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Un símbolo de la reconciliación

El Rey ha servido de nexo entre España y Latinoamérica

Juan Jesús Aznárez
El Rey junto a Hugo Chávez, en Madrid en 2009.
El Rey junto a Hugo Chávez, en Madrid en 2009.Paul White (AP)

Viajero frecuente en un subcontinente históricamente agobiado por las sublevaciones castrenses y la fragilidad de los poderes civiles, el Rey visitó todos los países de América Latina promoviendo el éxito de la transición española y desarrollando gestiones diplomáticas sobre asuntos políticos y empresariales. Inevitablemente, el choque de 2007, en Santiago de Chile, con el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez —“¿Por qué no te callas?”—, causó sensación al quebrantar los usos y costumbres de las reuniones presidenciales, pero la mayoría de las gestiones del Rey han sido discretas, calladas, sin publicidad.

Su primera reunión en Latinoamérica con un jefe de Estado tuvo lugar en 1976. De camino a Washington, el Monarca hizo escala en República Dominicana para verse con el presidente Joaquín Balaguer. Quince años después, los días 18 y 19 de julio 1991, el Rey viajó a Guadalajara (México) para inaugurar la I Cumbre Iberoamericana, organizada por los entonces presidentes de México y España, Carlos Salinas de Gortari y Felipe González.

El Rey siguió la lectura de la Declaración de Guadalajara, que tuvo especial trascendencia pues recomendó medidas ausentes en las administraciones latinoamericanas desde Cristóbal Colón: disciplina fiscal, reducción del gasto público, reforma impositiva, apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas, privatización, desregulación y garantía jurídica de los derechos de propiedad. A inicios de 1992, con las primeras privatizaciones en Argentina, tomaron posiciones Telefónica, Iberdrola, Gas Natural, Repsol, Iberia y Mapfre.

Poco a poco, las democracias regionales cobraron fuerza tras decenios de inestabilidad y cuartelazos, y nadie mejor que el Rey, nacido en una dictadura militar, para simbolizar el éxito de la reconciliación social y política en España. Invitado a todas las investiduras presidenciales como jefe de Estado, aprovechó esas citas para cumplimentar las misiones encomendadas por los sucesivos Gobiernos. Felipe González conoció bien y antes que nadie las intervenciones de la monarquía española en el subcontinente pues trabajó para que fuera aceptada y tuviera un papel activo en el proceso de integración iberoamericano. Desde los años setenta, González mantenía contactos con los principales dirigentes del área, y especialmente con el panameño Omar Torrijos, el venezolano Carlos Andrés Pérez y el mexicano Luis Echeverría.

Su momento más sonado fue el choque con Chávez en 2007 y su frase “¿Por qué no te callas?”

Los Reyes viajaron a las cumbres y visitaron todos los países iberoamericanos, incluido Cuba, para asistir a la IX Cumbre, celebrada en noviembre de 1999, en La Habana.

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La Corona promocionó la marca España destacando la recuperación de la convivencia social, y ayudando, cuando se le pidió, para desbloquear conflictos a las multinacionales españolas interesadas en privatizaciones de Argentina, Perú, México, Brasil y otros países: desde el BBVA, el Banco Santander y Abengoa, hasta Iberdrola, Unión Fenosa y las grandes constructoras.

Pero la presencia del Rey en América Latina más sonada fue la del “¿Por qué no te callas” del 9 de noviembre de 2007, cuando Hugo Chávez denunció un supuesto apoyo del Gobierno de José María Aznar, en complicidad con EE UU, al golpe de estado de 2002 contra el presidente venezolano. Ocurrió durante la última jornada de la XVII Cumbre de Santiago de Chile, mientras intervenía el expresidente Zapatero, interrumpido constantemente por Chávez, que llamaba “fascista” a Aznar. Trataba de calmar los ánimos la anfitriona, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Minutos después de la famosa frase, el Rey se retiraba de la cumbre mientras el presidente de Nicaragua, Danel Ortega criticaba a una eléctrica española por su comportamiento en el país.

El rifirrafe más polémico de las cumbres se desarrolló así:

Zapatero: “Se puede estar en las antípodas de una posición ideológica, no seré yo el que esté cerca de las ideas de Aznar, pero el expresidente Aznar fue elegido por los españoles, y exijo, exijo...”

— Chávez: “Dígale a él que respete la dignidad de nuestro pueblo”.

— Zapatero: “Exijo...”

— Rey: “¡Tú!”

— Zapatero: “Un momentín...”

— Chávez: “Dígale lo mismo a él”.

— Zapatero: “Exijo... exijo ese respeto, por una razón, además...”

— Chávez: “Dígale usted lo mismo a él, presidente”.

— Zapatero: “Por supuesto”.

— Chávez: “Dígale lo mismo a él...”

— Zapatero: “Por supuesto”.

— Chávez: “Porque él anda irrespetando a Venezuela por todas partes, yo tengo derecho a defender...”

— Zapatero: “Bien...”

— Rey: “¿Por qué no te callas?”

— Bachelet: “Por favor, no hagamos diálogo; han tenido tiempo para plantear su posición. Presidente, termine, y deprisa”.

No todo fueron días de vino y rosas en el trabajo diplomático del Rey. Argentina y Uruguay, enfrentados durante años por la construcción de dos papeleras, encomendaron la solución de sus diferencias a los buenos oficios del monarca, durante la XVI Cumbre Iberoamericana de Montevideo. La instalación de plantas de celulosa de la empresa española ENCE y la finlandesa BOTNIA en la orilla oriental del fronterizo río Uruguay desencadenó el litigio. Fidel Castro quiso que viajara a Cuba en viaje oficial, sin conseguirlo.

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