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Trump desata las críticas al invitar al sanguinario presidente de Filipinas

Duterte, que llegó a compararse con Hitler, ha emprendido una despiadada guerra contra las drogas

El presidente Donald Trump.Vídeo: EFE
Jan Martínez Ahrens

Al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, le conocen como El Castigador. Hay días en que se compara a Hitler y otros que se jacta de haber matado a criminales e incluso haberlos lanzado desde un helicóptero. Sanguinario y autoritario, Duterte es despreciado por las democracias occidentales. Incluso EEUU alertó en su día de sus desmanes. Una distancia higiénica que este fin de semana llegó a su fin cuando el presidente Donald Trump, tras una “muy amistosa conversación”, le invitó a Washington y certificó, una vez más, su desprecio por los derechos humanos y su pasión fatal por los autócratas del planeta.

El presidente filipino, que aún no ha respondido afirmativamente a la invitación, ha sumergido a su país en un baño de sangre. Desde su llegada al poder en 2016, la violencia estatal se ha multiplicado hasta el espanto. Su guerra contra las drogas arrastra más de 7.000 muertos, tanto traficantes como consumidores, y el presidente no deja de azuzar a los suyos para que sigan su ejemplo. “Yo mismo maté a tres y ni siquiera sé cuántas balas les metí”, afirmó. Idéntica línea sigue en su implacable combate a las guerrillas islamistas. “Si me traéis un terrorista, dadme sal y vinagre porque me comeré su hígado”, sentenció.

Orgulloso de haber reinstaurado la horca, Duterte ha extendido su matonismo a la esfera internacional. Tras haber insultado a la Unión Europea y al Papa, el año pasado llamó “hijo de puta” a Barack Obama por las críticas del Departamento de Estado a sus abusos. La tensión creció hasta tal punto que el presidente estadounidense canceló la reunión prevista entre ambos.

Duterte duda de ir a Washington

Javier Duterte es un duro. Un político maleado en la muerte al que le cuesta olvidar. Incluso los halagos de Donald Trump no han hecho mucha mella en él. Con Barack Obama mantuvo una profunda enemistad y congeló sus relaciones con el Departamento de Estado. Después de la llamada telefónica, aunque reconoció que había un nuevo clima, mostró un tono distante y puso en duda que fuera a tener tiempo para visitar Washington. “Estoy comprometido. No puedo hacer promesas definitivas. Tengo que viajar a Rusia e Israel”, dijo en Filipinas. Las declaraciones, como remate, las hizo justo después de visitar tres barcos guerra chinos atracados en Davao (isla de Mindanao). Un malicioso guiño al rival de Estados Unidos.

Desde entonces, Duterte, que cuenta con un apoyo del 76% del electorado, ha acelerado su aproximación a China. En una reciente visita al gigante asiático, afirmó que se “había separado” de Washington y manifestó su “realineamiento” con Pekín. Para el Departamento de Estado de EEUU, se trataba de una derrota, pero sus desmanes hacían difícil cualquier vuelta atrás. Ahora, con la llegada al poder de Trump se ha abierto un nuevo y oscuro espacio de entendimiento.

El presidente estadounidense colecciona autócratas en su galería de amistades. No es sólo la fascinación que siente por el ruso Vladimir Putin, sino también su apoyo entusiasta al egipcio Abdelfatá Al Sisi, con las cárceles rebosantes de opositores; al turco Recep Tayyip Erdogan, inmerso en una feroz represión, o su recién adquirida amistad con el presidente chino, Xi Jinping. A todos les ha dedicado elogiosas palabras y enviado señales de amistad en momentos clave.

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Con Duterte ha repetido la pauta e incluso ha dado un paso más al aplaudir abiertamente “su lucha contra las drogas”. En este clima, ha dejado caer la posibilidad de una visita a Filipinas en noviembre con motivo de la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático.

Para justificar esta aproximación, la Administración Trump ha apelado a necesidades geopolíticas. Ha insistido en que trata de recuperar a un antiguo aliado que estaba siendo absorbido por China, y también ha sacado a relucir el escenario prebélico con Corea del Norte. “Hemos de construir un anillo solidario en Asía para aumentar la presión con Corea de Norte y su programa nuclear y balístico”, ha dicho el jefe del gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus.

Estos argumentos no han bastado para acallar el escándalo. Las organizaciones de derechos humanos y la propia ONU han recordado que Duterte tiene las manos manchadas de sangre y que cualquier aproximación puede ser tóxica. “Apoyar la letal guerra contra las drogas de Duterte es convertirse en cómplice moral de los futuros crímenes”, denunció Human Right Watch. La Casa Blanca no ha respondido. El sanguinario Rodrigo Duterte es ahora un amigo.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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