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Trump renegocia el TLC con México bajo la amenaza de romperlo

El peso se recupera después de que el presidente de Estados Unidos se volviese a rectificar a sí mismo

Trump, entre el vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado, Rex Tillerson.
Trump, entre el vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado, Rex Tillerson.JIM WATSON (AFP)

Donald Trump ha vuelto a rectificarse a sí mismo. Tras dos años fustigando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el presidente de EEUU ha dado marcha atrás y ha decidido renegociarlo con Canadá y México. La decisión de mantener con vida un acuerdo que llegó a calificar como “el peor de la historia” supone una derrota del Trump más nacionalista y xenófobo. Como ya ocurriera con China, la OTAN o Siria, el viraje exhibe la endeblez de su discurso electoral.

La marcha atrás fue el resultado de un proceso agónico. Un sector de la Casa Blanca, liderado por el estratega jefe, el radical Steve Bannon, apostó hasta el último minuto por dar un puñetazo en la mesa y romper el tratado. Era una maniobra venenosa, muy propia de la estrategia de acoso y derribo que tanto le gustaba emplear a Trump en sus tiempos de tiburón inmobiliario. Y encerraba una trampa negociadora.

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El anuncio de ruptura no implicaba el cese inmediato del acuerdo, sino que habría abierto una ventana de seis meses, antes de su fin. Un plazo durante el que Washington habría podido recalibrarlo todo desde una posición de fuerza extrema. Borradores con esta salida, que incluso daban fechas de la ruptura, circularon el miércoles por Washington y llevaron a creer a los principales medios que el fin del acuerdo era inminente. Pero la oposición del llamado sector realista, liderado en este caso por el consejero de Comercio, Gary Cohn, consiguió torcer el brazo a Bannon.

A su favor jugó la magnitud de las economías afectadas: Canadá y México ocupan el segundo y tercer socio comercial de Estados Unidos. El fin del tratado, después de 23 años en vigor, habría supuesto una formidable turbulencia que habría arrastrado en primer lugar a México, que dirige el 80% de sus exportaciones a EEUU, pero habría acabado afectando a Washington.

Una sacudida inesperada

México amaneció el miércoles con una sacudida inesperada. La posibilidad de que Donald Trump ordenase una salida inmediata de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio (TLC) pilló por sorpresa a los funcionarios mexicanos. Pese a que en el entorno de la Presidencia de la República y la Cancillería la noticia se interpretó como una medida de presión del presidente estadounidense que no pasaría a mayores, con el paso de las horas la tensión fue creciendo.

La incertidumbre sobre el futuro del TLC, unido al anuncio de la reforma fiscal de Trump, provocó que el peso se desplomara. Después de retroceder casi un 2% en el mercado de divisas del continente americano, logró avanzar en la apertura del de Asia-Pacífico, ya con la tranquilidad de que Estados Unidos no abandonaría el TLC. No obstante, a media mañana del jueves, aún no había conseguido recuperarse del todo.

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La decisión llegó avanzada la tarde del miércoles. Con el peso mexicano y el dólar canadiense en caída libre, Trump dio orden de mantener vivo el acuerdo e iniciar su renegociación: “Yo iba a sacar a nuestro país del tratado, pero el presidente mexicano y el primer ministro canadiense me llamaron y accedí a renegociar”. Ya en la mañana del jueves, Trump no pudo evitar su matonismo verbal y, para no perder presión negociadora, volvió a amenazar: “Si no alcanzamos un acuerdo justo para todos, entonces pondremos fin al tratado”.

El viraje, demagogia aparte, muestra la endeblez de su discurso electoral. Durante la campaña, el tratado fue blanco continuo de su ira y, en la búsqueda del voto de la clase blanca obrera, le sirvió para apuntalar su nacionalismo económico. En esta radicalización aplaudió el Brexit y pidió para Estados Unidos la salida del tratado como forma de alcanzar “la independencia”. Ya en la Casa Blanca la realidad se ha encargado de atemperar sus bravuconadas. Aunque el coste ha sido muy alto, en especial con el vecino débil.

La jornada de rumores y especulaciones puso de manifiesto de nuevo la fragilidad de México ante Estados Unidos. A punto de cumplirse los 100 días de la llegada de Trump a la Casa Blanca, México había conseguido aplacar las dudas generadas por todas las amenazas del presidente de Estados Unidos hacia su vecino del sur. Los peores pronósticos económicos se habían ahuyentado –el dólar se situó a 18,5 pesos, un nivel similar al de antes de las elecciones estadounidenses- y la polémica en torno a la construcción del muro se había disipado.

De hecho, la comunicación entre funcionarios de ambas administraciones resultaba fluida. El canciller, Luis Videgaray, artífice de la criticada visita de Trump a México durante las elecciones, ha viajado a Washington en varias ocasiones a reunirse con el secretario de Estado, Rex Tillerson y el de Seguridad, John Kelly, quienes también viajaron a la capital mexicana. El secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, también ha mantenido contactos constantes con sus pares estadounidenses. No trascendieron datos concretos para asegurar que la situación había mejorado, pero la sensación era que lo peor ya había pasado.

La última semana, sin embargo, volvió a resultar rocambolesca. El tono cordial de los funcionarios más racionales de la Administración Trump se topó, de nuevo, con la altisonancia de su jefe. El presidente de Estados Unidos volvió a insistir en que de alguna forma México pagaría el muro fronterizo y comenzó a lanzar mensajes inquietantes sobre el futuro del TLC, que empezaron a incomodar a los funcionarios mexicanos y sus equipos. Videgaray insistió en que México no firmaría una renegociación a cualquier precio. La firmeza que trató de mostrar el canciller mexicano se topó, 24 horas después, con la incertidumbre que propaga Trump en cada paso que da. De nuevo su imprevisibilidad golpeó al vecino más frágil.

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