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Los conservadores británicos cuestionan el liderazgo de Margaret Thatcher

El Partido Conservador británico inicia mañana, martes, su congreso anual, con los peores porcentajes de aceptación popular desde su llegada al poder, hace seis años; el fantasma del paro como primera preocupación del país, y una interrogante sobre la rentabilidad política de mantener a Margaret Thatcher al frente de los destinos conservadores. El lema del congreso, que reunirá a más de 1.000 delegados conservadores en el palacio de los Jardines de Invierno de Blackpool, una localidad turística populachera y hortera a orillas del mar de Irlanda, a unos 400 kilómetros al noreste de Londres, intenta precisamente contrarresta esos tres principales obstáculos que, en los momentos actuales, están en la mente de una gran parte del electorado británico.

En el auditorio de los Winter Gardens, y sobre los colores azules del Partido Conservador, el lema "al servicio de la nación" (serving the nation) constituye en sí mismo un exponente de la preocupación de los creadores de imagen de los tories (conservadores).Consistentemente, desde la primavera pasada, todas las encuestas de opinión están de acuerdo en resaltar un hecho: la pérdida de aceptación popular por parte de los conservadores, relegados en el pasado mes al último o, en el mejor de los casos, el penúlimo lugar en las preferencias del pueblo británico. El último sondeo, publicado ayer por el dominical The Observer, coloca por primera vez al líder laborista Neil Kinnock a la cabeza de las preferencias populares sobre el político que desempeñaría mejor el papel de primer ministro.

La encuesta de The Observer, organizada por la organización Harris, demuestra otra cosa, y es que la alianza de socialdemócratas y liberales ha quedado relegada al tercer lugar de aceptación popular, lo que pone una vez más de manifiesto el arraigo del bipartidismo en el Reino Unido. Curiosamente, y a pesar de sus resultados negativos, la encuesta no resulta todo lo demoledora que puede aparecer a primera vista para los conservadores. La baja en las intenciones de voto para la alianza cuya popularidad tuvo un fuerte incremento a raíz de las conferencias anuales de los partidos liberal y socialdemócrata, significa que los conservadores pueden concentrarse más en contrarrestar los avances de su enemigo socialista tradicional.

El nuevo presidente del Partido Conservador y miembro del Gobierno, Norman Tebbit, uno de los dirigentes conservadores que sufrieron en su carne el atentado terrorista de Brighton el pasado año, marcó la tónica de esta tendencia en una entrevista celebrada ayer con la estrella de la televisión británica David Dimbleby, de la BBC-1, cuando manifestó que "si el electorado quiere votar laborista, puede elegir entre Kinnock, Owen o Steel". Por contradictoria que esta afirmación pueda parecer, refleja, sin embargo, un sentimiento firmemente arraigado en el Partido Conservador y que no es otro que el convencimiento de que la victoria es más fácil si se puede recurrir a las acusaciones tradicionales de marxismo, colectivismo y similares tradicionalmente esgrimidas por los conservadores contra los laboristas que contra una alianza que defiende también la libertad del individuo contra la estatificación, como hacen los liberales y los socialdemócratas.

Rechazo del electorado

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La explicación favorita sobre las encuestas por parte de los gurús conservadores es que son el típico reflejo del rechazo del electorado a la política gubernamental a la mitad del período legislativo. Y es verdad que las encuestas arrojaban resultados igualmente desoladores para los tories en 1981. Pero hay una diferencia fundamental: no es previsible que el Gobierno pueda apuntarse en los dos o tres años que quedan para las elecciones generales una nueva victoria como la de las Malvinas, y, por otra parte, el pueblo británico creía todavía en 1981 que el incremento del paro era un precio que había que pagar para conseguir la rehabilitación de la economía.El panorama en 1985 no es el mismo. El desempleo ha seguido creciendo, hasta alcanzar la pasada semana la cifra de 3.346.198 parados, un récord en la historia británica, en comparación con los 1.400.000 desempleados de 1979, cuando Margaret Thatcher ganó las elecciones generales. De nada sirve decir, como pretende el Gobierno, que en los últimos dos años y medio se han creado 650.000 nuevos empleos -lo que es verdad- y que la tendencia está bajando.

Sin embargo, una gran parte del electorado británico cree que la teoría económica que aplica el Gobierno es la correcta. En efecto, la inflación ha sido reducida del 20% en 1979 a poco más del 6%. el pasado mes, con la posibilidad de bajarla el año que viene al 3,5%. El crecimiento del producto nacional bruto, estimado para 1985-1986 en un 4%, parece ser en la mejor ortodoxia económica el crecimiento ideal para empezar a absorber el paro. Las exportaciones británicas y las reservas han llegado también a cifras récords. ¿Qué falla entonces?

Y aquí entra el interrogante que está en la mente de los propios conservadores: ¿es Margaret Thatcher la persona adecuada para vender la mercancía tory en las próximas elecciones generales o, por el contrario, si las encuestas de opinión no cambian de tendencia, habrá que encontrar una alternativa al thatcherismo? Ésa es la cuestión que está en la mente del hombre de la calle en este país, cualquiera que sea su afiliación o tendencia política y que está igualmente reflejada en el amplio espectro del propio Partido Conservador. Incluso dos estrellas del Gobierno, como el ministro de Energía, Peter Walker, y el de Defensa, Michael Heseltine, están a favor de un cambio en la política económica del Gobierno.

Por eso, el debate de los conservadores no terminará en su conferencia anual. Seguirá latente en los próximos meses, y en su desenlace tendrá mucho que ver la evolución de las cifras de paro. Sin embargo, los conservadores llevan en este congreso una ventaja a los laboristas: el partido, por lo menos de cara al exterior, tiene una unidad monolítica y, por el momento, apoyará al ciento por ciento el liderazgo de Margaret Thatcher.

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