_
_
_
_
_

Quinta jornada de protestas pacíficas en Alhucemas

Los ciudadanos redoblan su desafío pacífico y ponen al Estado frente al dilema de endurecer su respuesta

Francisco Peregil
La activista Nawal Ben Aisa, el martes en Alhucemas.
La activista Nawal Ben Aisa, el martes en Alhucemas.F. PEREGIL

Noche del martes en Alhucemas. Quinta jornada de movilizaciones desde que se ordenó el arresto de Nasser Zafzafi, el líder de las protestas. Son las nueve y media de la noche en lo alto del barrio de Sidi Abed, donde se organizan cada día las manifestaciones, al final de una larga pendiente. Aún quedan 30 minutos para que comiencen a llegar los jóvenes en masa. Apenas hay una veintena de ellos junto a un altavoz con una pegatina de Zafzafi. En este momento, la única mujer entre tanto varón es Nawal Ben Aisa, ama de casa de 36 años, casada y con cuatro hijos, que en pocos días se ha erigido en la cabeza visible del movimiento. Está ahí con su hija Mayssam, de siete años. Y discute en voz alta con algunos de sus compañeros cómo gestionar las concentraciones. Ella sigue creyendo en la solución pacífica y parece imponer su criterio sobre el resto a viva voz. Sentada en un banco se encuentra una señora vestida de negro, simpatizante de este movimiento popular.

De repente, como si hubieran aterrizado desde el cielo, irrumpen en la plaza varias furgonetas antidisturbios con las sirenas de emergencia y decenas de agentes con porras corren hacia los jóvenes. Todo el mundo se pone a salvo en estampida. Menos Ben Aisa, que se queda abrazada a su hija, llorando las dos, la mujer de negro y este periodista. Entre todas las voces sobresale el llanto de la niña. Varios antidisturbios se dirigen hacia ellas diciéndoles que no se preocupen, que no van a hacerles nada. Les abren el paso para que salgan de ahí.

Más información
El hombre de Alhucemas que se convirtió en símbolo del descontento
Protestas en Marruecos

La mujer de negro dice que ella no se va, que no ha hecho nada malo y no tiene por qué irse, pero termina siguiendo a Ben Aisa y su hija. Los gritos y las carreras presagian una batalla campal. Y entonces, toda esa persecución se transforma en un retrato de lo que está viviendo el Rif. Retrato del miedo, porque Nawal Ben Aisa acude a una puerta entreabierta con la niña llorando, la calle vacía, a un lado los antidisturbios y a otro lado más antidisturbios, y la dueña de la casa se niega a darles cobijo. Por miedo a las consecuencias. Retrato, también, del coraje. Porque enfrente se abre otra puerta, Ben Aisa mete a su hija y vuelve a salir a la calle. Los policías se arman también con piedras recogidas del suelo. Los jóvenes, ya a resguardo, desde otras calles, gritan: “¡Pacífica, pacífica!"

De pronto, sin que nunca quedase claro por qué vinieron y por qué se fueron, los antidisturbios vuelven sobre sus pasos y descienden en formación por la calle principal del barrio Sidi Abed. Los jóvenes les aplauden y corean "pacífica, pacífica". Algunos les abuchean, pero se imponen los aplausos y el grito de "pacífica, pacífica". Mientras tanto, los policías de paisano continúan a lo suyo, recabando información. Piden el carné de periodista a los redactores que ven con una libreta en la mano, extranjeros y locales, y toman fotos de los carnés.

Queda la imagen de la impotencia de un Estado que reprime y no quiere reprimir ante una población que tiene miedo y no lo tiene
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

No ha habido ni un rasguño que lamentar. Pero queda la imagen de la impotencia de un Estado que reprime y no quiere reprimir ante una población que tiene miedo y no lo tiene. La demostración de fuerza de la policía ha atraído a más gente. A partir de las 10 de la noche la calle y la plaza se van llenando como nunca lo hicieron en estas cinco noches. Con los lemas de siempre: “Todos somos Zafzafi”, “Nasser, te vamos a defender, con la vida y con la sangre”... Este martes hay también más mujeres que nunca. Y más periodistas.

Los policías se han llevado un bafle con la foto de Nasser Zafzafi pegada. Pero al cabo de una hora los jóvenes consiguen otro. Y toma la palabra Nawal Ben Aisa. “Gracias a todos. Vamos a seguir de forma pacífica, como dijo Nasser. Lo juro, lo juro, no vamos a volver atrás. Vamos a seguir manifestándonos hasta que liberen a los detenidos”.

Después habla otra militante, que coloca junto al altavoz un mensaje grabado por Nasser Zafzafi cuando supo que ya habían ordenado su arresto. Y el mensaje de Zafzafi dice: “Han venido a detenerme. Pero tenéis que seguir con el movimiento porque estamos haciendo historia. Hay que hacerlo de forma pacífica. Y si nos detienen, hemos ganado”.

Después habla el padre de Zafzafi, que se encuentra al lado de Nawal Ben Aisa, junto a su esposa. Da las gracias a todos, dice que él no está preparado para hablar, se le humedecen los ojos y se despide con tres palabras que ya suenan como una letanía: “Pacífica, pacífica, pacífica”.

Nawal Ben Aisa había sido la primera en hablar y es la última: “Ahora, nos levantamos todos y nos vamos. No os vayáis juntos, evitad las provocaciones de la policía”.

El desempleado Nasser Zafzafi se convirtió en un símbolo del descontento en el Rif. En pocos días se labró una imagen de hombre fuerte y sin miedo. Ahora está naciendo otro símbolo, tal vez mucho más difícil de combatir. Porque es un ama de casa y tiene cuatro hijos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_