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La subsanación de una injusticia histórica

El primer ministro advierte de que los lugares sagrados judíos permanecerán bajo soberanía israelí

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante un Consejo de Ministros en diciembre de 2015.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante un Consejo de Ministros en diciembre de 2015.Dan Balilty/Pool (AP)

Puedo decir con certeza que la mirada de todo el mundo se ha centrado en nosotros esta semana, y ciertamente la del mundo judío, que celebra el 50º aniversario de la reunificación de nuestra eterna capital […].

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Los soldados que liberaron Jerusalén durante la Guerra de los Seis Días hicieron lo mismo con un estallido de emoción que brotaba de las profundidades de su alma. Recuerdo cuando se abrió un agujero en el muro que rodeaba la ciudad, cerca del Ayuntamiento, y la marea humana que inundó las avenidas; llegamos por fin al Muro de las Lamentaciones y tocamos esas piedras en persona. Ver a nuestros soldados cerca del Muro de las Lamentaciones, en aquella ocasión histórica, supuso una alegría por tres razones; nuestro éxito a la hora de convertir la amenaza existencial contra nosotros en un gran milagro de salvación; nuestro regreso a la tierra de nuestros antepasados, en la que se forjó nuestra identidad como pueblo; y la maravillosa reunificación que nos unió y demostró que permaneciendo juntos podíamos superar cualquier reto.

Liberamos Jerusalén y la convertimos en una ciudad, no perfecta, pero completa. Es una ciudad avanzada. Ha prosperado, está abierta a todos y respeta a los creyentes de las diversas religiones. Redimimos Jerusalén del continuo descuido y de la angustia que había sufrido. Nosotros somos quienes hemos llevado su desarrollo a cotas elevadas. ¿Qué había en Jerusalén antes de eso? ¿Cómo era la ciudad en los albores de nuestro renacimiento nacional, cuando empezamos a retornar a ella? No había casi nada. En el siglo XIX, ¿había un reino avanzado aquí en Israel? ¿Había una capital palestina vibrante?

La verdad sea dicha: Jerusalén, como todo el territorio de Israel, era un distrito periférico y desolado del Imperio otomano. Son numerosos los visitantes célebres que transmitieron sus impresiones sobre Tierra Santa: de Chateaubriand, de Lamartine, Mark Twain, Herman Melville, los mayores escritores y poetas de la historia humana. No eran agentes sionistas. Escribieron sobre lo que vieron, y todos describieron exactamente la misma imagen: un país lejano, en su mayor parte aburrido y yermo, envuelto en una sensación de inquietud.

"Algunos ven la Guerra de los Seis Días como un desastre para Israel; yo la considero un éxito y su salvación"
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El gran cambio se produjo con la inmigración judía. Establecimos pueblos, kibutz, comunidades agrícolas, ciudades. Desarrollamos la agricultura y la industria. Esto se convirtió en un imán para la inmigración árabe al territorio de Israel. Los inmigrantes árabes se unieron a los árabes que ya vivían aquí, pero esto es lo que impulsó el gran desarrollo de la Tierra de Israel, su gran renovación […].

Jerusalén estaba partida en dos por una sinuosa línea fronteriza en cuyo centro se situaban barricadas para bloquear los disparos de francotiradores, vallas de alambre de espino y campos de minas. Nos quedamos allí, intentando vislumbrar la Explanada de las Mezquitas y el Muro de las Lamentaciones, pero sin poder acercarnos. […]

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Nunca volveremos a esa situación. La oscura nube que pendía sobre Jerusalén se dispersó hace 50 años. Nos embarcamos en una inaudita y justificada guerra defensiva y obtuvimos una clamorosa victoria. Algunos ven la Guerra de los Seis Días como un desastre para Israel; yo la considero un éxito y la salvación de Israel. ¿Cómo podríamos haber seguido viviendo en una estrecha franja de tierra de solo 12 kilómetros de ancho, con el bienestar de nuestros ciudadanos en constante peligro, incluso aquí, en Jerusalén? […].

Dejamos de ser un país costero amenazado y estrecho y nos convertimos en un país defendible y seguro, un país cuya capital no se ha cedido a los soldados enemigos. Ante todo, este fue un acontecimiento de justicia histórica: Jerusalén, nuestra capital durante más de 3.000 años, volvía a sus propietarios originales, completa y unida. Durante generaciones, fue exclusivamente nuestra capital nacional y no la de otros pueblos. Solo bajo nuestra soberanía se ha convertido en una isla de tolerancia y libertad religiosa en el corazón del tormentoso, turbulento e intolerante Oriente Próximo. […] 

Deseo aclarar que el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones permanecerán siempre bajo soberanía israelí. La subsanación de la injusticia histórica, lograda hace 50 años gracias al valor de nuestros combatientes, se mantendrá para siempre. Judea estará habitada para siempre y Jerusalén, de generación en generación.

Discurso del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la sesión especial de la Knesset [Parlamento] para conmemorar el 50º aniversario de la reunificación de Jerusalén (extractos).

Traducción: Newsclips.

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