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Columna
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Los que se pudren

¿Cuánto mal todavía puede hacer el gobierno-9%-de-aprobación-Temer?

Eliane Brum

Las flechas empuñadas por los indígenas que ocuparon Brasilia la semana pasada pueden indicarlo. Va contra los más vulnerables, con los que nadie se importa, los grandes otros del Brasil cuyas manos corruptas avanzan sin la necesidad de disimular ni siquiera en el discurso. De esta aldea llamada Funai (Fundación Nacional del Indígena) se ha ido arrancando pieza a pieza y tal vez, en breve, el día amanezca y ya no queden ni siquiera sillas. Es allí donde lo peor de ayer es mejor que lo peor de hoy. Y mañana, la frase “ningún derecho menos” pude dejar de tener sentido porque ya no quedará ninguno. Primero les pasa a los indígenas. Desde 1500, como se sabe. Pero no cuesta recordar: “Los indígenas somos nosotros”.

El jueves 27 de abril, el presidente de la Fundación Nacional del Indígena, Antônio Fernandes Toninho Costa, se encontró mal cuando negociaba con líderes indígenas acampados en la Explanada de los Ministerios. Una bajada de tensión, dijo su asesoría de prensa. Él encarna, estos días, el drama tan bien expresado en la frase antológica del escritor Luis Fernando Verissimo: “En Brasil, el fondo del pozo es solo una etapa”. Antônio Costa es una etapa, él mismo lo ha descubierto.

Antes de él, el gobierno-9%-de-aprobación-Temer intentó colocar un general en la presidencia de la Funai. La información se filtró y hubo reacción. A fin de cuentas, la dictadura comandada por los militares en Brasil, con el apoyo de algunos sectores de la sociedad civil, exterminó a centenas de indígenas. El gobierno-9%-de-aprobación-Temer desistió del general, pero no desistió de entregar la Funai al Partido Social Cristiano (PSC). Así, como si fuera un agasajo al partido de su base aliada: “Tomad la Funai, para vosotros”.

El PSC es notable por la calidad de sus exponentes: desde el pastor Marco Feliciano, aquel que dice que “los africanos descienden del ancestral maldito de Noé”, al militar jubilado Jair Bolsonaro, que defiende a torturadores y se enorgullece de ello. Como dueño de la Funai, el PSC, este partido que merece un estudio más profundo, ha puesto a Antônio Costa en la presidencia. No otro general, sino un pastor evangélico que cuide de las cuestiones indígenas.

Antônio Costa, dentista y pastor de la Primera Iglesia Baptista de Guará, suele ser un hombre educado. Cuando se despide de los indígenas, les dice “vayan con Dios”. Algunos pueblos indígenas podrían preguntarle a qué dios se refiere, pero hay cuestiones más urgentes. Pero, si Antônio Costa es un hombre educado, su concepción de los pueblos indígenas no parece haber sido sacudida por la Constitución de 1988. Expresó sus ideas con sincera devoción en la entrevista que ofreció al reportero Jõao Fellet, de la BBC Brasil, a principios de abril. Para él, los indígenas deberían introducirse en el “sistema productivo” y la explotación minera en sus tierras ancestrales debería reglamentarse lo antes posible.

Su jefe, el ruralista y ministro de Justicia Osmar Serraglio, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), nombrado por el gobierno-9%-de-aprobación-Temer, había declarado antes que había que terminar esa discusión sobre la demarcación de las tierras indígenas, porque “la tierra no llena la barriga de nadie”. Para acelerar el proceso de desproteger las tierras indígenas ya protegidas y nunca proteger las que todavía necesitan protegerse, el ministro-de-justicia-para-mí-y-mis-amigos-ruralistas eliminó 347 cargos de confianza de la Funai, que en aquel momento casi no conseguía trabajar por falta de personal. Y, por más críticas que se puedan hacer a la actuación de la Funai en diferentes fases, la violencia contra los indígenas se multiplica donde no está. Sin la Funai, es todavía más fácil avanzar sobre las ricas tierras indígenas y acabar con la cultura de los más de 250 pueblos originarios, así como con la selva y otros ecosistemas, ya que son los indígenas los principales protectores del medio ambiente.

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La Funai se desmonta para acelerar el proceso de desproteger las tierras indígenas que ya están protegidas y nunca proteger las que todavía tienen que protegerse

Las ideas de Antônio Costa, expuestas de forma tan cristalina, sorprendieron a aquellos que defienden el derecho de los pueblos indígenas a existir y determinar su destino. El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro, del Museo Nacional, afirmó en Twitter sobre el contenido de la entrevista: “No paran de emerger imbéciles de la fosa séptica que es este gobierno. Los coroneles de la dictadura que dominaban la Funai en los años 70 no lo hubieran dicho mejor”.

Pero los días son así en el Brasil del gobierno-9%-de-aprobación-Temer. El horror de ayer es una etapa intermedia, nunca el fondo del pozo. Ni siquiera es que siempre puede ser peor, como dice el cliché. Es que siempre es peor. Tanto que, unos días atrás, un grupo de indígenas bloqueó la carretera BR-163 durante seis horas, en el estado de Mato Grosso del Sur. Una de las reivindicaciones era que Antônio Costa permaneciera en la presidencia de la Funai. ¿Estaban locos los indígenas?

No. Solo habían descubierto el Brasil del gobierno-9%-de-aprobación-Temer. Lo que había sucedido era el día siguiente. No bastaba tener un pastor evangélico como presidente de la Funai, no bastaba tener un presidente de la Funai que defiende que los indígenas tienen que introducirse en “la cadena productiva”, no bastaba tener un presidente de la Funai que apuesta por la liberación de las tierras indígenas para la explotación minera. No. Para el ministro-de-justicia-para-mí-y-mis-amigos-ruralistas y para los caciques blancos del PSC, Antônio Costa era demasiado progresista.

Los indígenas descubrieron que en el Brasil de Temer lo que ya es malo siempre empeora al día siguiente

Fíjense en cómo Antônio Costa era “izquierdista”: se negó a nombrar ahijados políticos para cargos técnicos de la Funai. Afirmó a la prensa que, debido a esa negación, sería destituido y “estaba esperando que se publicara la exoneración”: “Las coordinaciones regionales trabajan directamente con la comunidad indígena, y ellos (indígenas) no aceptan políticos. Ellos (integrantes del partido) querían poner a personas que nunca habían trabajado con el tema”. Antônio Costa puso una barrera de principios, solo una, pero cualquier principio, por más elemental que sea, es inaceptable en el gobierno-9%-de-aprobación-y-8-ministros-investigados-en-la-Lava-Jato-Temer. Cualquier principio es un acto de insubordinación pasible de destitución. Al fin y al cabo, ¿quién osa tener principios en el gobierno-9%-de-aprobación-y-8-ministros-investigados-en-la-Lava-Jato-Temer? 

La destitución debería haber sucedido el Día del Indígena (19 de abril), pero algún iluminado de este gobierno de lumbreras creyó que quizás, quién sabe, podría no sentar bien. Tuvieron algún tipo de destello. Antônio Costa todavía continúa en la Funai y, por lo menos hasta hoy, solo ha caído su tensión. Al ser preguntado por la destitución del presidente de la Funai, el ministro-de-justicia-para-mí-y-mis-amigos-ruralistas, Osmar Serraglio, habría dicho: “No sé nada sobre su destitución. Vi en la prensa que sería destituido. En realidad, la Funai es del PSC, de André Moura”.

La Funai tiene “dueño”: es del PSC de André Moura, Jair Bolsonaro y Marco Feliciano

Los indígenas y las personas y organizaciones que defienden el derecho de que los indígenas existan tendrían que haberse tranquilizado después de saber que este lote del Latifundio Brasil pertenece al cacique André Moura, líder-del-gobierno-en-el-Congreso-e-imputado-en-el-Supremo-y-sospechoso-de-intento-de-homicidio-y-brazo-derecho-de-Eduardo-Cunha, de manera que pueda acomodar sus intereses y los de sus amigos como mejor le parezca, sin ser molestado por persecuciones éticas. Al fin y al cabo, ¿qué importa la vida de más de 250 pueblos originarios? ¿Qué importancia tiene la conservación del medio ambiente del planeta comparada con la grandiosidad de los intereses del PSC?

Pero, extrañamente, no se tranquilizaron. Así, en los últimos días se produjo un cierto esfuerzo para mantener Antônio Costa en el cargo por parte de muchos que antes se santiguaban al oír su nombre. Por una razón sencilla: Antônio Costa es una etapa intermedia en un descenso acelerado, y el fondo del pozo no existe ni como abstracción en el gobierno-9%-de-aprobación-y-8-ministros-investigados-en-la-Lava-Jato-Temer.

Con Antônio Costa o sin él, el progreso sigue a toda velocidad en la Funai. Según el reportero André Borges, del periódico Estadão, el ministro-de-justicia-para-mí-y-mis-amigos-ruralistas envió a la Casa Civil la recomendación de la funcionaria Azelene Inácio para el cargo de directora de protección territorial de la Funai, área responsable por la demarcación de tierras indígenas. Azelene fue acusada por la Fiscalía de Santos, en el estado de São Paulo, en 2008, de actuar a favor del empresario Eike Batista al autorizar la construcción del complejo portuario que afectaba directamente una tierra indígena.

Con Antônio Costa o sin él, el desmantelamiento de la Funai sigue a toda velocidad

Según el reportaje, en aquel momento ella era coordinadora general de los derechos indígenas de la Funai, pero habría dicho a los indígenas que no debían confiar en la Funai porque la demarcación de las tierras no se produciría. Y que, por lo tanto, debían aceptar la propuesta de la empresa para no ser desalojados sin ningún derecho. Por coincidencia poética, el viernes de la Huelga General en Brasil (28 de abril), Eike Batista fue puesto en libertad por el ministro Gilmar Mendes, del Supremo Tribunal Federal.

Pero no seamos pesimistas, porque los pesimistas son aquellos a quienes no les gusta Brasil. Es mucho mejor vivir en un país en que la presidenta elegida fue destituida del poder por un Congreso honesto y por los estadistas de la Federación de Industrias de São Paulo y por movimientos de ciudadanos de bien aliados a Eduardo Cunha. Y es mucho mejor vivir en este Brasil ahora sin corrupción, finalmente entregado a las manitas traviesas del presidente-9%-de-aprobación-acusado-por-un-ejecutivo-de-Odebrecht-de-dirigir-una-reunión-en-la-que-se-negoció-un-soborno-de-40-millones-de-dólares-Temer.

Es mucho mejor, incluso, porque gente muy inteligente garantiza (¡y hasta escribe!) que es excelente que Temer no tenga popularidad porque así puede hacer las reformas “necesarias” sin tener que dar explicaciones al pueblo, esta entidad que tanto molesta a Brasil porque no siempre entiende que la reducción de sus derechos es necesaria porque son sus derechos los que impiden que el país se desarrolle desde el primer presidente de la República, Deodoro da Fonseca, en 1889.

Los indígenas siempre lo complican todo, hay que decirlo. Molestan porque ponen su penacho donde no deberían. Bloquean no solo las carreteras y las obras de las hidroeléctricas, sino también cualquier binarismo. E impiden que muchos blancos borren el pasado reciente. Fue lo que sucedió la semana pasada con la senadora acusada por la Lava Jato Gleisi Hoffmann, del Partido de los Trabajadores (PT). Entró en el plenario del Senado con un penacho en la cabeza. La causa era legítima: los indígenas intentaron colocar 200 ataúdes de cartón negro en el lago del Congreso, para representar los muertos en conflictos por las tierras, pero fueron reprimidos por la Policía Militar con balas de goma, bombas de gas lacrimógeno y espray de pimienta. Eran escenas del tiempo de la dictadura reeditadas hoy, pero determinados medios de comunicación, que tienen problemas con el concepto no de posverdad sino con el de la verdad, lo llamaron “enfrentamiento”. Es un ejercicio interesante imaginar cómo cubrirían el “enfrentamiento” que sucedió en 1500.

Los indígenas complican el pensamiento binario porque ponen el penacho donde no deberían

El problema del penacho de la senadora Gleisi, utilizado para denunciar los abusos cometidos contra los indígenas y el desmantelamiento de la Funai, es que ella fue precisamente una de las más activas protagonistas del desmantelamiento que ahora denuncia cuando era jefa de la Casa Civil en el gobierno de Dilma Rousseff. Es de ella, en la época sin penacho, la siguiente perla del cinismo nacional, refiriéndose a la demarcación de las tierras indígenas: “El gobierno no puede y no va a concordar con minorías con proyectos ideológicos irreales”.

Si el gobierno-9%-de-aprobación-y-8-ministros-investigados-en-la-Lava-Jato-Temer ya ha alcanzado etapas hasta ahora inexploradas en su determinación de llevar a Brasil al fondo del pozo sin fondo, el desmantelamiento de la Funai y los ataques a los derechos constitucionales de los pueblos indígenas empezaron mucho antes. El gobierno de Dilma Rousseff marcó un período de gran retroceso en la protección de la selva y de los pueblos tradicionales. Es importante recordar otra perla sobre los pueblos indígenas, esta pronunciada por la ruralista Katia Abreu, que Dilma Rousseff nombró para el ministerio de Agricultura: “El problema es que los indígenas han salido de la selva y han empezado a descender en el área de producción”. Como siempre les pasa primero a ellos, los indígenas tuvieron durante demasiado tiempo un derecho menos, mucho antes de la gestión temeraria.

Si el impeachment fue una ruptura en la medida en que sacó a Dilma Rousseff y al PT del poder que habían alcanzado por medio del voto, el gobierno Temer es una continuación mucho peor y representa la aceleración del desmantelamiento de derechos que se inició cuando el PMDB, el PT y lo que hay de más nefasto en el espectro partidario todavía se abrazaban por los pasillos del Palacio del Planalto y del Congreso en nombre de una obscenidad que llamaron “gobernabilidad”. En Brasil nada es simple y mucho menos binario, como indican con tanta precisión las flechas de los indígenas. Borrar la memoria, así como las contradicciones, nunca nos llevó a un país mejor.

Y así llegamos a lo que llamamos presente. Un gobierno con 9% de aprobación y 8 ministros investigados en la Lava Jato, un presidente acusado por el ejecutivo de una empresa de construcción de negociar un soborno de 40 millones de dólares. Y cada día es otro derecho menos. Ante este escenario, el viernes 28 de abril, gran parte de Brasil paró en una huelga general contra las reformas laborales y de la jubilación. Uno de los principales organizadores de las manifestaciones a favor del impeachment de Dilma Rousseff, el Movimiento Brasil Libre (MBL), llamó “gandules” a los trabajadores que ejercían su derecho legítimo a hacer huelga. El alcalde de São Paulo, João Doria, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), cada día más presidenciable, también llamó “gandules” a los trabajadores que ejercían su derecho constitucional. Su diligente colaborador, el alcalde de Pinheiros, Paulo Mathias, superó todas las expectativas al enaltecer en un vídeo a un grupo de funcionarios que durmió en el trabajo para no faltar al día siguiente, debido a la paralización del transporte público. Acto seguido, puso todas sus neuronas a trabajar el día de la huelga y revolucionó el pensamiento lógico: “Estoy a favor del derecho a huelga, pero no en día laboral”.

Aquellos que se anuncian en el presente como “novedad” dan un recital de viejo autoritarismo al llamar a los trabajadores en huelga “gandules”

Cuando aquellos que se esfuerzan para venderse como “novedad” llaman “holgazanes” a los trabajadores en huelga, el discurso más enmohecido y decrépito del autoritarismo, lo “nuevo” ya no disimula el tufo. Portavoz del gobierno el 28 de abril, el ministro-de-justicia-para-mí-y-mis-amigos-ruralistas, Osmar Serraglio, también invocó una expresión del pasado autoritario al denominar la huelga general de “follón generalizado”.

Pero siempre hay futuro justo allí, después de la curva. El domingo 30 de abril, una encuesta del Instituto DataFolha mostró que Jair Bolsonaro, del PSC, partido “dueño” de la Funai, disputa el segundo lugar en las elecciones presidenciales de 2018 en la preferencia de los electores ansiosos por cambiar Brasil. Bolsonaro no disimula su autoritarismo con ningún nombre fotochopeado como “gestor”. Es un franco defensor de la dictadura y de los torturadores, así como homofóbico declarado. Acusado de incitación al crimen de violación, blanco de la Fiscalía por discriminación racial, también ha anunciado que, si resulta elegido, “no va a haber un centímetro demarcado para tierras indígenas o quilombolas”. A los indígenas les pasa primero, pero, no cuesta recordar: “los indígenas somos nosotros”.

¿Qué indican las flechas de los indígenas?

Las flechas de los indígenas indican que en Brasil el pasado no pasa y el futuro ya ha pasado. 

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Traducción: Meritxell Almarza

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