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Tribuna
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Nairo presidente (Tunja, Boyacá)

En un país que exporta eufemismos, es un hombre conciliador que habla de frente

Ricardo Silva Romero

Es una de las frases desesperadas de nuestro repertorio: “Nairo Quintana presidente”. Podría ser también “Gabriel García Márquez presidente”, “Carlos Vives presidente”, “James Rodríguez presidente”, porque resume la vieja fantasía colombiana de que una persona que haga bien su trabajo componga por fin este lío. Nairo Quintana es, a los 27 años, el mejor ciclista que haya habido en Colombia: ha ganado la Vuelta a España y el Giro de Italia, para mencionar nomás las carreras más grandes que ha conquistado, y ha quedado de segundo dos veces en el Tour de Francia. No ha conseguido, pues, triunfos de aquellos que el país tiende a inflar: durante mucho tiempo aquí fue un orgullo, como una copa, haber empatado 4 a 4 con la Unión Soviética en el Mundial de 1962. Quintana ha ganado de verdad.

Y, en un país que exporta eufemismos, es un hombre conciliador que habla de frente. Y, en un país que ha negado el campo como persiguiendo su vocación, es un campesino que defiende a los suyos sin rodeos. Y, en un país de patrones temibles y trabajadores forzados a la servidumbre, es el corredor arrojado que se ha atrevido a señalar a la Federación Colombiana de Ciclismo –sin ambigüedades pero sin bajezas– como la razón principal por la que no tiene ningún sentido quedarse en Colombia si uno quiere un futuro de ciclista: la semana pasada puso en evidencia que los funcionarios de la Federación evitan la presentación de estados financieros, politiquean para seguir en el poder, cobran afiliaciones delirantes, se encogen de hombros ante la falta de controles antidopaje en las carreras locales, fingen que apoyan.

Llovió entonces una de las frases mezquinas de nuestro repertorio: “Nairo Quintana debería dedicarse a pedalear”. Podría haber sido también “los actores deberían guardarse sus opiniones” o “los escritores tendrían que dedicarse a la ficción” porque resumen tanto el hastío como la violencia –las ganas de callarse y las ganas de callar– con las que hemos asumido la política en Colombia. Quisieron que Quintana se quedara mudo como otro ciclista que a duras penas agradece a sus patrocinadores al final del viacrucis del día: “Nairo está mal informado”, dijo el presidente de la Federación, Ovidio González, que luego de dieciséis años en el poder se niega a dejar su posición, y vino el apoyo a González de la bicicrosista Mariana Pajón, doble medallista olímpica, y detrás de ella los lapidadores profesionales de ídolos colombianos.

Sí, también es usual acá, en la tierra de la envidia, apedrear a García Márquez porque no hizo lo suficiente por su país, a Vives porque no ha vuelto a vender un disco como vendió el primero, a Quintana porque quedó otra vez de segundo en el Tour.

Pero él, Nairo, no está para caer en los lugares comunes de su tierra: cuando los sensacionalistas noticieros de internet daban por librada una guerra entre los dos grandes ciclistas del país, Quintana y Pajón, Nairo y Mariana –y los genios de rigor ya hablaban de lucha de clases y de machismo, por Dios–, él publicó un pequeño pero contundente video en el que le declara a ella toda su admiración y reconoce las buenas intenciones de sus palabras. Y para demostrar, sin decir más, que es posible ser un corredor que opina –pedalear y pensar al mismo tiempo–, este domingo ganó la etapa reina de la nevada Vuelta a Asturias mientras su supuesta contendora ganaba otra válida de la Copa de Francia.

No es necesario que sea presidente, sin embargo, pues los sensatos tienen claro que cada quien hace política desde lo suyo. Basta con que siga ejerciendo su derecho a decir la verdad. Y con que siga saliendo de su casa en Tunja, en la montañosa y fría Boyacá, a entrenar con los ciclistas que lo admiran por ser él.

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