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El ascenso de Gingrich alarma al 'establishment' republicano

Su controvertido pasado empaña su carrera por la presidencia

Antonio Caño
Mitt Romney (izquierda) y Newt Gingrich, durante el debate.
Mitt Romney (izquierda) y Newt Gingrich, durante el debate.JIM YOUNG (REUTERS)

¿Es Newt Gingrich un candidato capaz de batir a Barack Obama? Esta es la pregunta más frecuente en Washington desde que el antiguo presidente de la Cámara de Representantes se ha convertido en el principal aspirante a la candidatura presidencial republicana. El establishment conservador teme que la designación de Gingrich, un personaje temperamental y anárquico con un controvertido pasado, sería entregarle en bandeja la reelección al actual presidente.

Por esa razón, Gingrich fue el objetivo principal de los ataques de sus compañeros y rivales en el debate electoral de este jueves, el último previsto antes de los caucus de Iowa, el próximo 3 de enero. Gingrich aseguró que está perfectamente capacitado para derrotar a Obama, entre otras razones porque “la gestión y la ideología radical de Obama son indefendibles”, pero dejó en el aire muchas dudas sobre su viabilidad.

Gingrich es actualmente el favorito en Iowa y en varios de los Estados situados al comienzo del calendario de la temporada de primarias. A diferencia de otros aspirantes republicanos que estuvieron al frente de las encuestas en meses pasados, Gingrich se ha sostenido en esa posición durante varias semanas ya y ha demostrado ser un duro competidor contra el hombre al que siempre se ha tenido como el seguro candidato, el exgobernador de Massachusetts Mitt Romney.

El expresidente de la Cámara disputa el liderazgo al candidato favorito, Mitt Romney

Pero el campo republicano está todavía muy abierto y, en medio del desconcierto actual, cualquier cosa puede ocurrir, incluso que la victoria en Iowa sea para el último personaje en ascenso, el congresista Ron Paul, un conservador libertario que despierta tantas simpatías en el Tea Party, por su combate radical al Estado, como en Ocupa Wall Street, por su oposición a cualquier guerra y sus críticas a la élite financiera.

Gingrich es, sin embargo, en este momento el hombre a batir. Reúne los votos más conservadores, que sospechan del supuesto centrismo de Romney, y posee experiencia y capacidad intelectual para salir airosamente de los debates y responder con brillantez en las entrevistas.

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Esa experiencia y esos recursos intelectuales son, al mismo tiempo, el motivo de las dudas sobre su candidatura presidencial. A mediados de los años noventa, Gingrich se convirtió en el hombre más poderoso de Washington gracias a su revolución conservadora, que acabó dándole a los republicanos el control del Congreso.

Poco después, sin embargo, ese poder se volvió en su contra. Su labor como presidente de la Cámara de Representantes fue caótica y provocó un montón de enemigos entre sus propias filas. Tantos, que se organizó lo que entonces se conoció como un golpe de Estado dentro del partido. Entre los promotores de ese golpe estaba un joven representante de Ohio, John Boehner, que hoy ocupa el cargo que Gingrich poseía en aquel momento.

La suerte final de Gingrich acabó por decidirse al descubrirse que, mientras participaba con vehemencia en las acusaciones contra el presidente Bill Clinton por el caso Lewinsky, él mismo mantenía una relación extramatrimonial con una joven integrante de su equipo de colaboradores llamada Callista, que hoy es su tercera esposa. Callista ejerce una gran influencia sobre la campaña y la personalidad de Gingrich, al que convenció para convertirse al catolicismo.

Pero ese episodio no es el peor de su historial. Hay otros que preocupan más a los republicanos, como el hecho de haber recibido varios millones de dólares por el asesoramiento prestado a Freddy Mac, la firma que está en el origen de la burbuja inmobiliaria que dio lugar a la crisis de 2008, o a la apertura a su nombre de una cuenta de medio millón de dólares —aparente pago de favores— en la joyería Tiffany's.

En esta campaña, Gingrich ha hecho sugerencias tan polémicas como la de eliminar la prohibición del trabajo infantil y ha incurrido en numerosas contradicciones con propuestas defendidas en el pasado.

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