_
_
_
_
_
ANÁLISIS

Y van tres dictadores caídos

Con Gadafi, el movimiento árabe por la libertad y la dignidad se ha cobrado su tercera pieza de caza mayor

El tunecino Ben Ali se escapó a Arabia Saudí con las maletas llenas; el egipcio Mubarak fue detenido y está siendo juzgado; el libio Gadafi, fiel a su personaje, acaba de ser abatido en el último foco de su resistencia armada a la rebelión popular. ¿Quién dijo que la primavera árabe estaba acabada? En menos de un año ya ha conseguido derrocar a los tres principales tiranos del norte de África, ha situado al clan sirio de los Asad y al yemení Saleh en la posición de fieras acorraladas y ha impulsado un proceso de reformas democráticas en Marruecos. Es un balance espectacularmente positivo.

A finales de agosto se cerró un importante capítulo en la historia de este joven y frágil Estado norteafricano llamado Libia con la toma por los rebeldes de su capital, Trípoli, y la huida de Gadafi. Desde entonces se especulaba con el paradero del tirano: tal vez estaba viviendo en su red de túneles, tal vez había sido acogido por los tuaregs del desierto, tal vez se había instalado en algún país africano próximo o tal vez estaba en Sirte, su feudo natal, con sus últimos leales. Acabamos de saber que era esto último.

Al lado del desastre que fue la invasión en Irak, los demócratas deben felicitarse

La muerte de Gadafi es una buena noticia para Libia, el Magreb, el mundo árabe y la comunidad internacional. Mientras estuviera libre este coronel que ha protagonizado de forma grotesca y criminal dos terceras partes de la vida independiente de su país, la rebelión no podía cantar victoria. Ahora, en cambio, ya puede afirmarse tanto su triunfo como otorgarle un aprobado alto a la intervención internacional en Libia. Modesta, de baja intensidad, sin protagonismo estelar de Estados Unidos, básicamente europea, con el significativo apoyo de Turquía y Qatar, la simpatía de Al Yazira y una amplia tolerancia en el mundo árabe y musulmán, esa intervención, aunque haya sido a trancas y barrancas, ha funcionado. Al lado del desastre que fue la invasión en Irak, los demócratas deben felicitarse.

Por supuesto, a los libios les queda una tarea ingente. Para empezar, liquidar los restos de gadafismo, restablecer un orden mínimo en su país y superar las evidentes contradicciones de todo tipo –ideológicas,políticas, personales, locales, tribales, de visión del papel de la religión en un Estado democrático…- existentes en el seno del Consejo Nacional de Transición y en sus fuerzas militares. Si esas contradicciones se agudizan, incluso es posible que la a guerra civil continúe en Libia y todo acabe en algún tipo de balcanización o libanización.

A los libios les queda una tarea ingente: liquidar los restos de gadafismo, restablecer un orden mínimo en su país y superar las contradicciones de todo tipo
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Porque, y este es el fondo del asunto de lo que se trata es, ni más ni menos, que de construir un país y convertirlo, además, en una democracia mínimamente decente. Libia tiene una escasa identidad nacional, es el fruto, y bastante reciente, de la fusión de territorios desérticos secularmente administrados por los otomanos, y allí el peso de las diferencias locales, provinciales y tribales es enorme. A su lado, Marruecos,Túnez y Egipto son naciones viejas y relativamente cohesionadas.

Así que el vaso está medio lleno o medio vacío, según el punto de vista que se adopte. Yo lo veo medio lleno porque, con Gadafi, estaba completamente vacío desde el punto de vista de los demócratas,aunque tal vez no desde la perspectiva de los partidarios de la realpolitik y la primacía de los negocios petroleros.

Las caídas de Ben Ali y Mubarak confirmaron a Gadafi en su idea de que el mejor modo de mantenerse en el poder era emplear la máxima brutalidad, respondió con sangre y fuego a la rebelión libia. Afortunadamente, cuando los rebeldes de Bengasi estaban a punto de ser aplastados, la comunidad internacional, liderada por París y Londres, supo reaccionar.

Si Gadafi hubiera triunfado, no solo la rebelión libia habría sido aplastada sino que la revolución democrática árabe habría sufrido un grave revés. No ha sido así, al hamdulilá.

A los demócratas libios les queda, sin duda, una ingente tarea y a la primavera árabe un largo, retorcido y doloroso recorrido. Normal: lo iniciado en el norte de África y Oriente Próximo en 2011 es un nuevo ciclo histórico, algo que durará años, que tendrá avances, pausas y retrocesos, que conocerá victorias y derrotas. No es la existencia de líderes y vanguardias leninistas, lo que caracteriza a las revoluciones, sino la encarnación de ideas transformadoras en combativos movimientos populares. Hoy mismo, el movimiento árabe por la libertad y la dignidad se ha cobrado su tercera pieza de caza mayor. Mabruk, felicidades.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_