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LOS PAPELES DE GUANTÁNAMO
Columna
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Guantanamera trágica

Lluís Bassets

Es una vieja música, conocida por todos. Pero la letra que ahora llega no puede ser más triste y trágica. Aquí se nos dan detalles de cómo es el infierno y cómo son las vidas de los condenados. Este es el cuadro donde desfilan las figuras de la culpa y la inocencia, las variaciones del horror y la locura, como en una tela del Bosco o en el infierno de Dante. Creíamos que lo sabíamos todo de Guantánamo, el campo de internamiento sin juicio por donde han pasado 779 presos sospechosos de terrorismo. Pero esta vieja canción de nuevo entonada siempre nos descubre un nuevo detalle del horror dentro de la acumulación de horrores.

Los arquitectos del infierno jurídico construido después del 11 de septiembre de 2001 nos vendieron en su día que no había forma divina ni humana de combatir el nuevo terrorismo de estos combatientes ilegales sin Estado si no era a través de un sistema que superara las limitaciones del garantismo judicial estadounidense y del derecho internacional, fundamentalmente de las Convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra. Se trataba de crear, fuera de todo control, unos limbos territoriales donde el derecho quedara en suspensión y se pudiera interrogar y detener indefinidamente a los sospechosos, clasificados como "combatientes enemigos ilegales".

Dos historias se entrelazan, la de Bush y su legado radiactivo, y la de Obama y sus promesas traicionadas
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Ahora se ha visto que la realidad es más sencilla y a la vez perversa, fruto de una mezcla diabólica de estupidez y maldad en sus proporciones adecuadas, y que todo este montaje era una mentira más de la sarta de mentiras inventadas por la Administración de Bush, al igual que las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein, porque lo único que interesaba era explotar informativamente a los reclusos, aunque fueran inocentes, convertirles en delatores aunque no supieran nada, para extraer datos sobre Al Qaeda y su máximo dirigente, cosa que no se conseguiría meramente deteniendo a los sospechosos de terrorismo, sino a cualquiera que pudiera poseer informaciones teóricamente valiosas sobre la red terrorista y sobre Bin Laden.

Hay que leer una a una las fichas. No hay que quedarse únicamente en lo que dicen estos textos redactados bajo la presidencia de George W. Bush, sino recordar que debe tener razón la actual Administración de Barack Obama cuando dice que no están actualizadas. Como debe tenerla el director de Reprieve (una organización que milita contra la pena de muerte), el abogado Clive Stafford Smith, cuando dice que la realidad es cien veces peor.

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Hay que meditar sobre cada una de las 700 vidas quebradas, la del pequeño ladrón y traficante de droga y la del jefe terrorista acreditado; la del anciano de 89 años con demencia senil y la del niño albañil de 14 años reclutado a la fuerza por los talibanes. Y así hasta 700 vidas rotas; los 83 presos que no representaban riesgo alguno para la seguridad de Estados Unidos, y los 77 que muy improbablemente pudieran representarla; los culpables domesticados por la reclusión y los inocentes enloquecidos y ahora peligrosos.

La tragedia de Guantánamo versa sobre dos historias entrelazadas. La del legado radiactivo de un presidente que arrastró a su país hasta la construcción de este infierno en la tierra. Y la del presidente que no pudo ni supo estar a la altura de las esperanzas que en él se depositaban ni del desafío que le planteaba el surgimiento de un mundo distinto. El primero, Bush, ahora se lava las manos y se permite incluso manifestarse a favor de su cierre. El segundo, Obama, arrastra un castigo mayor al de la culpa correspondiente: ha roto su promesa electoral y ha visto incumplida su orden ejecutiva en la que se daba el plazo de un año para cerrar el campo; ya debiera estar cerrado a estas horas.

Guantánamo es también una fábrica de trampas para Obama. La oposición republicana e incluso los congresistas demócratas la han utilizado para castigar al presidente. Se han negado a aprobar los presupuestos para desmontarlo y no quieren presos en sus distritos. Mitt Romney, el político mejor situado para disputarle la presidencia como candidato republicano, es partidario de ampliar el campo, no de reducirlo y menos cerrarlo.

Esta guantanamera trágica es también un nuevo boquete en el blindaje informativo de la Administración demócrata de Barack Obama, un nuevo siete en el traje flamante del presidente que mayores esperanzas levantó desde John Kennedy y una dificultad suplementaria en la recuperación de la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán. Julian Assange, el jefe de Wikileaks, ha conseguido actuar de nuevo como un actor global y desafiante frente a la mayor superpotencia, subrayando así la debilidad y la falta de liderazgo tanto del presidente como de EE UU.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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