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La sátira que hace temblar a los poderosos

El semanario ‘Le Canard Enchaîné’ ha sacudido la campaña electoral

Silvia Ayuso
Las portadas de  Le Canard Enchaîné que destapaban los escándalos de Fillon
Las portadas de Le Canard Enchaîné que destapaban los escándalos de Fillon

Cada martes, poco antes de las cinco de la tarde, se repite el mismo ritual ante el número 173 de la rue Saint-Honoré, en París. La fila varía, pero suelen ser varias decenas las personas que aguardan la llegada de la camioneta con los ejemplares del último número de Le Canard Enchaîné. Hacen cola mensajeros motorizados que ni se quitan el casco, mujeres y hombres trajeados que se conocen de venir cada semana y que se toman un momento para saludarse antes de partir rápidamente con uno o varias decenas de ejemplares. Son enviados del Gobierno, de los medios, de empresas, de los partidos políticos… Todos aquellos, en fin, que no pueden esperar a que el semanario satírico llegue el miércoles por la mañana a los kioscos o buzones para saber qué revelaciones contiene la publicación que más hace temblar a los poderosos de Francia, de izquierdas, de derechas y hasta de los que rehuyen etiquetas.

“Que dit de moi le volatile?”, ¿qué dice de mí el ave?, solía preguntar el general Charles de Gaulle cuando, las tardes del martes —la tradición de los poderosos de enviar a alguien a buscar la última edición viene de largo— recibía en el Elíseo su ejemplar adelantado.

Fiel a su tradición, el semanario satírico ha vuelto a sacudir el mundo de la política. Le Canard es el responsable de que la carrera del conservador François Fillon hacia el Elíseo estuviera a punto de descarrilar con su revelación sobre los presuntos empleos ficticios que el candidato de Los Republicanos proporcionó a su mujer, Penelope, abriendo la puerta a una cadena de escándalos que casi le cuesta la candidatura y le ha supuesto una investigación judicial. Su influencia es tan grande que Fillon admitió que también había contratado a sus hijos. “Y eso no lo sabíamos”, se carcajea Nicolas Brimo, administrador del semanario.

Sin presencia en Internet

Le Canard es un rara avis en el mundo de la prensa, y no solo porque su símbolo sea un pato. No está en Internet, no acepta publicidad para mantener su absoluta independencia y, desde hace 24 años, no ha subido su precio. Pese a ello, sus ventas hacen palidecer de envidia: entre 400.000 y medio millón de ejemplares cada semana. En ocasiones ha llegado hasta el millón, como cuando en 1981 reveló que el ministro de Presupuestos del presidente Giscard d'Estaing, Maurice Papon, colaboró en la deportación de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, hecho por el que acabó siendo condenado años después. La única concesión a los nuevos tiempos que ha hecho es que “ahora escribimos más corto que hace 30 años”, dice Brimo. Bien lo sabe: lleva desde 1971 en Le Canard, que viene de celebrar su centenario.

Brimo lo ha visto casi todo. Fue él quien firmó el artículo sobre Papon. También trabajaba allí cuando, el 3 de diciembre de 1973, el periódico sorprendió a agentes de inteligencia disfrazados de fontaneros intentando colocar micrófonos en la redacción. Desde entonces, fiel a su humor ácido, en esta cuelga una placa de mármol sobre un boquete que quedó de esa noche y que reza: “Donación de Marcellin, ministro del Interior, 1968-74”. La frustrada escucha, con la que pretendía averiguar las fuentes del semanario, acabó costándole el puesto.

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Son pocos en el mundo de la política francesa, e incluso europea, a los que no conocen los periodistas de Le Canard. Lo que no sucede necesariamente a la inversa. Para la entrevista con varios periodistas europeos, Brimo rechaza salir en una foto o un vídeo. No es por miedo, pese a que la publicación haya recibido en los últimos días amenazas de muerte tan serias que la justicia ha abierto una investigación. “Si no aguantas las amenazas, mejor no estar en esto”, comenta secamente. Tampoco es la primera vez. Tras el atentado contra Charlie Hebdo en enero de 2015, también esta publicación fue amenazada.

Lo de no dejarse retratar se debe más bien, explica, a su capacidad de poder seguir entrando en todas partes sin ser reconocido. “Nunca hay que salir al sol con mantequilla en la cabeza”, sonríe. Porque la característica de este semanario es que, tras la ironía y la presunta ligereza, se encuentra un periodismo muy serio, gracias a un equipo que investiga y encuentra lo que muchos medios serios no saben —o no quieren— hallar. Y no se casa con nadie. Esta vez le tocó el turno a Fillon, pero fue también Le Canard el que reveló que el socialista François Hollande tenía en el Elíseo un peluquero al que pagaba más de 9.000 euros al mes. Por eso, a Brimo no le inquieta demasiado quién acabará en el Elíseo. “No se preocupen”, dice. “Siempre pasa algo divertido”.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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