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El alcalde del Exilio

Tomás Regalado ve a Miami como una urbe triunfal y a Cuba como una vieja batalla perdida

Pablo de Llano Neira
Tomás Regalado, alcalde de Miami.
Tomás Regalado, alcalde de Miami.P. DE LLANO

Hace años que Miami tenía elaborado un plan de emergencia para la muerte de Fidel Castro. La regulación del tráfico, las declaraciones oficiales, el estadio a donde se convocaría a la gente para realizar con orden los festejos. Pero el viernes 25 de noviembre Castro se murió y los cubanos de Miami corrieron a celebrarlo a la Pequeña Habana. No dio tiempo a que nadie sacará el manual de usuario para éxtasis anticastristas: “Raúl salió en la televisión, dijo que su hermano había muerto y se descojonaron los planes”, bromea Tomás Pedro Regalado (La Habana, 1947), el alcalde de Miami, el alcalde del Exilio.

La diáspora cubana tiene muchos exilios. Pero el de Miami va con mayúsculas. Es el otro lado de la trinchera. El otro lado de la otra palabra mayúscula. La Revolución.

–Ha definido como “trasnochados” a los partidarios del deshielo.

He apostado con amigos que en 2018 no se va a ir Raúl Castro, como se espera

–Por supuesto. Viven en otro planeta. No entienden que la Revolución cubana ha vivido gracias a un lema: dentro de la Revolución, todo, fuera de la Revolución, nada. Esa gente va a Cuba, se toma un mojito o un daiquiri, se codea con funcionarios de segunda categoría, hablan de inversiones y al final todo eso no tiene ningún impacto en la vida diaria de ningún cubano. Si en realidad fueran a invertir, primero estarían perdiendo la dignidad y en segundo lugar estarían perdiendo el dinero. La apertura diplomática de la que tanto hablan no ha resuelto la vida de un solo ciudadano de Cuba.

–¿Nada de nada? ¿Está seguro?

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–Absolutamente.

–Pero usted no pisa Cuba hace 56 años.

–Pero por Miami circulan cientos de cubanos al día y todas las historias que cuentan coinciden en lo mismo. No puede ser que estén todos locos.

–¿Y qué consiguió el anticastrismo en medio siglo de posición dura?

–Nada.

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–¿Entonces?

–¿Qué logró Obama? ¿Elevar el nivel de arrogancia de Raúl Castro?

–Si Miami hubiera sido más flexible, ¿Cuba hubiera cambiado antes?

–No, porque los Castro son el obstáculo para la transición, no los cubanos de Miami. Los hermanos Castro son unos pitbull. Una vez que muerden, no sueltan la presa. Y les ha salido bien casi 60 años. Yo he apostado con amigos que en 2018 no se va a ir Raúl Castro, como se espera. Dirán que “ante los embates ideológicos y la hostilidad de Trump y de otros países la nación cubana no puede aceptar que el general Castro se retire”.

–¿Cuánto ha apostado?

–Poco dinero. Porque Raúl está viejo y si se muere pronto lo pierdo.

La entrevista volvería a girar hacia Cuba, pero un día antes los tribunales habían frenado la amenaza de Trump de cortarle los fondos a las ciudades que no colaboren con su razia contra los inmigrantes indocumentados, y Regalado ha sido uno de los alcaldes pro inmigración a los que no han achantado las amenazas del presidente de Estados Unidos.

–Nuestra policía declinaría cualquier invitación del Gobierno federal a hacer cualquier actividad que tenga que ver con inmigrantes. Número uno: porque somos una ciudad de inmigrantes. Dos: porque nuestros jefes de policía nos han dicho que sería un peligro para la ciudad porque los inmigrantes no denunciarían crímenes. Y número tres: date la vuelta y mira para fuera de esa ventana. Eso es lo que hacen los inmigrantes.

A través de la ventana se ve en primer término la bahía y se ven palmeras. Y al fondo se ve el perfil de rascacielos que se eleva hacia el borde de Miami.

–¿Qué ve usted, alcalde?

–Yo veo una ciudad global. Veo un rascacielos con dos grúas en la cima que va a ser el edifico más alto al sur de Manhattan, 84 pisos. Y hay otro proyecto de un edificio de cien pisos. Esta era una ciudad adormilada. Hoy es lo que es gracias a los inmigrantes.

Trump no es racista; lo hace por populismo

–¿Cree que Trump es racista?

–No. No es racista. Lo hace por populismo, y eso lamentablemente está despertando sentimientos escondidos. Mire, yo llevo 21 años en este edificio, 14 como concejal y siete de alcalde, y por primera vez en 21 años, con todo esto de Trump empecé a recibir correos electrónicos de tipos que me decían que me fuera a mí país. Alucinante. Los correos se iban a la basura, pero ahí estaban. Trump ha cultivado una base que tenía el racismo escondido.

Regalado sostiene que cualquier desmán del presidente, como su intención de sancionar a las ciudades que no le ayuden a expulsar indocumentados, será detenido en los tribunales. “Cada vez que intenta dar un libretazo, las cortes lo paran”.

–¿Será siempre así?

–Cuando se exceda de sus poderes constitucionales, sí. En este país las cortes sí son independientes de verdad. No le quepa duda. Yo tengo una fe total en las cortes, y sé que no van a permitir que nos quiten fondos federales. Eso está garantizado.

El alcalde de Miami se opuso a Trump durante la campaña cuando empezó a insultar a los inmigrantes mexicanos. No fue a sus mítines ni lo apoyó, pese a que los dos son republicanos. No lo ha conocido en persona. Sí conoció a otros presidentes. De Barack Obama y de George Bush padre opina que tenían caracteres algo aristocráticos. Le gustaba más el don de gentes de Bill Clinton o, más que ninguno, el de Ronald Reagan.

–¡Era un príncipe!

Antes que político, Tomás P. Regalado fue periodista. Durante las administraciones de Reagan y Bush padre fue corresponsal de varios medios hispanos en la Casa Blanca. Una vez acudió a Río de Janeiro en un viaje de Bush a una conferencia internacional.

Vean a quién se encontró.

–Era una cumbre de la Tierra, o una cosa así. Estábamos en el estadio de Maracaná. La delegación americana iba por un pasillo. El presidente Bush delante, los reporteros atrás. Se abre una puerta y a unos 50 pies aparece Fidel Castro. Bush se vira y se pone a hablar insignificancias con nosotros para darle la espalda. Y yo lo veía allí a Fidel y me daban unas ganas de insultarlo a gritos. Pero estaba frente al presidente de Estados Unidos.

–¿Qué impulso sintió?

–El impulso de darle un piñazo.

En este país las cortes sí son independientes de verdad. No le quepa duda

El alcalde salió de Cuba en 1960, con 13 años. A él y a su hermano pequeño los subieron a un avión en La Habana en la operación Pedro Pan, un envío en masa de menores cubanos a Estados Unidos, y les dijeron: “No os preocupéis, que Fidel cae en tres años y ya podéis volver”. Su madre se reunió con ellos un año después. El padre, 20 años después.

–No cayó.

–No cayó.

Su padre era periodista. “Socialdemócrata puro”, dice el conservador Regalado. Había apoyado el movimiento revolucionario y había estado preso bajo el régimen de Batista, y en 1963, bajo el régimen castrista, fue apresado otra vez hasta 1980.

–¿Cómo estaba cuando llegó a Miami?

–Estaba con un enfisema, que fue lo que lo mató al final. Pero llegó a trabajar conmigo. Yo por entonces estaba dirigiendo las noticias de una emisora.

–¿Era su jefe?

–Sí. Y lo había visto por última vez cuando tenía 13 años.

–¿Y cómo fue ser el jefe de su padre?

–Él hacía lo que quería. Y trataba de protegerme, desde el punto de vista periodístico. Estaba al tanto de todo. Quizás trataba de recuperar los años perdidos.

–¿A usted la Revolución le amargó la vida?

–No. Estoy muy agradecido de que mis padres me desarraigaran de Cuba. A veces me pongo a pensar cómo hubiera sido mi vida allí y no me lo puedo ni imaginar. Y he visto a compañeros de la escuela llegar a Miami 30 años después tan deteriorados, tan amargados que solo puedo agradecerle a mis padres que nos dieran un futuro en Estados Unidos.

–¿Conserva recuerdos entrañables de Cuba?

–No. Ninguno. Mi niñez fue tumultuosa. Primero, “¡esconde al niño que viene la policía de Batista!”, y después, “¡esconde al niño que viene Fidel!”.

Estoy muy agradecido de que mis padres me desarraigaran de Cuba

–¿Ningún buen recuerdo?

–Algún momento, tal vez. Un día que monté un caballo, un día de playa…

–¿Son imágenes bonitas?

–No. Solo son flashback.

–¿Y cómo recuerda la Miami de antes?

–Era una ciudad sureña que discriminaba a negros, hispanos y judíos. Hoy es una de las ciudades más diversas de Estados Unidos, pero no en aquellos tiempos. Me acuerdo de ver en edificios de apartamentos el aviso: No cubans, no jews, no dogs.

–¿Le hizo sentir mal?

–Muy mal. Por fortuna cambió en pocos años con la lucha por los derechos civiles.

A la hora de comer, Regalado salió unos minutos de su oficina para ir en coche a un centro de día para ancianos en el que entregó un reconocimiento a Angelita Rial, una cubana de Guantánamo que cumplía 103 años; una dulce viejita que había cantado en un coro hasta los cien y que se abrazó feliz al alcalde mientras le cantaban las Mañanitas, con algunos ancianos afroamericanos desubicados porque no se sabían la canción. El centro para mayores estaba contiguo a una casa de empeño de pistolas, rifles y metralletas.

–Ahí puedes comprarte hasta un cañón –comentó el alcalde al salir.

En su oficina, Tomás Regalado tiene numerosos recuerdos enmarcados. Uno es el póster del encuentro en Malta en 1989 entre Bush y Gorbachov. Encima, una fotografía de su primera esposa, fallecida, golpeando con un mazo y un pico el muro de Berlín.

–¿Llegó a pensar que caía La Habana?

–Siempre, siempre yo lo pensé.

–¿Año tras año?

–Año tras año, efectivamente, así ha sido. Los cubanos somos como los judíos. El próximo año, volvemos a Jerusalén.

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