello documentario La llave de la casa, de Paschoal Samora y Stela Grisotti. Aturdida por la filosofía poética de las palabras de Isam, Eliane Caffé lo descubrió en Río Grande del Sur, donde vivía el refugiado por aquel entonces. Pero, a partir de la experiencia de ser el personaje Hassam, de Era el Hotel Cambridge, la directora cuenta que Isam se mudó en la vida real al Hotel Cambridge. Así, son varias fronteras cruzadas que, lejos de borrar, hacen más visible todavía la identidad como múltiple.

El “apaño” es la expresión de la inventiva humana, cuya mayor transgresión es crear vida en una cultura de muerte

El “apaño”, como idea que recorre la película, resume esa potencia. Visto por las élites como algo pobre y hasta peyorativo, la enorme inventiva que representa el apaño, que crea con muy poco y crea con lo que ya se ha usado, es omnipresente en la película, en el libro y en la vida del movimiento de lucha por la vivienda. Los hallazgos creativos, bellos y funcionales a partir de la materia disponible componen una metáfora para la enorme fuerza creadora de estos miles de refugiados en busca de un techo, y de un dentro. El Hotel Cambridge, este esqueleto quebrantado en el centro de São Paulo, se recubre entonces de una delicada piel humana.

El apaño también es la expresión de esta carne castigada, cuya mayor transgresión es crear vida en una cultura de muerte. El apaño en la construcción de equipos que permitieran filmar el Hotel Cambridge por dentro, tan bien descrito en el libro, remite también a la propia invención del cine. A fin de cuentas, las creaciones del ilusionista francés Georges Méliès, tan poéticamente contadas en la película La invención de Hugo, de Martin Scorsese, son estupendos apaños que nos han traído hasta aquí.

Nuestro presente, la forma como vivimos hoy, es resultado también del futuro que somos capaces de imaginar. Ese futuro imaginado, como ya escribí aquí, ha sido expresado hoy por distopías, tanto en el día a día de tantos como en las series de ficción. Lo que no nos sorprende, dado el presente brutal de Brasil y del mundo y la perspectiva del cambio climático en curso. Lo que sorprende es percibir –y esta es también la fuerza de Era el Hotel Cambridge– que son justamente los refugiados, los sintecho del mundo, los que han conseguido imaginar un futuro en que la vida sea posible. Y, así, Era el Hotel Cambridge se transforma en expresión máxima de potencia en una São Paulo distópica, metáfora concreta del mundo. El apaño improbable que resiste como posibilidad entre ruinas.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción: Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos. Y de novela: Uma Duas. Sitio web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Traducción: Meritxell Almarza

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