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'No se arrepiente de nada', dice un abogado del terrorista McVeigh

El hombre que causó 168 muertes en Oklahoma será ejecutado mañana

Enric González

Timothy McVeigh vive con tranquilidad sus horas finales. 'Está dispuesto a morir, no tiene miedo', dijo Richard Burr, uno de sus abogados. 'No se arrepiente de nada, aunque lamenta el dolor causado por una acción que sigue considerando necesaria'. La tragedia de Oklahoma City, donde el ex sargento de infantería causó la muerte a 168 personas, concluirá el lunes con la muerte número 169, la del autor del atentado.

Terre Haute, la plácida ciudad de Indiana donde McVeigh será ejecutado, apura sus últimas horas de calma antes de que hoy, la víspera de la ejecución, se desate el torbellino de cámaras, manifestantes y curiosos en torno a la penitenciaría federal. Terre Haute es una típica ciudad del Medio Oeste: llana, amable, moderadamente desolada, con una universidad de prestigio, con las ventajas económicas de su ubicación entre dos urbes como Indianápolis y Saint Louis, y con la desventaja de su enorme lejanía respecto a todo lo demás.

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La cárcel es un extenso complejo de edificios rodeados de césped sobre el que ayer se instalaban ya las televisiones: carpas, remolques, andamios, focos, escenarios y antenas parabólicas. Los vecinos de la zona recogían su parte del negocio, cobrando 10 dólares por prestar sus zonas de aparcamiento. Junto a la cárcel hay campos de deportes. Al fondo, aislado y oculto a la vista, queda el pabellón donde el lunes, a las siete de la mañana, hora local (dos de la tarde, hora peninsular española), McVeigh recibirá la triple inyección letal.

Actividades suspendidas

La agonía de McVeigh será retransmitida en directo a una sala de Oklahoma City, para una audiencia compuesta por 300 supervivientes y familiares de las víctimas, pero no será grabada en vídeo, como había pedido un abogado para demostrar que la pena de muerte supone una crueldad incompatible con la Constitución. Las autoridades de Terre Haute prefieren no correr riesgos. Han suspendido todas las actividades del fin de semana, incluido el partido de béisbol, y el lunes sólo funcionarán los servicios públicos indispensables. Ese mismo día, por la noche, las cosas recobrarán su pulso habitual, con la elección de Miss Indiana 2001.

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Hasta entonces, la ciudad se entregará a la ejecución, la primera efectuada por el Gobierno federal desde 1963 (fue Bill Clinton quien acabó con la moratoria) y, sin duda, la de mayor impacto social desde que Julius y Ethel Rosenberg fueron electrocutados por espionaje en 1953. Nunca había ocurrido en EE UU un atentado como el que, el 19 de abril de 1995, a las nueve y dos minutos de la mañana, destruyó el edificio federal Alfred P. Murrah de Oklahoma City. Y nunca la sociedad estadounidense se había enfrentado al espejo de forma tan desgarrada: el asesino en masa era un ex sargento de infantería, condecorado en la guerra del Golfo, rabiosamente enamorado de su país, que vestía el día de la matanza una camiseta con una frase del ex presidente Thomas Jefferson: 'El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con sangre de patriotas y tiranos'.

McVeigh mató para vengar a las víctimas de Waco, la finca donde se había atrincherado la secta de David Koresh, asaltada a sangre y fuego por el FBI. De forma más genérica, según explicó a los autores del libro Terrorista americano, mató para 'acabar' con la prepotencia del Gobierno federal y el recorte de las libertades individuales. Cuando se supo que el FBI había ocultado miles de documentos referentes al atentado, lo que obligó a suspender su ejecución, prevista para el 16 de mayo, decidió recurrir su sentencia para humillar al FBI. El viernes, cuando fue rechazado el recurso, ordenó a sus abogados que no acudieran al Supremo. McVeigh siempre ha querido morir. La inyección letal, que él considera una autoinmolación, será el remate del terrible plan trazado por un hombre de elevada inteligencia, pero moral y emocionalmente inválido.

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