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Columna
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Las urnas de mayo

Pasaremos de la mudez a la cacofonía, si, como parece, se convierten en munición cuestiones como Cataluña, el final de ETA, la inmigración o la corrupción

Se ven venir las urnas del 25 de mayo para las elecciones al Parlamento Europeo que, esta vez, son diferentes porque sus poderes se han incrementado y porque la presidencia de la Comisión será para el líder de la formación política que alcance el triunfo. La pugna mayor será entre el socialista alemán Martin Schulz y Jean-Claude Juncker, el luxemburgués del Partido Popular Europeo designado en Dublín. Pero luego en cada país hay que componer las candidaturas para los escaños que corresponden. En España la elección es en una circunscripción única de carácter nacional. Los socialistas han designado para encabezar sus candidatos a la vicesecretaria Elena Valenciano, mientras que Mariano Rajoy sigue dilatando su decisión como cuando el cuaderno azul del presidente Aznar. Asombra el comportamiento del Comité Ejecutivo de Génova, capaz de reunirse sin que nadie inquiera quién será el candidato. El presidente se exhibe en silencio como el domador que prueba su poder de doma entrando en la jaula de los leones.

Rajoy se exhibe en silencio como el domador que prueba su poder de doma entrando en la jaula de los leones

Sin urnas no hay democracia, aunque solo con urnas tampoco, según acabamos de observar en Corea del Norte el domingo pasado. Allí en cada una de las 170 circunscripciones del país se ha presentado un único candidato del partido único y todos han sido votados por el 100% de los inscritos en el censo correspondiente, sin ninguna abstención, papeleta negativa, en blanco o nula. En estas condiciones únicas el pronóstico excluía la sorpresa. De modo que el sistema del presidente coreano Kim Jong-Un recuerda aquel “todo atado y bien atado bajo la guardia fiel del ejército” enunciado en Garabitas en 1961 por nuestro Generalísimo. Pero, sin pluralidad de candidatos con oportunidades reales, hablar de democracia es ilusorio, igual que en la Cuba castrista y en otros países a los que algunos parecerían mirar con envidia por la eliminación de las incertidumbres. El interés de los expertos se reduce a aquilatar la composición de la candidatura para deducir quiénes han sido ascendidos o han caído en desgracia.

De modo que la democracia para merecer su nombre exige elecciones reales entre alternativas distintas. Otra cosa es que, cuando se aproxima la fecha de su convocatoria, la apertura de las campañas dé lugar a una alteración perniciosa del curso político. Porque los partidos entran en celo, pierden la compostura, multiplican su antagonismo, se instalan en el “y tú más”, azuzan los peores instintos del público como si fuera un estímulo necesario para solicitar el voto.

La convocatoria europea del 25 de mayo es crucial y antes del resultado a repartir entre más aspirantes es decisiva la participación del electorado. Enseguida pasaremos de la mudez a la cacofonía, de la parálisis a la epilepsia. Si, como parece, se convierten en munición cuestiones tan delicadas como Cataluña, el final de ETA, los inmigrantes o la corrupción, si los intereses de partido priman sobre las soluciones que necesitan consenso, estaríamos abocados a la celebración del desastre.

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