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LA ENFERMEDAD DE ARAFAT

Secreto médico y de Estado

El hospital de Percy se ha convertido en una fortaleza infranqueable, donde se teje una danza macabra de rumores y desmentidos

Aisladas de Yasir Arafat, de su esposa y de sus médicos, manos palestinas han mantenido un pequeño altar improvisado en honor del líder. Retratos del presidente, grandes banderas, ramos de flores y velas encendidas para alimentar la esperanza en una recuperación imposible, a las puertas del hospital militar Percy. Los reunidos llegaron a ser cientos durante el fin de semana, pero ayer quedaban muchos menos a la espera de la noticia temida. Pocas visitas durante los días finales. El lunes, minutos antes de que se presentaran los cuatro dirigentes palestinos llegados de Ramala, apareció por el hospital una comitiva de 15 concejales comunistas encabezados por su secretaria general, Marie-George Buffet. Como todos, tuvieron que contentarse con explicar su afecto hacia "un combatiente por la libertad de su pueblo".

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Muy pocas personas han podido traspasar la valla de acceso a este lugar, a diez kilómetros de París, símbolo de un secreto médico y de un secreto de Estado. Ayer se cumplieron 13 días desde la llegada de Arafat y en ese tiempo, a pesar de haber estado en manos de "médicos excelentes" (Jacques Chirac), "los mejores de Francia" (Leila Chahid, embajadora de Palestina en París), no ha habido modo de penetrar el enigma del brusco empeoramiento de salud.

Se terminará sabiendo. Pero en Francia pasaron años antes de que el público conociera la enfermedad cancerosa que afectaba a su propio jefe del Estado, François Mitterrand. Acostumbrados a ese tipo de comportamientos, lo único que ha provocado escándalo es la danza macabra de rumores y desmentidos.

A la cabecera del enfermo, su mujer, Suha, que llevaba tres años sin verle, consideró que no había nada que decir. El secreto médico está protegido legalmente, incluso más allá de la muerte del paciente. Pero la persona ingresada el 29 de octubre en el servicio de hematología, y trasladada a la unidad de cuidados intensivos el 3 de noviembre, era un hombre de Estado.

Desde el primer momento se planteó el problema: ¿qué decir y quién tenía que hacerlo? El diálogo de los médicos militares con la señora Arafat se tradujo en unos partes escasos y vagos, muy poco para el porte de un hecho tan trascendente, aunque leídos, eso sí, con toda la gravedad de que ha sido capaz el general médico Christian Estripeau.

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Al final, los médicos militares han filtrado su enorme incomodidad. Suha Arafat y otras fuentes palestinas, no identificadas, les han acusado de estar dispuestos a desconectar el sistema de reanimación, o al menos, de no oponerse a que otros lo hicieran. El malestar de los médicos militares refleja en realidad el del Gobierno francés, señalado como encubridor de una comedia macabra en torno a un moribundo. En coincidencia con las entrevistas políticas de Mahmu Abbas y otros altos dirigentes palestinos en París, esta cuestión emergió destacadamente. Y la reanimación continuó.

Ayer, el más importante dirigente religioso de Cisjordania, Tayssir al-Taimini, que había viajado ex profeso para asistir a Arafat, iluminó sobre este tema nada más llegar: "Mientras haya calor y vida en su cuerpo, no se puede desconectar las máquinas. Esto está prohibido por la sharia [ley islámica]", dijo a los periodistas que aguardaban -como siempre- a la intemperie, en las puertas del hospital. Y agregó: "¡Dios es el que decide; no nosotros!", punteando sus aseveraciones con gestos enérgicos de la mano derecha.

Lo que a los ojos de las democracias occidentales es exigible -que nadie pueda demostrar la mentira- era peligroso para el delicado equilibrio de Oriente Próximo y para el papel que Francia aspira a seguir jugando en esa zona del mundo. Los intereses políticos y religiosos han jugado un papel determinante en el final de Yasir Arafat. No es difícil recordar ciertas similitudes con el periodo final de Francisco Franco, en este caso por meras razones de política interior de un régimen dictatorial.

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