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Bahrein celebrará elecciones mañana en medio del malestar de la mayoría chií

Detenciones y protestas empañan la imagen de este archipiélago, gobernado por una dinastía suní, donde faltan avances democráticos

Las calles se han llenado de carteles electorales que piden el voto, pero el debate en Bahrein es si merece la pena participar en el experimento de democracia controlada que el rey Hamad inauguró tras su llegada al poder en 1999. Aunque sin parangón en el resto de las monarquías árabes del golfo Pérsico, los comicios legislativos y municipales de hoy se celebran en medio de la desilusión por la falta de avances democráticos y el desafecto de la mayoría chií gobernada por una dinastía suní. Las detenciones y las protestas de las últimas semanas empañan la imagen de de este pequeño reino que busca hacerse un hueco en medio de vecinos más poderosos.

La cercanía de Arabia Saudí e Irán explican la importancia estratégica de este archipiélago de una treintena de islas y apenas 750 kilómetros cuadrados. No es casualidad que tenga aquí su base la V Flota de la Marina de EE UU, lo que sin duda suma preocupación por su estabilidad.

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Sólo hay que alejarse unos kilómetros de los resplandecientes rascacielos de Manama, la capital, para descubrir el malestar de las abandonadas localidades chiíes. En Sitra, Hamala, Ma'ameer o Nuwaidrat, las paredes están llenas de pintadas contestatarias, que las autoridades se han apresurado a tapar con pintura blanca. Los chavales que deambulan desocupados por sus calles se ofrecen a revelar sus mensajes: "Poder para el Parlamento", "Libertad para los detenidos", "Dejad de manipular la demografía", e incluso algún osado "Abajo con los Al Khalifa", la dinastía reinante desde que se fueron los británicos en 1971.

Entonces, tanto la población como los líderes religiosos chiíes respaldaron el carácter árabe de Bahrein y al jeque Isa, padre del actual rey, como cabeza del emirato. El contrato político se tradujo en una de las constituciones más avanzadas de la zona y la elección en 1973 de un Parlamento, ambos suspendidos por el emir poco después. La revolución iraní de 1979 sólo confirmó las sospechas de los gobernantes de que sus súbditos chiíes, muchos de origen persa, eran una quinta columna de la República Islámica. El desencuentro estalló en revuelta durante la década de los noventa. La muerte de Isa y la sucesión de Hamad abrieron una nueva etapa.

"A nuestra generación no le importa si la gente es suní o chií. Eso es cosa de los mayores. Lo que nos molesta es la discriminación", asegura Jasem, un joven profesional chií. Jasem está orgulloso de su origen persa e incluso viaja a Irán en los veranos para visitar a la familia de su padre. Pero no tiene dudas sobre su identidad: "Soy bahreiní".

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"Los problemas no son religiosos, sino políticos y sociales", concurre Abdul Rahman Khalifa, un médico que se define como sushi porque aunque es suní está casado con una chií. Khalifa reconoce que hay "una clara discriminación contra los chiíes", a quienes se veta en las fuerzas de seguridad, los ministerios de Interior y Defensa, y los altos cargos del Gobierno.

Además, una controvertida y poco transparente política de naturalización está otorgando la nacionalidad bahreiní a "decenas de miles" de yemeníes, sirios, jordanos y otros árabes suníes con el objetivo de cambiar el equilibrio demográfico, según denuncia según la oposición tanto chií como liberal. En ese contexto, las estadísticas se convierten en un arma al servicio de quien las manejan. Según las fuentes, el número de bahreiníes varía entre 500.000 y 750.000, de los que entre el 60% y el 75% serían chiíes. Oficialmente, 318.668 mayores de 21 años están llamados a las urnas. Cuatro grupos de la oposición han decidido boicotear las elecciones.

La gota que colmó el vaso fue la detención en agosto de 23 relevantes figuras chiíes, a quienes se acusa de intentar derrocar a la monarquía. Las protestas que siguieron han dejado 330 detenidos, según Nabeel Rajab, presidente del Centro de Derechos Humanos de Bahrein. Esta organización ha sido clausurada tras denunciar torturas y malos tratos a los detenidos.

"No son terroristas, están enfadados a causa de la pobreza y la discriminación", asegura por su parte Mohamed Javad, un activista que, como los detenidos, viajó a Londres para participar en una reunión con parlamentarios británicos sobre los problemas de su país.

"No es que quieran más democracia y más libertades, es que quieren gobernar ellos", defiende Nada, una suní de origen saudí que se declara simpatizante de los Hermanos Musulmanes. "Queremos a nuestra familia real y debemos estar agradecidos por lo que están haciendo por el país", concluye. El ejemplo de los cambios acaecidos en Irak y la creciente influencia de Irán en la zona alientan los fantasmas de muchos bahreiníes.

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