_
_
_
_
_
CAOS EN ESTADOS UNIDOS Y CANADÁ

Un fallo deja sin luz a 50 millones de personas

Nueva York, parte de EE UU y Canadá se recuperan lentamente del peor apagón en 26 años

Enric González

Estados Unidos amaneció ayer, tras su noche más oscura, muy consciente de su vulnerabilidad. Un fallo técnico aún no identificado dejó el jueves sin electricidad, y en muchos casos sin agua, a unos 50 millones de personas. El suministro empezaba a recuperarse de forma lenta y esporádica el viernes, pero Nueva York, como la mayor parte del norte del país y una amplia región de Canadá, seguía semiparalizada, sin metro y sin refrigeración. No hubo pillaje ni violencia, salvo en Ottawa, y la población asumió con calma el desastre. Sin embargo, nadie dejó de ser consciente de que, casi dos años después del 11-S, la primera potencia mundial tenía en la red eléctrica un flanco que el terrorismo podría utilizar para causar inmensos daños.

Más información
Sin agua en Cleveland
El alcalde Bloomberg actua como figura tranquilizadora
Noche de transistores en Manhattan
Los cortes afectan a los 4 millones de habitantes de Toronto
Noche de terror en 1977
40.000 policías y la actitud cívica evitan el pillaje en Nueva York
Los problemas en el transporte aéreo salpican a vuelos españoles
La demanda crece más que la potencia en España
Bush reconoce que la red de distribución eléctrica está "anticuada" y requiere reformas

Todas las autoridades pidieron paciencia. Lo hizo el presidente George W. Bush, lo hizo el alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg, y lo hicieron miles de autoridades locales. La población se comportó como nunca.

En Nueva York, donde una situación similar generó en 1977 una salvaje oleada de pillajes e incendios provocados, sólo se denunciaron cuatro robos, mucho menos que en una jornada normal, y no fue roto un solo escaparate. Sólo en la capital de Canadá, Ottawa, normalmente apacible, se registraron algunos saqueos.

Fue una noche inolvidable. La cúspide del rascacielos Empire Estate permaneció a oscuras, como el resto de la ciudad, y por una vez se vieron las estrellas sobre el cielo de la ciudad más electrizante y electrificada del planeta. Muchos optaron por dormir en la calle. En algunos casos, porque el calor era insoportable en casa. En otros casos, por sentir compañía. Hubo quien no tuvo más remedio: los clientes de hoteles de lujo como el Millenium no pudieron acceder a sus habitaciones porque las cerraduras de las puertas eran eléctricas, y se acostaron en la acera, envueltos en sábanas proporcionadas por el establecimiento. En el cielo tronaban los helicópteros de vigilancia: "Era como estar en la película Black Hawk Down", dijo Jane, una neoyorquina de 34 años que no pudo alcanzar su domicilio en Brooklyn, por falta de transporte público, y tuvo que pernoctar en Manhattan.

Pánico silencioso

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Cuando se interrumpió el suministro, a las 16.11 horas, en Nueva York, hubo un instante de pánico silencioso. Un mismo pensamiento invadió todas las mentes: terrorismo. A falta de televisores y de teléfonos (la mayoría de los móviles dejaron de funcionar), las radios sirvieron para disipar el miedo.

Michael Bloomberg, el impopular alcalde de Nueva York, hasta entonces empequeñecido por el recuerdo de su predecesor, el mítico Rudy Giuliani, disfrutó de su primer día de protagonismo e hizo su trabajo. Llamó a todas las emisoras para transmitir un mismo mensaje: era un fallo técnico, no un atentado. No había que tener miedo, sino paciencia.

En ciertos casos, no resultaba fácil ser paciente. Mil pasajeros del metro hacia Long Island quedaron atrapados durante dos horas en un túnel bajo el East River, a oscuras y con un calor tremendo.

Un grupo de 70 niños que viajaba desde Brooklyn al Bronx soportó un largo encierro en un túnel de Manhattan, y tres de los críos habían perdido el conocimiento cuando llegaron los equipos de rescate. Los bomberos tuvieron que efectuar más de 800 rescates en ascensores.

El alcalde Bloomberg recomendó ayer que nadie acudiera a su trabajo. No funcionaba el metro, los trenes y autobuses eran escasos y erráticos, y en cualquier caso no había electricidad en la mayoría de las oficinas. "¿Quién puede hacerle ascos a un viernes festivo? Tómenlo con humor", recomendó. El gobernador de Nueva York, el también republicano George Pataki, fue aún más lejos en su deseo de elevar el ánimo colectivo y sugirió a los neoyorquinos que fueran "a las playas de Long Island, para combatir el calor con un buen baño". Era un consejo curioso, habida cuenta de que Bloomberg había prohibido los baños: sin energía eléctrica no funcionaban las depuradoras y las aguas residuales se vertían directamente en el mar.

En Nueva York, como en el resto de las ciudades afectadas en ocho Estados, hubo de todo. Hubo comerciantes que el viernes regalaron o vendieron por unos céntimos helados y bocadillos, antes de que la falta de refrigerador los estropeara; otros, en cambio, doblaron los precios para aprovechar la ansiedad de la multitud extraviada por las calles y condenada a dormir al raso o, con suerte, en casa de algún familiar o amigo.

Hubo quien protestó airadamente contra las autoridades, y hubo gente tan inocente como unos jóvenes que caminaban por el puente de Brooklyn cantando: "Ahora sí / ahora sí / va a caer George W. Bush".

El gran apagón no supuso dificultades inmediatas para el presidente. Pero podría crearle problemas considerables en el futuro. El primero, en el ámbito de la seguridad.

El recién creado Departamento de Seguridad Interior demostró ser capaz de coordinar los servicios de emergencia y de mantener la seguridad en centros neurálgicos como los aeropuertos (al precio de cerrarlos), pero descubrió un boquete gigantesco en el perímetro de seguridad creado tras los atentados del 11-S. Nadie era capaz de determinar, ayer, cuál era el origen de la sobrecarga que, en cascada, colapsó la red eléctrica de un inmenso territorio. La atención de los técnicos se centraba en las conexiones entre los lagos Erie y Ontario, sobre la frontera con Canadá, ya que se trataba de instalaciones muy antiguas e históricamente problemáticas. Se hablaba, en principio, de un inexplicable cambio de sentido de la corriente, que circulaba hacia el oeste y bruscamente regresó al este, creando a su paso una sobrecarga que hizo saltar una central eléctrica cada cuatro segundos. Quedó empíricamente comprobado que un atentado terrorista en una central eléctrica, en un día de demanda elevada, podía dejar expuesta y sin defensas la región estadounidense de mayor peso financiero.

El segundo problema que podría afrontar Bush sería económico. El apagón fue lo peor que podía ocurrir en una coyuntura de recuperación renqueante. La firma Merrill Lynch estimó que el corte eléctrico podría recortar hasta un punto el crecimiento del Producto Interior Bruto en el actual trimestre. La Bolsa de Nueva York, que funcionó sólo parcialmente, se movió ayer de forma timorata y levemente bajista, a la espera de que empezara a iluminarse la situación.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_