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La romería de las vicepresidentas

María Teresa Fernández De la Vega, cuando era vicepresidenta del Gobierno, acudía al Vaticano hasta para las tomas de posesión de nuevos cardenales. Ahora, la peregrina del Ejecutivo de Rajoy es también vicepresidenta y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría.

María Teresa  Fernández de la Vega, cuando era vicepresidenta, con el cardenal Bertone.
María Teresa Fernández de la Vega, cuando era vicepresidenta, con el cardenal Bertone. EFE (EL PAÍS)

Vengan romerías. El español más afamado del catolicismo contemporáneo, san Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, les dijo a sus fieles: “Católico, Apostólico, ¡Romano! Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu romería, videre Petrum, para ver a Pedro” (Camino 520). Le hacen caso también las mujeres que ocupan los más altos cargos del Gobierno. En el reciente pasado, fue romera la vicepresidenta del Gobierno socialista, María Teresa Fernández de la Vega, jaleada en el Vaticano por los agradecidos cardenales con poder. Nunca había viajado tanto a Roma un vicepresidente del Ejecutivo para ver al Papa o para despachar con el secretario de Estado. No lo hizo Fernando Abril (UCD), tampoco Guerra (PSOE), ni siquiera Álvarez Cascos o Rajoy, vicepresidentes con Aznar (PP). De la Vega acudía al Vaticano hasta para las tomas de posesión de nuevos cardenales.

Ahora, la peregrina del Ejecutivo de Rajoy es también su poderosa vicepresidenta y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría, encargada además de los asuntos eclesiásticos para regocijo del cardenal Tarcisio Bertone, el más mundano de los ministros de Benedicto XVI.

Sáenz de Santamaría (Valladolid, 1971) estrenó su función el primer domingo de octubre pasado, para celebrar que la Iglesia romana encumbraba como uno de sus más excelsos doctores al manchego san Juan de Ávila (1500-1569). Aquel día también estaban en el Vaticano la presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, y 62 obispos españoles, liderados por los cardenales Rouco (Madrid) y Martínez Sistach (Barcelona). Al Papa lo vieron de lejos, ocupado toda la mañana en ceremonias, sobre todo por la apertura del Sínodo para la Nueva Evangelización. Pero hubo reunión de los números dos vaticano y español, Bertone y la vicepresidenta, de tanteo, “en un ambiente de gran cordialidad, sin asuntos concretos”, dijo un portavoz. Ya se habían visto la noche antes en la lujosa Embajada de España ante la Santa Sede, en una cena a la que asistieron los seis cardenales españoles: Rouco (76 años), Sistach (75 años), Santos Abril (77), Julián Herranz (83), Carlos Amigo (78), además de Antonio Cañizares (67 años), ahora ministro de Culto en la curia vaticana.

La edad de los purpurados subraya el envejecimiento de la jerarquía católica y, quizás, uno de los motivos de la crisis de esa confesión. Sobre los cardenales (del latín <CF1005>cardo </CF>o bisagra), gira el edificio de la Iglesia con su máximo dirigente siempre en primer plano, el papa Ratzinger, otro anciano notorio (85 años).

El PSOE libró a los obispos del compromiso de autofinanciarse

Dicen que es tradición que la mujer española acuda ante el Papa de negro y con mantilla, la cabeza velada como mandó el Concilio de Trento. Sáenz de Santamaría cumplió, novicia gentil, y también la presidenta manchega, Cospedal (Madrid, 1965), esta con creces. Además de mantilla lucía peineta. Garboso cuadro de la España cañí, parecía pensar el cardenal Bertone, regocijado en medio de las damas de negro, como un cónsul romano que hubiera ganado batalla a los bárbaros. Pese al “buen clima” (calificativo de otro portavoz) de los encuentros, las relaciones de España con el Estado de la Santa Sede nunca ruedan a gusto de los prelados españoles. “No hay contenciosos pendientes”, se afirma en Roma. “Esperamos que pronto haya una reunión de la Comisión Mixta de Educación para abordar asuntos que exigen una pronta solución”, dicen en la Conferencia Episcopal Española. Corría ya el mes de octubre y ni Rajoy ni Rouco habían movido ficha.

Desde el tejado las cosas se ven de distinta manera que a pie de obra, así que es razonable que el Vaticano no vea problemas en España, despejado el miedo que les causó el Gobierno de Zapatero. Juan Pablo II y Benedicto XVI lo tacharon de laicista peligroso y, sobre todo, de modelo que podía contagiarse a otros países. Pese a esa fama de anticlerical, el Ejecutivo socialista resolvió a satisfacción de los obispos su problema principal, las finanzas, elevando un 40% el porcentaje del IRPF que los católicos asignan a su confesión sin poner ni un solo euro del propio bolsillo.

También libró a los prelados, para siempre, de su compromiso legal de llegar algún día a autofinanciarse. Ningún Gobierno anterior había accedido a esa pretensión, asumida solemnemente por la Iglesia romana en los Acuerdos de 1979 —en realidad, un concordato a la vieja usanza—. Fernández de la Vega, que negoció esa concesión, había sostenido lo contrario cuando llegó al cargo. “El dinero que reciben los obispos por el IRPF algún día tiene que ir a menos, hasta desaparecer del todo como se contempla en los Acuerdos de 1979”, dijo solemnemente. Fue antes de emprender sus varias romerías, a Roma, para ver a Bertone.

El Ejecutivo de Zapatero canceló, además, algunas de sus solemnes promesas electorales (la despenalización de la eutanasia y la ampliación de la Ley de Libertad Religiosa, por ejemplo), para contentar al Papa, que iba a venir a España. En cambio, legisló para ampliar la ley del aborto voluntario, legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, introdujo en el currículo escolar la asignatura Educación para la Ciudadanía y reformó la ley del divorcio de 1981, que los obispos llaman ahora divorcio exprés. Del matrimonio gay dijo el portavoz episcopal, el jesuita Martínez Camino, que era “lo peor que le ha ocurrido a la Iglesia en 2.000 años”.

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