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Reportaje:

La elección más secreta

No hay santos a la vista que puedan suceder a este gigante de la Iglesia". Las palabras del cardenal emérito Fiorenzo Angelini, fruto de la admiración sincera por el Papa difunto o del resentimiento por estar fuera de juego, sonaron apocalípticas en vísperas del inminente cónclave. Sobre todo porque ponían el dedo en la llaga de una verdad evidente: calzarse los zapatos de Karol Wojtyla será una empresa poco menos que imposible para su sucesor. La presencia del Papa polaco, apenas sepultado en la cripta vaticana, se palpa todavía en cada rincón del planeta. Las multitudinarias exequias han borrado, además, de la memoria el declive de los últimos años, cuando el papa Wojtyla se encerró en un universo casi exclusivamente polaco, conectado con el mundo exterior a través de una única persona, su secretario personal, arzobispo Stanislaw Dziwisz.

La sombra de Wojtyla es tan nítida aún que no parece previsible que su sucesor se atreva a tocar nada de lo decidido por él
"El nuevo papa tendrá que tener una buena presencia ante las cámaras", opina un responsable de un movimiento religioso radicado en Roma
"El problema de la Iglesia no es otro que el de rehacer la fe de los cristianos", dice una fuente vaticana
"Para el Papa, lo importante eran los sacerdotes, obispos y cardenales. Dominicos, franciscanos o salesianos han recibido el mismo trato", dice un jesuita
"Lo que ha ocurrido estos días en San Pedro, donde se han dado cita millones de personas, será objeto de reflexión por los cardenales electores", dice una fuente
La edad ideal del nuevo pontífice estaría entre los 66 y los 72 años. Una franja estrecha en la que caben, sin embargo, muchos candidatos

Esta última y traumática etapa ha dejado, sin embargo, una huella profunda en los cardenales que se encerrarán a partir del 18 de abril en la Capilla Sixtina. La edad de los candidatos a suceder a Wojtyla será, más que nunca, un elemento relevante. De los 116 cardenales electores que participarán en el cónclave procedentes de los cinco continentes -el cardenal filipino Jaime Lachica Sin, de 76 años, no viajará a Roma por enfermedad-, 80 han superado los 70 años, y sólo cuatro no han alcanzado la sesentena. "El nuevo papa no debería pertenecer a ninguno de estos dos grupos", opina una alta fuente vaticana que reclama el anonimato. "Después del largo pontificado de Karol Wojtyla, sería bueno uno más breve, pero, al mismo tiempo, la Iglesia no puede permitirse otro periodo dominado por la debilidad del Papa, como lo fueron los últimos 10 años de Juan Pablo II. Se necesita alguien con cierto vigor". La edad ideal del nuevo pontífice estaría entre los 66 y los 72 años. Una franja estrecha en la que caben, sin embargo, muchos candidatos.

En esta zona intermedia están buena parte de los papables italianos, desde el arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, que tiene 71, hasta Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, con 68 años; Giovanni Battista Re, ex responsable de los obispos, que tiene 71 años, e incluso podría incluirse al vicario de Roma, Camillo Ruini, con 74 años, y al patriarca de Venecia, uno de los candidatos favoritos, Angelo Scola, que no tiene más que 63 años.

Perfil mediático

Lo malo es que no cuenta sólo la edad en el perfil del papa que se busca. Tettamanzi, el más celebrado de los papables en los medios de comunicación del mundo entero, con toda su simpatía, su sólida formación teológica y sus apoyos en la Curia, no deja de ser un diminuto y regordete cardenal incapacitado por su físico para ocupar el puesto de Wojtyla. "La Iglesia no puede renunciar ahora al soporte mediático para difundir el Evangelio, y ninguno es tan importante como la televisión. El nuevo papa tendrá que tener una buena presencia ante las cámaras", opina un responsable de un movimiento religioso radicado en Roma. A otros candidatos les falta humanidad y capacidad de comunicación para ponerse al frente de la nueva Iglesia. Los cardenales prefieren además un pastor de almas a un burócrata de la Curia, lo que resta muchas posibilidades a purpurados muy conocidos, como Re, al que muchos expertos consideran idóneo para el puesto de secretario de Estado.

Existen, no obstante, razones más que suficientes para elegir un papa de transición, maduro y con experiencia, que esboce apenas los pasos de las reformas imprescindibles que exige la Iglesia, manteniendo sólidamente amarradas las riendas de la institución. La sombra de Wojtyla es tan nítida aún, y lo será por tanto tiempo, que no parece previsible que su sucesor se atreva a tocar nada de lo decidido por él. Ni siquiera en materia de moral sexual o en la aceptación con todas las cautelas de los beneficios que trae el avance de la ciencia. Si triunfara esta opción, el principal candidato sería el cardenal alemán Joseph Ratzinger, de 77 años, uno de los principales colaboradores de Karol Wojtyla, defensor del dogma, y un teólogo de gran altura. Ratzinger tiene, sin embargo, una salud delicada, y una incapacidad completa para mostrarse ante las masas con la energía y la convicción de que hizo gala Wojtyla. "A menos que los cardenales estén pensando en un cambio de estilo total para el nuevo pontificado", dice un vaticanista.

Otros consideran, sin embargo, irrenunciable esa cualidad wojtyliana de apertura a las masas, aunque vaya acompañada de una mayor preocupación por la marcha interna de la Iglesia. Después de todo, Juan Pablo II era consciente de no haber gobernado la nave de San Pedro, tal y como reconoce de pasada en su libro autobiográfico, Levantaos. Andemos. Vistas las dificultades de enderezar las cosas dentro de la Curia romana, prefirió dedicarse a viajar por el mundo. "El problema esencial de la Iglesia no es otro que el de rehacer la fe de los cristianos. Quizá el nuevo papa tenga que viajar menos y concentrarse más en esta tarea", dice una fuente vaticana que ha seguido durante años la evolución del pontificado recién concluido.

Esta misma persona considera que la herencia de Juan Pablo II, contradictoria y pesada, caerá como una losa sobre su sucesor, obligado a seguir sus huellas y a aceptar además, con total humildad, una dolorosa inferioridad de partida con el Papa Magno. "Lo que ha ocurrido estos días pasados en la basílica de San Pedro, donde se han dado cita millones de personas para ver al Papa muerto, será objeto de reflexión por parte de los cardenales electores", dice la misma fuente. "Porque este pueblo que se acercó hasta aquí era un concentrado de los deseos, de las expectativas que manifiesta un amplio espectro de católicos. Era gente que quería expresarle su gratitud al Papa por la entrega demostrada hasta el final. Su sucesor tendrá que partir de ese hecho. Tendrá que presentarse en Colonia, este verano, ante los cientos de miles de jóvenes que acudirán a la nueva edición de las Jornadas de la Juventud convocada por el Papa muerto". "Pero, al mismo tiempo", añade, "el sucesor tendrá que representar una novedad completa". ¿Cómo? "Quizá bastaría con que no procediera de Europa. Es decir, que fuera un papa de Latinoamérica, porque es el único continente maduro para ofrecerlo".

Con 57 cardenales, Europa tiene en sus manos casi la mitad de los votos, frente a los 60 del resto del mundo. Pero este poder no se corresponde ya con la realidad de unas sociedades que han desertado de las iglesias y dado la espalda a la antigua fe. Por otro lado, la situación en América Latina, donde vive el 44% de los más de 1.000 millones de católicos, está lejos de ser tranquilizadora. Las sectas evangélicas han abierto una brecha enorme en la que parecía una fe histórica e inamovible. Mientras en el continente africano, y hasta en Asia, los católicos no han dejado de aumentar exponencialmente, Latinoamérica, vivero histórico de vocaciones y de fieles, empieza a hacer agua. Brasil, un gigante de 180 millones de habitantes, donde hasta no hace mucho el catolicismo era la fe mayoritaria, ha visto deserciones en masa hacia la secta evangélica de los pentecostales. ¿Un pontífice local detendría esta sangría?

"La cuestión está en saber si la elección de Karol Wojtyla, en 1978, fue un hecho aislado, o si ha caído para siempre el prejuicio de que el papa tiene que ser italiano", dice una fuente del Opus Dei. Es un hecho que la elección del Papa polaco no fue sencilla y estuvo motivada por la muerte repentina de Juan Pablo I, a los 33 días de ceñir la tiara papal. Pero el experimento ha sido un éxito de tales proporciones, que bien podría tener continuidad en este cónclave. Caso de ser así, podríamos estar ante la elección del primer papa latinoamericano de la historia de la Iglesia, que abarca 263 papas elegidos de las formas más diversas hasta que en el siglo XIII quedó establecido, más o menos, el sistema del cónclave. Y daría satisfacción a las aspiraciones de los que consideran intolerable que el catolicismo latinoamericano no goce del suficiente peso en la cúpula de la Iglesia.

Volcado a Europa

"Uno de los errores del pontificado de Wojtyla es que ha estado demasiado implicado en la política europea. Su insistencia en que se reconocieran las raíces cristianas del continente en la Constitución Europea ha sido exagerada. La Iglesia es universal. Las cosas van bien en África, en Asia, en Oceanía, y hasta en América, es en Europa donde van mal. Estamos entrando en una crisis que abre también un proceso de purificación necesario", dice un religioso, miembro de la Curia romana de una importante congregación religiosa.

El mejor camino para superar este eurocentrismo exagerado sería, por tanto, el papa americano. "Personalmente me gusta mucho el talante de los cardenales de Estados Unidos. La bonhomía del arzobispo de Washington, McCarrick (de 74 años), por ejemplo, que es asequible, que no se oculta, daría a la Iglesia ese toque de naturalidad, de transparencia que tanto necesita. Pero es obvio que no puede haber un papa de la única superpotencia que existe en el mundo", reconoce la misma persona.

Pero los 11 cardenales electores de Estados Unidos (el bloque más numeroso después de los 20 italianos) podrían apoyar con vehemencia la opción del papa latinoamericano porque la mayoría de sus feligreses son hispanos de origen. De Boston a Nueva York, de Chicago a Washington, el fenómeno se repite en todas las diócesis católicas del país. Un papa latinoamericano alimentaría la fe y daría nueva vida a esta Iglesia sacudida por el tremendo escándalo de los abusos sexuales a menores. Candidatos hay muchos, empezando por el más votado en la prensa, el arzobispo de São Paulo, Claudio Hummes, un franciscano austero de 70 años de edad.

'Papables'

Hummes ha dejado atrás la teología de la liberación para centrarse espiritual y políticamente, al estilo del presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, hasta convertirse en una especie de cardenal socialdemócrata. Hijo de inmigrantes alemanes, en él confluyen el estilo y cultura de dos continentes, Europa y América, y sin dejar de ser un wojtyliano total, tiene en muchas cuestiones una visión más abierta. En vísperas del cónclave, el principal papable latinoamericano hizo unas breves declaraciones que han dado la vuelta al mundo. "La Iglesia necesita un papa que la ayude a mantener un diálogo serio con la ciencia", que le ayude a afrontar "el desafío de la pobreza" y a continuar el "diálogo con otras religiones". Todo un programa electoral, del que habrán tomado nota sus colegas del cónclave.

Otro papable en esta lista -América Latina tiene 21 electores en el cónclave- es el cardenal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamino, que ha cumplido los 68 años y lidera una Iglesia perseguida, como lo era la del propio Wojtyla, cuando fue elegido Papa. O el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, de 68 años, alabado por su sobriedad y su capacidad intelectual. Bergoglio pertenece a la Compañía de Jesús, que se presenta en este cónclave con otros dos electores, el ex arzobispo de Milán, Carlo Maria Martini, de 78 años, desgastado por la edad y con una enfermedad degenerativa que ha acabado con todas sus opciones, y el arzobispo de Yakarta, Julius Riyadi Darmaatmadja, de 70 años.

Aunque las reservas que suscitaban los jesuitas parecen cosa del pasado, la Compañía no atraviesa un buen momento. La pérdida de vocaciones ha reducido sus filas considerablemente -son apenas 20.000 en estos momentos- y su posición en el mundo católico ha acusado la falta de atención dispensada por Wojtyla en su pontificado. "En realidad, el Papa se ocupó poco de las órdenes religiosas, en general. Para él lo importante eran los sacerdotes, obispos y cardenales. Dominicos, franciscanos o salesianos han recibido el mismo trato", dice un jesuita residente en Roma.

Juan Pablo II respetó el statu quo de todas estas órdenes que operan en el seno de la Iglesia, pero sin apostar por ellas, de forma que han ido languideciendo, superadas largamente por los movimientos religiosos. Aun así su cuota de poder en este cónclave, con 22 cardenales electores, es relevante. Y pertenecen a ellas algunos de los más destacados cardenales, como el arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, salesiano de 62 años, al que sólo invalida la edad para suceder a Wojtyla.

A la Orden de los Dominicos pertenece el arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, de 60 años, un hombre de talante abierto, políglota y bien parecido, tres cualidades fundamentales para el futuro papa, aunque, como en el caso de Maradiaga, la edad es un inconveniente insalvable.

La Iglesia wojtyliana se ha apoyado sobre todo en los movimientos religiosos en todos estos años. Y casi todos tienen una presencia en el cónclave. El principal es el Opus Dei, una prelatura personal, que cuenta con dos cardenales electores, el español Julián Herranz, de 75 años, y el peruano Juan Luis Cipriani Thorne, de 61 años. Al movimiento Focolares pertenecen Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, de 68 años, y antiguo secretario de la Conferencia Episcopal italiana, y el checo Miloslav Vlk, de 72 años. Angelo Scola, joven patriarca de Venecia, otro de los favoritos, no oculta sus simpatías por Comunión y Liberación. Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, de 62 años, tiene estrechas relaciones con los Legionarios de Cristo. ¿Cuál será la influencia de estos sectores, todavía minoritarios, en la elección del nuevo Pontífice?

Es difícil saberlo. Probablemente agruparán sus votos disciplinadamente en torno a los jefes de fila. Veteranos purpurados que han participado ya en consistorios y sínodos y en multitud de encuentros internacionales, caso del arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, de 68 años de edad, que tuvo su mayor oportunidad en el Sínodo de Obispos de 1999, del que fue relator. Puede que la desaprovechara, porque, pese a ser un cardenal bastante conocido, su paso por las listas de papables ha sido fugaz. Lo cierto es que la verdadera importancia de Rouco, y del bloque español (seis cardenales electores), radica en la capacidad de sintonizar con el bloque latinoamericano. De formarse este grupo -que sumaría 27 votos- podría contar, además, con los dos purpurados portugueses, y con el apoyo de uno de los más poderosos cardenales de la Curia romana, Angelo Sodano, de 77 años.

Sodano, ex secretario de Estado, es un gran elector, pero le faltan casi todas las cualidades para ser papa. Carece de esa simpatía que, según el cardenal alemán Walter Kasper, hasta hace poco responsable del ministerio vaticano para la Unidad de los Cristianos, tiene que ser parte del carisma papal. Kasper, de 72 años, nacido en Stuttgart, tiene pocas posibilidades de ser elegido, pero es un miembro destacado del grupo alemán. Empatado con España en seis electores (ocho con el austriaco Schönborn y el arzobispo suizo Henri Schwery), el grupo alemán cuenta con varios pesos pesados. Desde el presidente de la Conferencia Episcopal, Karl Lehmann, hasta el propio Ratzinger. La actitud que adopte este grupo será fundamental, entre otras cosas porque son los principales financiadores de la Iglesia, y podrían muy bien apostar por un papa latinoamericano. Lehmann, de 68 años, hasta hace poco un progresista, optó por el silencio total apenas obtuvo el birrete cardenalicio de Juan Pablo II, en 2001. Pero es previsible que no haya renunciado a sus ideas.

Desvelar el misterio

La incógnita sobre el sucesor de Wojtyla se despejará, coinciden la mayoría de cardenales y expertos, relativamente pronto. En dos o tres días de cónclave. Puede que el 21 o el 22 de abril se desvele el misterio y la herencia de Juan Pablo II recaiga en uno de los favoritos, o en un perfecto desconocido, como pronostica el cardenal Angelini, quien asegura que todas las quinielas que se ofrecen hoy "serán borradas del mapa en un minuto", con el primer soplo del Espíritu Santo sobre las cabezas de los electores. Exactamente igual que cuando fue elegido un cardenal polaco llamado Karol Wojtyla.

Ceremonia celebrada en la Capilla Sixtina previa al cónclave que eligió a Juan Pablo II el 16 de octubre de 1978.
Ceremonia celebrada en la Capilla Sixtina previa al cónclave que eligió a Juan Pablo II el 16 de octubre de 1978.AP
Cardenales, ante el cuerpo del fallecido papa Juan Pablo II
Cardenales, ante el cuerpo del fallecido papa Juan Pablo II

El cónclave, un rito antiguo que se mantiene

A PRIMERA HORA DE LA TARDE del lunes 18 de abril comenzará el cónclave en el que será elegido el sucesor de Juan Pablo II. El proceso se iniciará con una solemne misa matinal, denominada pro eligendo Papa, en la basílica de San Pedro, que dará paso al procedimiento electoral, que data de la Edad Media. Los cardenales electores se reunirán en la Capilla Paulina para, en procesión solemne, entonando el Veni Creator Spiritus, dirigirse a la Capilla Sixtina, donde se celebrará el cónclave propiamente dicho, una vez que el responsable del ceremonial vaticano, el arzobispo Piero Marini (el único de los presentes, junto a otro religioso, que leerá una de las meditaciones, que no es cardenal) pronuncie la frase ritual extra omnes (todos fuera).

Ese mismo día habrá sólo una votación, que dará paso a la primera fumata (previsiblemente negra). Pero a partir del martes 19, el proceso electoral entrará ya en su ritmo normal. Lo que significa cuatro votaciones diarias, dos por la mañana y dos por la tarde, con dos fumatas, a lo largo del día. Antes de iniciarse el cónclave, los cardenales realizan un doble juramento; en el primero se comprometen a mantener el secreto absoluto sobre lo relativo a la elección del nuevo Papa; después, antes de votar, deben jurar que aceptarán el ministerio pietrino en caso de ser elegidos, y que defenderán la independencia de la Iglesia. Las papeletas, con un encabezamiento en latín, se depositan en una urna en el altar situado bajo El Juicio Final de Miguel Ángel. En estos momentos los cardenales electores son 116, porque el filipino Jaime Lachica Sin, gravemente enfermo, no ha viajado a Roma. Probablemente no será la única baja de aquí al 18 de abril, dadas las delicadas condiciones físicas de algunos de los purpurados.

La esperanza general es que el cónclave sea breve. La normativa exige que el elegido obtenga los dos tercios de los votos más uno (en estos momentos, 78 votos) en las primeras 34 votaciones. A partir de ese momento bastaría la mitad más uno de los votos para convertirse en el nuevo Papa.

La amargura de los cardenales ancianos, con voz pero sin voto

DOS DÍAS DESPUÉS de la muerte de Juan Pablo II se reunió la primera Congregación General de cardenales, en la sala Bolonia del Palacio Apostólico, para decidir las cuestiones relativas al funeral del Pontífice. Fue un momento estelar para los 66 cardenales que han cumplido los 80 años y están, por tanto, excluidos del cónclave. Las cámaras de televisión recogieron entonces la imagen de estos ancianos, de sotanas rojas, sonrientes y dinámicos, intercambiando apretones de manos y saludos con sus colegas activos. Estas congregaciones forman parte de lo que se conoce como pre-cónclave, el único momento de notoriedad para sus eminencias que han superado la edad límite, impuesta por Pablo VI para participar en la elección del Papa. Dicen que el papa Montini pretendía eliminar así a una parte de sus enemigos en la Curia, que circunstancialmente eran, además, los más viejos.

En el actual grupo de octogenarios hay cardenales, como el francés Roger Etchegaray, el italiano Achille Silvestrini o el brasileño Alonzo Lorscheider, que han manejado hasta hace poco los hilos del poder. Etchegarary continúa siendo un purpurado respetadísimo, y Silvestrini, antiguo número dos del legendario Agostino Casaroli, está acostumbrado a frecuentar los salones de la política y los estudios de televisión. Pero dado que el cometido esencial de los príncipes de la Iglesia es participar en la elección del Pontífice, hay muchos que se sienten frustrados por no haber tenido jamás esa oportunidad. En algunos casos porque la larga duración del pontificado de Wojtyla les ha privado de la posibilidad de entrar en un cónclave. En otros, como en el del cardenal Roberto Tucci, el jesuita que organizó durante años los viajes de Juan Pablo II, porque recibió la púrpura con una edad superior a los 80. Otro tanto le ocurrió al cardenal Ersilio Tonini, un asiduo de la televisión italiana que recibió el birrete a los 80 años. Hasta el final, este grupo intentó del Papa polaco alguna moratoria que les permitiera reincorporarse a la vida activa, pero sólo recibieron buenas palabras.

Por más que sigan conservando el título de eminencia, carecer de derecho a voto les convierte en

una especie de parias de lujo en el Vaticano.

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