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Reporteros sin escudos

Los medios se cuestionan la cobertura de la guerra siria ante las muertes y secuestros de periodistas, muchos de ellos ‘freelance’

ÓSCAR GUTIÉRREZ
Secuencia de imágenes en la que se muestra cómo fue la muerte del colaborador de Al Yazira Mohammed Hourani.
Secuencia de imágenes en la que se muestra cómo fue la muerte del colaborador de Al Yazira Mohammed Hourani.AFP

Miren a donde miren los dos reporteros, los impactos de proyectiles contra las paredes y el techo del edificio no inspiran mucha confianza. Si este fue en algún momento el objetivo militar del Ejército sirio —y acertó—, ¿por qué no ahora? Están a las afueras de la pequeña localidad de Menagh, en el norte del país, a unos 45 kilómetros de Alepo. Objetivo: ser testigos de la ofensiva rebelde contra el aeropuerto, en manos del régimen. “Venid con nosotros”, dice el líder miliciano Abu Dujana, “esta madrugada atacamos”. Uno de los periodistas tiene chaleco antibalas y casco. El otro, no. Uno de ellos pertenece a la plantilla de un diario. El otro es freelance, palabra inglesa con la que en la profesión se conoce a los colaboradores que cobran a la pieza.

La guerra no es igual para cada informador, pero hay lecciones que se comparten. A saber: mejor mal acompañado que solo, y mejor con protección, aunque no siempre sirva. Y más en un país, Siria, que en casi 24 meses de revuelta y guerra civil se ha aupado como el más peligroso del mundo para ejercer la profesión de periodista.

Es agosto de 2012. Ninguno de los dos reporteros anclados en Menagh sigue adelante. El reportaje sería exclusivo, pero hay demasiado riesgo. El mismo —o parecido— que ve el periódico británico The Sunday Times al cerrar el buzón de entrada de trabajos enviados desde el interior de Siria por colaboradores externos. “Nuestra política”, explica en un intercambio de correos el subjefe de la sección de Internacional, Graham Paterson, “es disuadir a los freelances de entrar [en el país]”. “Queremos hacer todo lo que esté en nuestro poder”, continúa Paterson, “para disuadirles”. Según el editor de la cabecera propiedad de News International (NI), filial europea del imperio mediático de Rupert Murdoch, la decisión no se ha tomado ahora sino que es incluso anterior a la muerte de una de sus reporteras de guerra más veteranas, Marie Colvin, de 56 años, alcanzada el 22 de febrero de 2012 en el bombardeo de la aviación del régimen sirio contra los focos rebeldes de la ciudad de Homs, en la franja occidental de Siria. En el ataque murió también el francés Rémi Ochlik, colaborador de 29 años de Paris Match. Un mes antes y en la misma ciudad, el francés Gilles Jacquier, de 43 años, trabajador de France 2, había inaugurado la lista negra de bajas extranjeras en Siria. El régimen culpó a los rebeldes. Sus compañeros de ruta, a una trampa de fieles a Damasco.

Existiese o no la norma interna en la redacción de The Sunday Times, lo cierto es que la liebre la soltó a principios de semana el fotoperiodista Rick Findler, quien admitió haber recibido un “no” como respuesta a una serie de fotografías tomadas en Alepo, uno de los puntos más calientes del conflicto. Más en concreto, la sección de Internacional le agradeció el trabajo, pero le explicó que no lo compraba por creer que los riesgos “eran demasiado grandes”. Un portavoz de NI añadió posteriormente que el periódico no creía que “los freelances, muchos de ellos sin entrenamiento, seguro o respaldo [de un medio], fueran los mejores para situarse en el frente de batalla de un conflicto brutal” como el sirio. ¿Dejará de informar The Sunday Times sobre lo que pasa en Siria? Lo seguirá haciendo, dice Paterson, cuando estén sus reporteros de plantilla en el terreno. Algo que, en los tiempos que corren, no es tan habitual como antaño.

Allí, en Siria, se encontraba el 21 de diciembre el cámara salmantino Roberto Fraile cuando fue alcanzado por la metralla de un artefacto activado por miembros del Ejército Libre de Siria (ELS). Fraile, de 38 años, freelance experimentado, se había unido a una brigada rebelde para echar un vistazo en la Ciudadela de Alepo, patrimonio de la ciudad arrasado por los bombardeos del régimen. Un miliciano, según relata el cámara español ya desde su ciudad natal, encendió la mecha sin, aparentemente, mucha suerte. Eso parecía. De repente, el artefacto estalló y una de las esquirlas sorteó a las cinco personas que Fraile tenía delante hasta alcanzarle la pelvis. “Ese día no llevaba el chaleco y me lo encontré”, reconoce al teléfono, “pero con él me hubiera pasado lo mismo, esa parte no la cubre”. Fraile, herido, pero no de gravedad, fue intervenido allí mismo y trasladado a Turquía. Siempre, durante su estancia en Alepo, había llevado el chaleco, pero al visitar la Ciudadela creyó que estaba más seguro. “Al final”, explica Fraile con franqueza, “tras tres semanas, quieras o no, te relajas”.

El riesgo existe, imprevisible, en una guerra que, según los cálculos de los activistas antirégimen, ha matado a más de 60.000 personas. Riesgo para los que tienen contrato como para los que viven de las historias que logran vender. Según los datos de Reporteros sin Fronteras (RSF), 23 periodistas han perdido la vida tratando de contar la guerra en un país aún bajo el Gobierno de Bachar el Asad. Solo durante el año pasado fallecieron 19, una cifra que el Comité de Protección de los Periodistas (CPP), con sede en Nueva York, eleva hasta 30 —por la inclusión de más víctimas locales, la mayoría en cualquier recuento. En lo que va de 2013, RSF ha actualizado su lista mundial de obituarios con ocho periodistas más. Cuatro de ellos murieron mientras trabajaban en Siria.

Sherif Mansour coordina la sección de Oriente Próximo del CPP. Las cifras de reporteros muertos en Siria le recuerdan sin duda a Irak, un país abatido por la guerra y que no cerró ninguno de los primeros cuatro años tras la intervención estadounidense con menos de una veintena de bajas entre los reporteros —rozó el medio centenar en 2007. ¿Son un objetivo de guerra? “Sin duda”, responde Mansour. “El régimen no quiere que la prensa documente el horror, no quiere que eso pase”, prosigue. “Los periodistas”, apostilla el portavoz del CPP, “están sirviendo además de testigos de la situación y su testimonio pasa a formar parte del proceso de toma de decisiones de la política internacional”. Un dato más, muy ilustrativo, que aporta Mansour sobre la sangría de la prensa en el frente sirio: “El 70% de los que murieron llevaban una cámara en la mano”.

Así lo hacía la japonesa Mika Yamamoto, de 45 años, cuando fue alcanzada por un francotirador en un barrio del este de Alepo, el pasado 20 de agosto. Andaba por las calles de la ciudad del norte de Siria a las órdenes de la agencia de noticias Japan Press. Según relató su compañero sentimental, Kazutaka Sato, a su lado durante el ataque, el tirador pudo ver que eran del equipo de prensa. Iban protegidos, pero no sirvió. La reportera llevaba 15 años trabajando en países azotados por la guerra, entre ellos, Afganistán, Irak y Uganda. La experiencia tampoco sirvió.

Todas las cautelas son pocas para atacar como mensajero un conflicto atomizado por decenas de brigadas rebeldes, grupos de yihadistas nutridos de extranjeros, milicias de shabihas (matones del régimen) que operan con autonomía y un Ejército, todavía comandado desde Damasco, que dispara con armamento pesado y poco preciso para evitar el cara a cara, las deserciones y bajas entre sus soldados. La escalada de la violencia ha hecho tan imprevisible la guerra como diferentes son las muertes de las dos últimas víctimas entre los reporteros: Yves Debay, franco-belga de 58 años, y Mohamed al Horani, sirio de 33 años.

Debay, exmilitar del Ejército belga, veterano corresponsal de guerra y fundador de la revista Assaut, en la que firmaba, falleció el 18 de enero alcanzado por los disparos de un francotirador mientras cubría los enfrentamientos entre rebeldes y leales al régimen, junto a la cárcel de Alepo. Ese mismo día, Al Horani, colaborador de la cadena catarí Al Yazira fue tiroteado al cruzar una calle con un grupo de rebeldes en la localidad de Buser al Harir (provincia de Deraa). Su muerte, grabada en vídeo por uno de los milicianos y subida a la Red ha causado un gran estupor entre la tribu que mantiene el listón informativo en Siria. Al Horani, micrófono en mano y absolutamente desprotegido, atraviesa un cruce de caminos en segundo lugar y tras ver como el cabecilla, armado, había completado la carrera sin problemas. Cinco disparos acaban con el reportero en el suelo retorcido de dolor. Según la versión de Al Yazira, Al Horani, activista en los primeros meses de la revolución, falleció por el impacto de tres balas. Roberto Fraile, el cámara salmantino herido en Alepo ha visto las imágenes. “La carrera es muy larga”, comenta, “yo hubiera pasado el primero, el quinto, o todos en grupo”. “Parece un poco raro”, continúa Fraile, “pero criticarlo desde aquí... Hay que estar allí”.

Cubrir una guerra informativamente no es una ciencia, pero hay escuelas para saber cómo hacerlo. The Rory Peck Trust, con sede en Londres, es una de ellas. “Aconsejamos a los freelances”, explica la portavoz de la organización, Molly Clarke, “a actuar con extrema precaución y no viajar salvo que hayan hecho una evaluación completa de los riesgos y tengan los mecanismos de protección adecuados [chaleco y casco]”. El organismo, centrado en la asistencia de freelances, cree de obligado cumplimiento contar con un seguro, conocimientos en primeros auxilios y experiencia en ambientes hostiles. “Y en una situación tan complicada y cambiante como la de Siria”, añade Clarke, “es esencial contar con información creíble de fuentes fiables”.

Lo eran las que utilizaba el reportero estadounidense de 39 años James Foley, en paradero desconocido desde el pasado 22 de noviembre, fecha en la que fue capturado por un grupo de hombres armados en la provincia de Idlib, mientras trabajaba para AFP. Jim, como le conocen sus compañeros, ya fue apresado por fuerzas gadafistas en Libia. Experiencia no le faltaba, como tampoco cautela. Es uno de los tres periodistas extranjeros —a los que hay que añadir más de una docena de sirios— que permanecen apresados en algún rincón del país.

Austin Tice, exmarine estadounidense de 31 años, es el que más tiempo lleva en manos de sus captores. Tice, que escribía para el grupo McClatchy y The Washington Post, fue tomado preso en Damasco el 13 de agosto. A principios de octubre apareció en la grabación de un vídeo vendado y custodiado por un grupo de supuestos yihadistas con vestimentas impecables. Muchos creen que fue un montaje. Ese mismo mes, el día 9, fue secuestrada la reportera de Ucrania Ankhar Kotchneva, de 40 años. Se desconoce qué ha sido de ella, después de que los captores hicieran su última petición de rescate en enero.

El precio de ser sirio

Ó. G.

Si elevados son los riesgos que corre la prensa extranjera que cruza la frontera siria, más lo son los que asumen los reporteros nacidos allí. Los que ya lo eran antes de la revolución y los que decidieron informar al mundo y a los suyos cuando el régimen de Bachar el Asad eligió la violencia para acabar con la revuelta. Sea el cálculo de Reporteros sin Fronteras (RSF), sea el del Comité de Protección de los Periodistas (CPP), la mayoría de informadores identificados en sus listas negras son sirios. Y no solo del bando de los alzados.

Más de la mitad de los periodistas muertos desde inicios de 2012 que RSF ha podido constatar en su sección sobre Siria habían nacido en ese país. En la relación de víctimas elaborada por el CPP, esa proporción cae del lado sirio de una forma más acusada. Muchos eran freelances, otros trabajaban para redes informativas de nuevo cuño, como Shaam News Network, y algunos formaban parte de la plantilla de medios afines, de un modo u otro, al Gobierno.

“Ante las dificultades impuestas por el régimen”, explica Sherif Mansour, del CPP, “los reporteros tradicionales dejaron de viajar y dieron paso a los periodistas ciudadanos”. Esos que, repartidos por el país, han tratado y tratan de documentar la guerra, con un móvil en la mano o una cámara a cuestas. Entre informadores tradicionales y periodistas ciudadanos, RSF estima que al menos 36 ciudadanos sirios permanecen detenidos por las fuerzas de El Asad.

Pero la guerra hace tiempo que es civil y las bajas se cuentan en ambos frentes, el de los rebeldes y el del régimen. Un atentado perpetrado el 27 de junio contra la sede del canal progubernamental Al Ikhbariya, situada en Doursha, al suroeste de Damasco, causó la muerte de siete de sus trabajadores, entre ellos, varios informadores. CPP pudo identificar entre las víctimas a Mohamed Shamma y Sami Abu Amin. Otros dos reporteros del mismo medio han sido asesinados posteriormente.

Basel Tawfiq Youssef, del canal estatal sirio, ha sido el último objetivo alcanzado por los rebeldes. Tras varios intentos de secuestro y amenazas, fue tiroteado a la salida de su domicilio en Damasco, el pasado 21 de noviembre. El Observatorio Sirios de Derechos Humanos, grupo activista anti-Asad, admitió que los alzados estaban detrás de su muerte.

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Sobre la firma

ÓSCAR GUTIÉRREZ
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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