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Reportaje:LUTO EN EL PRINCIPADO

El soberano inmobiliario

Raniero III hizo de un país minúsculo y pobre uno de los lugares más caros del mundo

La prensa le bautizó como príncipe constructor, aunque quizás sería más adecuado calificarle de príncipe de la inmobiliaria o soberano de las cuentas corrientes. Quienes defienden a Raniero III recuerdan que Mónaco, cuando llegó al trono en 1949 a los 25 años de edad, era un país pobre que no podía explotar sus dos recursos tradicionales -el turismo y el casino- debido a la posguerra. Los primeros pasos son claros: Raniero se desentiende de su novia Gisèle Pascal -una actriz francesa de segunda fila- para buscarse una esposa inversión. Grace Kelly, que rueda en Cannes Atrapa un ladrón, de Alfred Hitchcock, es la elegida.

Kelly materializa el sueño que hermana a los ricos en dinero a los ricos en títulos. En ese sentido los del príncipe Raniero, duque del Valentinois, conde de Carladès, barón de Calvinet, conde de Torigni, señor de Saint-Rémy y Matignon, barón de Luthumière, duque de Mazarin, príncipe de Château Porcien y conde de Belfort de Than y Rosemont, son suficientes para convertir la boda en cuento de hadas al gusto de los inversores.

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Raniero hereda apenas 160 hectáreas de Estado y consigue añadirle 35 conquistadas al mar. Al mar y a los cielos, puesto que con él, la tradicional arquitectura pastelera del casino y los grandes hoteles da paso a los rascacielos de hormigón, a la proliferación de edificios de 30 plantas, hasta el punto de convertir Montecarlo en la antesala urbanística del infierno, uno de los lugares más caros del mundo, así como uno de los más feos. La fortuna personal del fallecido Raniero se estima entre 1.800 y 2.000 millones de euros.

La historia de amor entre Raniero y Grace es, desde 1982, la de un viudo inconsolable. La muerte de la princesa Grace deja a Raniero sólo lidiando con sus tres retoños. Si Carolina adoptó la máscara de la dignidad y la tragedia -su segundo marido murió de accidente, el tercero parece propenso al entusiasmo etílico-, Alberto, el heredero, inquieta por su contumaz celibato, mucho más preocupante que la sucesión de amantes en la cama de Estefanía.

El imperio inmobiliario de los Grimaldi acoge hoy a un poco más de 32.000 habitantes y 340.000 cuentas corrientes. La opacidad de las instituciones financieras fue denunciada en los foros internacionales y hoy Mónaco pasa por ser uno de los cinco paraísos fiscales más importantes del mundo que, tras la cobertura de dar cobijo contra la voracidad fiscal a deportistas y actores, acepta también -dicen- a toda clase de delincuentes. En 2002 los parlamentarios franceses Arnaud Montebourg y Vincent Peillon redactaron un informe apabullante sobre el origen de los capitales que se reproducen en Mónaco. El presidente Chirac decidió que era urgente... dejar pasar el tiempo.

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Para los huéspedes de los Grimaldi nada es bastante. De ahí que Mónaco encargase a Algeciras que le construyese el mayor espigón móvil hasta ahora conocido -350 metros de largo, por 28 de ancho y 19 de alto- para poder acoger yates o cruceros hasta de 150 metros de largo. O que el minúsculo Estado se haya dotado de un Palacio de Congresos y Exposiciones que cuenta con una sala de 1.900 plazas, 20 metros bajo el nivel del mar. O que en los bajos de los rascacielos se sucedan las tiendas de vehículos deportivos o de lujo -Porsche, Lamborghini, Ferrari, Rolls Royce- con los precios bien visibles: entre 170.000 y 500.000 euros.

Raniero el constructor ha desromantizado el principado. La mejor piscina pública está en medio de un aparcamiento y ya nadie se suicida después de una mala noche en el casino, pero tampoco a nadie le extraña que ciertos personajes desaparezcan para siempre del paisaje. Hoy, el principado es un país seguro, un refugio para el dinero, los coches y las joyas, un escaparate para las riquezas de medio mundo y un constante desfile de famosos que también forman parte del negocio.

Raniero y su esposa, Grace Kelly, durante un baile celebrado en Mallorca en 1956.
Raniero y su esposa, Grace Kelly, durante un baile celebrado en Mallorca en 1956.AP

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